El sonido del silencio. Eso era todo lo que le
rodeaba en ese momento. El sonido del silencio. Y no un silencio cualquiera.
Aquello era la total ausencia de sonido más apabullante que había vivido jamás.
Era la madre de todos los silencios, por así decir.
Quién se lo iba a decir hace unos años, cuando de
niño soñaba con ser astronauta. Tantos niños tienen ese sueño de pequeños y tan
pocos lo cumplen... Pero él lo había conseguido. Tras muchos esfuerzos, muchas
horas de estudio, de entrenamiento duro como pocos, lo había conseguido, era un
astronauta.
Quién le iba a decir que por fin podría ver aquella
bola azul que él llamaba hogar desde fuera. La había visto ya muchas veces y le
seguía entusiasmando. Era algo incomparable. La primera vez fue hace unos cinco
años. Cuando embarcó en una misión conjunta para relevar a otros astronautas en
lanzadera espacial. Aún recuerda esa primera visión y cómo se le fue
desenfocando a causa de las lágrimas que poblaron sus ojos, quizá porque ellas
tampoco querían perderse aquel espectáculo. Y allí seguía, igual de
impresionante que siempre. Su Bola Azul.
Quién le iba a decir que podría pisar suelo lunar.
Él ni siquiera había nacido cuando Armstrong lo pisó por vez primera, aunque
había visto las imágenes cientos de veces. No se perdía ningún documental sobre
el Satélite, los grababa o compraba y los guardaba en un lugar privilegiado de
su casa, como lo que eran, un tesoro. Y él pudo pisar la Luna. Tuvo la inmensa
suerte de ser elegido para la misión encargada de comenzar las obras para el
asentamiento de una base permanente en suelo selenita. Más recuerdos
imborrables. Era algo que le iba a acompañar mientras viviera.
Todos esos recuerdos se agolpaban ahora, tratando
de ser los primeros de la fila y los estaba disfrutando, en silencio. Con el
sonido del silencio. No hay mayor silencio que el del espacio exterior. Y allí
se encontraba ahora, había salido a intentar arreglar una de las antenas
repetidoras, encargadas de amplificar la señal entre la Tierra y la Luna. Había
salido solo, como tantas otras veces. Era un astronauta experimentado, de los
que más, y le gustaba trabajar solo.
Quién le iba a decir que su “pequeño cordón
umbilical”, como él llamaba al tubo de unión entre él y la nave, se iba a
romper. Aquello no pasaba, estaban testados en condiciones extremas, aquello no
pasaba... O no debía haber pasado. Con el cordón se cortó también la
comunicación con la base. Por pronto que se hubieran dado cuenta de lo que
pasaba y salieran a rescatarle sería demasiado tarde. La reserva de oxígeno de
la escafandra era limitada, una hora más o menos. No era necesario más, por el
cordón también llegaba oxígeno, ¿para qué almacenarlo en el traje? No podía
culpar a nadie, él también había participado en el diseño de los trajes y había
visto la inutilidad de almacenar oxígeno como los demás.
Quién le iba a decir que vería la cara oculta de la
Luna. Ni el mismo lo habría imaginado esa misma mañana. Y allí estaba, camino
de verla, y camino de una muerte segura. Rodeado del sonido del silencio. El
silencio más atronador que jamás existió. Vagando hacia la cara oculta de la
Luna. En esos instantes lo único que quería era hacerle un hueco de honor a ese
recuerdo, a esa imagen. El último recuerdo a sumar a todos esos maravillosos
instantes.
Y allí apareció, por fin la estaba empezando a ver.
Lanzó una última mirada a la Bola Azul antes de que desapareciera tras el
Satélite. Disfrutó del espectáculo unos instantes más. Suspiró, rompiendo por
un momento el silencio, dijo un adiós, cargado de emoción y recuerdos, y se
quitó la escafandra. Y ya sólo quedó el sonido del silencio. El silencio más
absoluto.
Comencé a escribir este texto mientras sonaba el clásico Sound of Silence. Foto cortesía de Diego Escolano.
Madreeeeeeee, qué agobio! Entre el silencio más absoluto y la soledad, lo has bordado. Has conseguido electrizarme y sentirme sin aire. Agobio por el silencio, por la falta de sonido y de aire. Bravo
ResponderEliminarGracias Marta. Ya echaba de menos tus comentarios. ;-)
EliminarSaludos y gracias again.
En las pelis siempre se oye ese sonido fatigoso y horrible de la respiración y el corazón humano. Yo no sé si eso es así o no, pero la magia de la literatura es que todo puede hacerlo posible.
ResponderEliminarSaludos, Ramón.
Al parecer no. Pero supongo que serían menos espectaculares las películas sin esos ruidos de las naves, de las explosiones y demás.
EliminarGracias y un saludo.
Me he sentido, mientras lo leía, sin oxígeno, orbitando alrededor de la Luna, viajando hacia la muerte. Pero no he sentido miedo. Curiosamente, ahora me doy cuenta, he dejado de escuchar el ruido de los coches, de la lavadora, del viento en los cristales. Lo único que he escuchado ha sido el silencio lunar. "Tu" silencio lunar.
ResponderEliminarNo hay mejores halagos que esos. Que hayas "sentido". Gracias por el comentario.
EliminarSaludos.