lunes, 30 de diciembre de 2013

Caso nº 1798/02 (Episodio 11): Sensaciones

Ayer... Episodio 10




                                             I

Cuando sonó el teléfono debía hacer poco más de veinte minutos que el sueño me había abrazado por fin. Llevaba toda la noche intranquilo. Aquella voz seguía resonando en mi cabeza. A ratos como una dulce nana que me adormecía, a ratos como una tiza rota rasgando sobre una pizarra. Era una sensación extraña.

-          ¿Diga? – Mi voz salía como arrastrándose fuera de unas arenas movedizas.
-          Señor, son las ocho y media. – Dijo una voz al otro lado del aparato.
-          ¿Y?
-          Nos dejó dicho que le avisáramos a esta hora, señor. – Era una voz amable. La típica voz afable que lleva años en el negocio de la hostelería y ha aprendido a modularse para no resultar molesta.
-          Ah… Cierto… Gracias, muy amable. – Colgué. La voz afable quiso seguir siéndolo, pero yo no le di coba.

Me vestí tan rápido como pude y bajé a tomar un café. No en la cafetería del hotel. Fui al local de la noche anterior. Debía tratar de averiguar quién era su dueño y, si alguien me podía ayudar, tenía que ser el camarero.

-          Hola, buenos días. – Era otra voz amable, en este caso la del camarero. La acompañó con una leve sonrisa. Qué le pasaba a todo el mundo aquí. Cómo podían estar tan simpáticos tan temprano.
-          Hola. – Murmuré, mientras me posicionaba en un taburete. – Un café, solo, y una tostada con mantequilla.
-          Marchando. 

El café llegó rápido. La tostada tardó tanto que pensé que estaban ordeñando a la vaca para hacer la mantequilla. Aproveché el tiempo para indagar sobre aquella voz.

-          ¿Recuerdas que estuve aquí anoche?
-          Sí, perfectamente. – Esa sonrisa me estaba matando. Por favor… Que no eran ni las nueve de la mañana…
-          ¿Recuerdas al hombre que estaba a mi lado? Tenía una voz muy particular. – Tardó unos segundos en contestar, parecía estar buscando, mentalmente, el fichero de clientes de anoche.
-          Ah, sí. Claro, debe ser Theodore. Sin duda, por lo de la voz debe ser él. – El nombre sonó en mi cabeza como un trueno en la oscuridad. Y causó el mismo efecto de miedo repentino y después de calma tensa.
-          ¿Es de aquí?
-          No, llegó hace unos días. Aunque si hablas con él es como si lo conocieras de toda la vida.

Pagué sin que llegara la tostada y salí rápidamente de allí. 





                                            II


Mi trabajo está llegando a su fin, bien lo sabe Dios que sí. Por eso ahora debo ser más cuidadoso, pero también más rápido. Más efectivo, sí señor.  El hombre de anoche, ese debe ser mi punto final, bien lo sabe Dios que debe serlo. Sí, y así será. Debo acabar, no puedo quedarme tan cerca del final, bien lo sabe Dios que no. Sería una decepción, eso es lo que sería. Y no me lo podría perdonar, no señor, no podría. Ni Dios tampoco me lo perdonaría. Claro que no. ¿Cómo podría si dejo su obra sin acabar? 

Pero tengo una sensación extraña, bien lo sabe Dios. Aquel hombre, me pareció tan lleno de sufrimiento... Y dolor, sí señor, dolor también. Pero había algo en él, daba la sensación de que estaba allí por algún motivo superior. Sí señor, yo sé de esas cosas. Bien lo sabe Dios que sí. Por eso debe ser él quien ponga punto y final a mi obra. Bien lo sabe Dios que sí. Sí señor.





 


                                          III


Tenía que llamar a Tom. Pero, como si de una alineación de astros se tratase, antes de marcar yo, recibí la llamada de mi compañero.

-          Tengo novedades. – Exclamó sin mediar ningún tipo de saludo.
-          Hola a ti también. – Traté de provocarle su juego.
-          Ahora no, John, ahora no.
-          Ok, dispara. – Por su voz noté que debía parar. – Yo también tengo algo importante por aquí. Pero tú primero
-          ¿Tienes un mapa cerca?
-          Sí, espera, entro en el coche.
Desplegué el mapa de la zona y pedí instrucciones.
-          Empieza por el primer pueblo, el de los primeros cadáveres, y ve uniéndolos todos en el sentido de las agujas del reloj. – Me indicó Tom.

Comencé a hacerlo. Al principio no parecía llevar a ninguna parte. Esperaba, por el bien de Tom, que no fuera una de sus bromas matutinas. No lo era. Conforme iba uniendo pueblos iba apareciendo con claridad. Mi cara, de haberla podido ver, debía mostrar una expresión entre el asombro, la incredulidad y una pizca de pánico. Lo que iba apareciendo, según unías pueblos era la palabra GOD. Y estaba a un pueblo de acabar la D. Este pueblo. Después, con toda seguridad, desaparecería. Por nuestro bien esperaba que mi pista fuera la definitiva.

-          Sospecho por tu silencio que lo has visto. – Dijo Tom, como adivinando mi asombro.
-          Sí.
-          Pues ya sabes que ese pueblo es el final. Es ahora o nunca.
-          Lo sé, pero creo que tengo al tipo.
-          ¿Qué? – Ahora el sorprendido era mi compañero. – ¿Lo has detenido?
-          No, ni siquiera lo he interrogado. Ayer, cuando acabamos de hablar, un tipo que había a mi lado comenzó a decirme cosas. En ese momento no le di importancia, pero había algo en su voz…
-          ¿Su voz?
-          Sí, tío, su voz. Si la oyeras… Era una mezcla entre escalofríos y una más que agradable sensación de bienestar... – Al recordar la voz me daban ganas de buscar a su dueño y ofrecerle mi eterna amistad. O lo que me pidiera… Tom me despertó de mi ensoñación.
-          ¿Te lo ligaste? ¿Es a dónde quieres llegar?
-          Vete a la mierda. El caso es que hoy he vuelto al bar y he preguntado.
-          ¿Para ligártelo hoy? – Tom seguía a lo suyo.
-          Qué paciencia tengo que tener. – No entré al juego. – El tipo se llama Theodore.
-          ¿Theodore?
-          Como lo oyes.
-          ¿No decías que no había ninguno en el pueblo?
-          Por lo visto llegó hace poco.
-          ¿Tú crees que es nuestro Theodore?
-          Vamos a averiguarlo. Ven tan rápido como puedas. Yo voy a ver dónde vive y te mando la dirección
-          Hecho.

 

Continúa aquí...

domingo, 29 de diciembre de 2013

Caso 1798/02 (Episodio 10): Un Mal Día


En entregas anteriores... (1), (2), (3), (4), (5), (6), (7), (8) y (9).




Estaba a punto de entrar en una cafetería cuando sonó el teléfono. Era Tom. Después de nuestra separación manteníamos contacto telefónico prácticamente a diario para intercambiar novedades.

- Hola Tom.
- ¿Qué tal, John? ¿Me echas de menos?
- Sí, tanto o más que a un dolor de muelas.

No engañaba a nadie. Le echaba de menos, y el a mí, pero la inercia de nuestro juego particular solía imponerse.

- Ja. Que gracioso te estás volviendo.
- He tenido un buen maestro.
- Hombre, gracias por reconocerme el mérito.
- Hablaba de Groucho Marx.
- Joder, John, estás sembrado hoy. - Dijo entre risas. - Bueno, ¿qué? ¿Cómo lo llevas por ahí?
- Mal.
- Siendo tú, lo raro habría sido lo contrario. ¿Qué pasa?
- La cosa se sigue complicando por aquí. Aun no he encontrado más T’s, pero sí más muertes.
- ¿Más T’s? ¿Qué coño te pasa? Hablas como mi hijo de ocho años.
- Estoy en un lugar público. En una cafetería de Norton.
- ¿Norton? ¿Y qué carajo haces ahí? Pensaba que seguías en Ashtown.
- Si me escucharas cuando hablo...
- Me habría pegado un tiro hace años.
- Pues mira... No habría estado mal. Estoy en Norton porque ha habido otra víctima. Ayer mismo.
- Cuéntame.
- Nada que no sepas ya. Suicidio aparente. La única novedad es que no parece que tengamos ningún amigo por aquí.
- Vaya mierda...
- Sí. Vaya mierda. ¿Qué tienes tú? - Dije mientras buscaba un lugar en la barra para poder pedir.
- Full de reyes-damas. ¿Y tú?
- Un compañero imbécil.
- Gano yo entonces... - Tom debió notar mi mirada a través del teléfono. O quizá sólo el suspiro de contar hasta diez antes de mándalo a algún sitio. El caso es que no hizo falta que le dijera nada para que me contara sus novedades. - A parte de eso, tengo unas cuantas víctimas más. Unos cuantos Theodore más. Y una pista que me parece buena. Y un dato curioso: ¿sabías que Theodore significa don de Dios?
- No, no lo sabía. Tenías razón entonces. Ganas tú. - Conseguí hacerme hueco entre dos tipos. Uno de los cuales se marchó nada más pagar su consumición. - Tú mierda es mejor que la mía.
- Sí, eso parece. Mañana salgo hacía un lugar llamado Sinker. Creo que es de ahí de dónde provienen nuestros Theodores. ¿Qué ha sido eso? - Había sido mi teléfono suplicándome una recarga de batería. - Joder, John, ¿tanto te cuesta recargar la batería cada noche?
- Anda, no me toques los cojones. Que bastante tengo yo con lo mío.
- ¿Y qué es lo tuyo?
- Una mierda de vida, con un trabajo asqueroso, con un compañero detestable... ¿Continúo?
- ¿Me estás insinuando algo?
- Sí, que a veces me gustaría desaparecer.
- Ya tendremos vacaciones, hombre.
- Desaparecer del todo, Tom. Desaparecer del todo.
- Un mal día lo tiene cualquiera, tío.
- ¿Un mal día? Mataría por un mal día. Vendería mi alma al Diablo por un mal día. Lo mío es un mal día detrás de otro. Lo mío es una mierda de vida.
- Tío, me estás asustando.
- Tranquilo. Sobreviviré. No te librarás de mi tan fácil.
- Eso espero. Anda tómate un par de copas a mi salud y ya verás cómo maña...
- ¿Tom? ¿Tom? De puta madre. Ahora se me jode el puto móvil. Si cuando yo digo que todo es una mierda...
- ¿Algún problema, amigo? - Dijo una voz contigua a mí.
- Sí, que la vida es una mierda. - Contesté yo sin mirar a mi interlocutor.
- No señor. Yo no lo creo así. Vaya que no. - Dijo la voz.
- Mejor para usted.
- También puede serlo para usted, vaya que sí. ¿Quiere que hablemos? Se me da bien escuchar a la gente, bien lo sabe Dios que sí.
- En otro momento quizá. - Dije mientras me marchaba, dándole la espalda a la voz.
- En otro momento, sí señor. Nos volveremos a ver, bien lo sabe Dios que sí.

Conseguí oír a la voz antes de abandonar la cafetería. Cuando salí tenía una sensación extraña de escalofrío. Extraña porque estaba siendo un día caluroso. Había algo en esa voz... Era una voz acogedora. Envolvente. Era una voz capaz de vender estufas en el desierto. Pero daba escalofríos. Volví a entrar. Algo me decía que tenía que conocer al dueño de esa voz. Quizá para contarle mis penas. Quizá él me las podía resolver. Tenía que conocer mejor a esa voz. Así que entré de nuevo. Pero ya no estaba allí. Donde la había dejado sólo había un maravilloso taburete de madera vacío... Algo me decía que había desaprovechado una oportunidad. No sabía muy bien de qué, pero la había desaprovechado. Volví a salir y me marché a mi motel. A descansar y a recargar mi teléfono.



Continúa aquí...