El hombre salió del cohete con aire despreocupado. Bajó la
escalinata con cierto aire de superioridad, ni siquiera las leves risillas que
se escuchaban de fondo le hicieron perder el paso. Desde luego si la misión
había fracasado no había sido por su culpa. Y justo por ese motivo alguien iba
a pagar los platos rotos.
-
¿Qué diantres ha pasado? – Espetó
-
La verdad no lo sé Baltasar. – Le contestó la
voz al otro lado de la radio.
-
¿Baltasar? Para ti, comandante Torrabadella. –
Seguía con paso firme, sin quitarse la escafandra, quizá para ocultar su
rostro, entre el enfado y la vergüenza.
-
Sí, señor, no lo sé señor. – La voz de la radio
se iba haciendo pequeñita por momentos.
Cuando llegó al Centro de Operaciones de la misión le
empezaron a avasallar con disculpas, informes inacabados, más disculpas y
varias excusas. Las culpas pasaban de los ingenieros aeroespaciales a los
informáticos y de vuelta, cual partido de badmington.
Todo eso a él le parecía palabrería barata. No en vano él
era Baltasar Torrabadella Beascoa. Heredero del Conde de Torrabadella y de
varias decenas de títulos menores. En su familia no se permitía el fracaso. No
se concebía. Y eso, a ojos vista de su familia, iba a ser un fracaso. Bien
sonoro. Y retransmitido por televisión a no menos de cincuenta países. ¡Por
Dios! Ya se imaginaba las burlas de su padre y su abuelo. Por no hablar de las
de sus cuatro hermanos.
Nada más quitarse el traje espacial, y ponerse su uniforme
de gala del ejército del aire, se marchó como alma que lleva el Diablo. No
quería escuchar más excusas baratas. Lo único que quería era montar en su
Lamborghini Murciélago, bajar la capota y disfrutar del viento sobre su ondulado
cabello castaño, salpimentado con bastante fortuna por unas cuantas canas. Ni
siquiera iba a escuchar la radio. No necesitaba que nadie le recordara tan
vergonzante momento.
No llegó a disfrutar ni tan siquiera de cinco kilómetros de
viaje, a más de ciento cincuenta kilómetros por hora, cuando en la lejanía
divisó un coche en la cuneta. Aminoró la marcha, ante la más que fundada
sospecha de que pudiera ser algún tipo de control. ¡Qué más le podía salir mal!
Redujo cuanto puedo, pero no fue suficiente. El guardia civil hizo un gesto
perentorio con la mano, y Baltasar supo que hasta allí había llegado.
Un buen relatato con tintes futuristas, aunque choque con lo más trivial :-)
ResponderEliminarGracias María, por pasarte y por tus palabras.
EliminarSaludos
Curiosa y arriesgada elección de frases de inicio y fin. El relato se lee con agilidad y combina bien los dos elementos. Si es que hay días que más vale no levantarse de la cama XD
ResponderEliminarPues sí, muchos más de los recomndables... XD
EliminarGracias y un saludo!
Me ha sacado una sonrisa este relato. Me esperaba otra cosa y me tomó por sorpresa. Muy bueno, Ramón y enhorabuena por el blog, seguiré leyendo.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras, Sandra. Y por pasarte por estos lares. Me alegra el haberte sacado una sonrisa.
EliminarSaludos!
La verdad es que el principio no te hace intuir para nada como va a ser el devenir de la historia, aunque saber el nombre del protagonista si que te muestra la frase del final. Me ha gustado.
ResponderEliminarPobre Baltasar, más le valdría no haberse levantado esa mañana jajajajaja
ResponderEliminarQue día más malo le planteaste al pobre muchacho.