jueves, 12 de diciembre de 2013

Caso nº 1798/02 (Episodio 2): 6:56 A.M.

La historia comenzó aquí.




Odio madrugar, odio los aviones, odio viajar y todo lo que conlleva: hacer y deshacer equipajes, esperas en aeropuertos, hoteles, coches de alquiler... Pero sobre todo odio que me toquen los cojones a primera hora de la mañana, cuando mis niveles de razonamiento están desperezándose todavía.

- Hombre, John, ¿tú por aquí? No te esperaba tan pronto.

Sin embargo a Tom todo eso le encanta, especialmente la parte de tocarme los cojones.

- Vete a la mierda, Tom, ¿quieres?
- Bueno, es casi lo que vamos a hacer en breve.
- Ya, no hace falta que me lo recuerdes. Porque no me gusta exhibirme en público, pero estoy desbordante de entusiasmo.
- Sí, sí, se te nota a una milla. Nada más verte venir lo he notado. Esa manera de arrastrar los pies, la mirada asesina hasta con las viejecitas que se te cruzaban, las maldiciones...
- ¿Nunca descansas?
- Sí, tío, cuando no estamos juntos, para poder estar fresco cuando lo estamos.
- Ya... No me hagas favores, ¿vale?
- No te preocupes, me sale solo.
- Que asco me das, Tom.
- ¡Qué bonito es el Amor!
- Sí, eso dicen. ¿Cuándo embarcamos?
- En el tiempo justo de tomarnos un par de cafés.
- Sean.

En condiciones normales no bebo café tan temprano, pero las condiciones eran cualquier cosa menos normales. Así pues, nos dirigimos hacía la cafetería de aeropuerto. O mejor dicho, yo me arrastré y Tom se dirigió con paso firme.

- En serio, Tom, ¿cómo puedes estar tan fresco a estas horas? Joder, si yo no parpadeo por si me vuelvo a dormir.
- La costumbre, John, la costumbre. Soy el pequeño de siete hermanos. Cuando yo aún ni andaba alguno de mis hermanos ya iba a la universidad o tenía trabajo, así que el día comenzaba muy pronto en mi casa. Si a eso le unes que me casé pronto y ya tengo tres hijos...
- Yo no sé si me acostumbraría.
- Sí hombre, búscate una buena mujer, ten niños y verás si te acostumbras o no.

La cafetería tenía todo el glamour de una cafetería de aeropuerto: ninguno. Mesas vacías con los restos de los anteriores inquilinos, mesas ocupadas por gente de negocios, ojeando los últimos informes financieros, leyendo periódicos o intentando recordar discursos de fusión de empresas. Un par de ancianas maldecían estos tiempos y se regocijaban en los suyos, infinitamente mejores según ellas. Nos acomodamos entre los escombros de una de las mesas vacías, lo suficientemente alejada del resto, para poder hablar de nuestro viaje al sur.

- No entiendo porque nos envían allí por algo así. - Dije, mientras mi cerebro daba sus últimos bostezos.
- Nos pagan por cosas como ésta. - Tom se mantenía en su línea habitual de sarcasmo.
- Ya, no lo suficiente, pero sí, nos pagan. Pero por lo que pone el informe, no es nada del otro mundo.
- No lo sería si hubiera pasado en Nueva York o en Seattle, pero aquello es un pueblo de mala muerte. No deben estar acostumbrados a ese tipo de cosas.
- Pero aun así, ¿por un caso nos llaman a nosotros?
- ¿Tú te has leído el informe o te acostaste sobre él para ver si lo absorbías por osmosis?

Mi cara de asombro fue suficiente para que Tom entendiera que había leído menos que entre líneas y que no tenía ni la más remota idea de lo que se cocía. No hizo falta que abriera la boca, o para ser correctos, no hizo falta que articulara palabra para que él continuara con la explicación, ya que la boca la tenía abierta debido a mi perplejidad.

- Han sido cuatro. En menos de una semana. Eso en una gran ciudad pasa en un día y no se le da demasiada importancia. Lo lleva la policía sin más. Pero en un pueblo... Normal, lo que se dice normal, no viene siendo.
- Joder.
- Sí. Lo sé. El próximo día, ¿vendrás con los deberes hechos?
- No, ¿para qué? Si lo hiciera te jodería la diversión.
- No te preocupes por eso, eres un pozo sin fondo para mí.
- Que capullo que eres.
- La mitad que tú, por eso me lo sueles poner tan a huevo.
- Anda, cállate y acaba el café, que nos están llamando ya.

Al final, gracias al mal tiempo, fueron cuatro los cafés los que pudimos saborear antes de embarcar. Podrían haber sido algunos más, pero apreciamos nuestros estómagos lo suficiente como para saber que no debemos tomar más de cuatro cafés de antros como esos. 


Continúa aquí.
 

1 comentario: