Desde luego no estaba en el estudio de Gomez-Delvalle, eso estaba claro. Más que nada porque estaba en medio de la nada. Aquello parecía un páramo, o al menos él se lo imaginaba así, ya que nunca había estado en ninguno. Caminó hasta encontrar un emplazamiento algo más elevado, con la esperanza de divisar algún lugar reconocible o cualquier tipo de zona habitada.
En la lejanía, según sus cálculos a un par de kilómetros, se
veía algo parecido a un pueblo. No distinguía ningún edificio alto, así que
debía ser un pueblo. Fue caminando hasta él. El camino estaba adoquinado y era
más bien recto, salvo un par de curvas en forma de ese. El paraje a ambos lados
era desértico, el terreno parecía arcilloso en algunos lugares. A la mitad de la
distancia, más o menos, un ruido le sobresaltó. Miró al cielo y no podía creer
lo que estaba viendo. De hecho, se frotó un par de veces los ojos y se
pellizcó. Aquello seguía desplazándose por el cielo así que, debía ser real,
por mucho que discordara con el resto del paisaje. Era una especie de aeronave,
no demasiado ruidosa, pero si lo suficiente como para notarla desde el suelo.
De un tamaño intermedio, algo más grande que una avioneta, más o menos como un
avión privado. O como él creía que debía ser un avión privado, según lo visto
en las películas. El diseño era mucho más moderno, eso sí. Aún con la boca
abierta, la vio desparecer en un abrir y cerrar de ojos. A una velocidad
inusitada.
Tras poco más de media hora caminando llegó a su destino. Lo
que vio allí le turbó más. La discordancia entre la nave y el pueblo era ahora
mucho más evidente, mucho más grande. La mayoría de las casas parecían estar
hechas de adobe, aunque no era un experto en arquitectura, ni albañilería.
También había algunas construidas con piedra, pero eran las menos. A la entrada
del poblado se encontraba lo que a todas luces era una especie de templo.
Majestuoso, sin duda. Con unas columnas que parecían perderse en el cielo.
También había alguna estatua, suponía que representando deidades. Le resultaba
apasionante, a la par que inquietante y sospechosamente familiar.
La imagen que divisó a lo lejos, más allá del pueblo,
terminó de rematarle. Eran dos pirámides inmensas y, aunque estaba a una
considerable distancia, parecían estar en perfecto estado, como recién
construidas.
Después del shock, comenzó a fijarse en la gente, en los
lugareños. El aspecto de la mayoría era bastante similar al suyo, no en las
vestiduras, las de ellos eran muy livianas, de lino, acordes con el clima que
reinaba. El aspecto físico sí que se asemejaba a los humanos. Si bien es cierto
que había unos cuantos con el cráneo ligeramente cónico, a falta de una palabra
mejor. También los había, aunque eran los menos, que tenían como cabeza la de
algún animal. Una mezcla de lo más variopinta.
No demoró más tiempo lo inevitable y se decidió a preguntar.
En ese momento se dio cuenta de a él también lo miraban con extrañeza.
—
Disculpe… —Se dirigió al primer transeúnte que
se encontró. Este dio un respingo, como falto de costumbre de ser abordado en
plena calle.
—
Eh… ¿Sí? ¿Es a mí? —El hecho de entenderlo y ser
entendido ya ni siquiera le asombró. ¿Por
qué no iba a ser así?, pensó. No era ni remotamente lo más raro que le
había pasado o visto.
—
Sí. A usted. —No se atrevió a decantarse ningún
género, ya que todavía no tenía claro si era hombre o mujer, o cualquier otra
variedad. — ¿Sería tan amable de indicarme dónde estoy?
—
¿En qué sentido? —La voz empezaba a hacerle
decantarse por el género masculino. No arriesgó de todos modos. Siguió con el
lenguaje neutro.
—
Me refiero a que si sería tan amable de decirme
en qué lugar me encuentro.
—
¿Con respecto a qué o quién o cuándo?
—
A todo en general. —Fue lo máximo que pudo
decir, se sintió abrumado por tanta pregunta existencial.
—
Bueno, pues nos encontramos en la ciudad de At
Rhibis, en el reino de Firon, en el planeta Terra Cota, dentro del sistema
solar Psi Deral. Y el año de este planeta es el diecisiete mil doscientos
veintinueve de la tercera era. El año global no lo recuerdo ahora mismo, lo
siento.
—
¿Qué? —Podía haber esperado infinidad de
respuestas pero, desde luego, esa no era una de ellas.
—
Que nos encontramos en la ciudad de…
—
Sí, le he oído, gracias. —Le interrumpió— ¿No
estamos en la Tierra entonces?
—
En Terra Cota, sí.
—
No, me refiero a la Tierra. Ya sabe, la Tierra
de: Mercurio, Venus, la Tierra, Marte… —Aquello pareció hacer sonar una campana
en la cabeza de su interlocutor. Terminó de atar cabos.
—
Espere aquí. —Dijo, y sin apenas dar tiempo a Pablo
a contestar se marchó con paso firme y ligero.
Lo vio alejarse y entrar en uno de los edificios más
grandes, de los que estaban hechos con piedra más que de adobe. Al no saber
cuánto iba a tardar buscó un lugar más resguardado del sol. Se fijó bien, no
parecía ser un único sol, aunque bien es cierto que mirar directamente le
deslumbraba. De todos modos le daba la impresión de ver dos soles. Los
lugareños no parecían prestarle mucha atención, cada uno iba a sus cosas. Unos
trabajando, otros de compras, alguno incluso parecía llevar algún tipo de
aparato reproductor de música, si es que eso era posible, que ya no descartaba
nada.
Pasados unos diez minutos regresó su interlocutor,
acompañado de otro ser, ¿persona? Se le acercaron. El que ya conocía fue el
primero en hablar.
—
Este es Hem, y yo soy Eudor, que antes no me
presenté.
—
Encantado, yo soy Pablo.
—
Le he explicado a él lo que me ha contado.
—Continuó sin dar más importancia a quién era cada uno.
—
Ajá.
—
Estamos asombrados. —Habló Hem por vez primera,
su voz era grave, pero amable. Desprendía sinceridad.
—
¿Y eso por qué?
—
Bueno… No pensábamos que siguiera habiendo vida
allí. Aunque es cierto que hace mucho que no vamos por ese sistema solar.
—
¿Eh?
—
Sí, hemos estado viajando a lo que usted llama
Tierra, durante milenios, pero ya hace varios cientos de años que nos
prodigamos menos. Hasta el punto que yo creía que ya se habrían aniquilado los
unos a los otros…
—
Bueno, pues ya ve que no. Y, la pregunta es, ¿me
podrían ayudar?
—
Sí. Y, nuestra pregunta es, ¿cómo ha llegado
aquí?
Pablo les explicó toda su aventura, sus saltos temporales,
no sabía muy bien si, también, entre universos paralelos, y ahora aparentemente, siderales. Hem y Eudor
le escuchaban con atención, aunque a veces, por sus gestos, parecían no creer
lo que escuchaban, aunque la evidencia era clara: Pablo estaba allí. Y no había
noticias de la llegada de ningún tipo de nave no reconocida.
—
¿Pueden ayudarme entonces? —Concluyó.
—
Podemos y lo haremos.
—
Gracias. —Sonrió.
—
No se merecen. Lo haremos a la vieja usanza.
—
Lo cual significa…
—
Venga con nosotros.
Lo llevaron a uno de los edificios, posiblemente al que
entró anteriormente Eudor para buscar a Hem. Le hicieron pasar a un cuarto, y
le indicaron que se sentara.
—
Muy bien Pablo, ¿preparado?
—
Claro. ¿Me va a doler?
—
No.
—
¿Qué van a hacer? ¿Algún tipo de conjuro?
—
¿Conjuro? No, no vamos a curarle un dolor de
cabeza. —Ambos lugareños rieron. Pablo intuyó que de él. —No, vamos a
devolverle como hemos hecho siempre.
—
¿Y eso es…? —Notó un fuerte pinchazo en la nuca,
aguantó el grito y cerró los ojos.
Sonó una especie de campana o timbre. Era repetitivo y
cansino. Abrió los ojos para ver de qué se trataba. Al abrirlos sintió un sudor
frío por todo su cuerpo. Lo que sonaba era su despertador, y lo que veía a su
alrededor era su cuarto. Esta vez no tenía dudas, era su cama, su ropa tirada
por el suelo y sobre una silla… Era su cuarto, sí o sí. Miró la hora, eran las
siete y cuarto de la mañana. Cogió el
móvil para mirar la fecha era el día diez de enero de 2014. Pero… No podía ser,
el día diez de enero era la fecha en la que él iba a realizar su conjuro.
¿Había sido todo un sueño? Quizá sí, aunque sentía ligeramente entumecida su
nuca, en el lugar donde había notado el pinchazo. Sin embargo todo lo demás
indicaba que no se había movido de allí. Sí, debió ser un sueño, era lo más
plausible. Lo que sí tenía claro ahora era que, ni por asomo iba a realizar el
conjuro. Que el horizonte se quede donde está. Que el misterio permanezca
oculto, que sea otro el que lo desvele, si quiere. Él, desde luego, no iba a
arriesgarse a que lo que había soñado se convirtiera en realidad.
Mientras tanto, al otro lado del universo, en el sistema Psi
Deral, Hem y Eudor trataban de encontrarle explicación a la aparición de aquel
hombrecillo.
—
Es increíble, ¡con un conjuro! Sólo espero que
no se le ocurra a nadie más. Lo único que faltaba es que se nos llenara esto de
monos sin pelo…
—
Ya te digo Eudor… ¿Lo comunicamos a las
autoridades de Tecnópolis?
—
No, creo que lo mejor es que, de momento, quede
entre nosotros.
—
Sí, será lo mejor… ¿Nos hacemos unas gordas ahí,
en lo de mi cuñado?
—
¡Sean!
Y ambos se marcharon a tomarse unas pintas a la taberna del
cuñado de Hem.
FIN
Foto cortesía (una vez más) de Diego Escolano
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