Trató de distraer su mente observando a las burbujas
juguetear en su copa de champán. El aburrimiento se había apoderado de ella.
“¿Para qué me meteré en estos líos?”, pensó. Esos líos eran las citas rápidas. Una modalidad de ligar
para gente con poco tiempo libre. Para gente que no gustaba de frecuentar los
lugares de moda. “Una manera muy triste de tratar de encontrar pareja”, se
repetía ella una y otra vez. Sin embargo siempre volvía a caer.
Por eso estaba allí esa noche. Observando con más interés a
la copa que tenía en su mano que a los pretendientes que iban sentándose. Con
las mismas historias previsibles. Con los mismos chistes preparados, manidos.
Con la misma sonrisa falsa y el mismo perfume pretencioso.
Se levantó y se marchó. Sin darse cuenta de que había allí
un tipo tratando de conquistarla, al que dejó con la palabra en la boca y una
expresión de incredulidad. Recogió su abrigo del guardarropa y salió sin mirar
atrás.
Intentó parar un par de taxis sin demasiada fortuna. En
vista de lo cual decidió caminar un rato, para despejarse. Para tratar de
olvidar tan aciaga noche. A los pocos metros se dio cuenta de que alguien la
seguía. Con muy poco disimulo miró, para cerciorarse de que era así. Lo era. La
seguía un tipo con muy mala pinta. Alto, con el pelo largo y barba algo más que
desaliñada. Chaleco de cuero sobre una camisa sin mangas. No los veía, pero
podía arriesgar a decir que a buen seguro tenía sus brazos llenos de tatuajes.
Aceleró ligeramente el paso. Él también.
Aunque la calle estaba bien iluminada, no había mucho
tránsito, ni de peatones ni de vehículos. Sus nervios iban in crescendo. “¿Por
qué narices he tenido que irme del garito?, ¿Por qué no he esperado allí, en la
puerta, a que pasara algún taxi?”, se
repetía a sí misma mentalmente. Volvió a acelerar el paso, su
perseguidor también.
Giró una esquina y se topó con otro tipo. Nada que ver con
su perseguidor. Éste tenía el aspecto de un dandy, un caballero a la vieja
usanza. Bien vestido, con un traje gris oscuro, de raya diplomática. Zapatos
negros, seguramente italianos. Y una corbata de seda a juego con el pañuelo que
llevaba en el bolsillo superior de la chaqueta. Suspiró de alivio. Sonrió.
Los acontecimientos siguientes se le quedaron borrosos en la
mente. Por la rapidez de los mismos y por el golpe que le propinó el hombre del
traje a modo de saludo. Su cara pasó de la sonrisa al estupor con la misma
velocidad. Veía imágenes, distorsionadas. Escuchaba voces a ráfagas, como en una
emisora de radio mal sintonizada. Todo se iba desvaneciendo hasta que no hubo
sonido o imagen alguna.
Días después las imágenes borrosas comenzaron a volver,
junto con un pitido intermitente. El sonido lo reconoció de inmediato, era el
que hacían las máquinas esas que había en los hospitales, las que controlaban
el ritmo cardíaco de los enfermos, así como la presión sanguínea. Eso la
tranquilizó un poco. La vista acabó por volver a la normalidad. Junto a ella
había una enfermera, cambiándole el suero.
—
¿Dónde estoy? —Preguntó, a pesar de la obviedad.
—
Ya se ha despertado, eso es bueno. Está en el
Hospital Universitario.
—
Y… ¿Co… cómo he llegado aquí? ¿Qué me ha pasado?
—
Al parecer la atacaron hace un par de noches.
Recibió un golpe en la cabeza, lo suficientemente fuerte para dejarla
inconsciente tres días. La trajo un buen samaritano. Que por cierto no se ha
separado de su cama en todo este tiempo. Está ahí fuera.
A duras penas fue capaz de vislumbrar la figura a través de
la puerta. Se sorprendió al ver que la persona que la había salvado no era otra
que la persona de la que ella huía. Le vio sonreír desde el pasillo. Ella le
devolvió la sonrisa.
Desde entonces, y ya han pasado más de veinte años, siempre
cuenta toda esta historia, cuando le preguntan cómo conoció al amor de su vida.
Relato inspirado a partirde la foto de Diego Escolano.
Me encanta!!! ;-)
ResponderEliminarLa Maga
Muchas gracias, Maga. :-)
EliminarQué bonito!!!
ResponderEliminarGracias Marta. :-)
EliminarNo todo va a ser matar... jejeje
Besos guapetona!
Muy bueno, guiarse por el aspecto exterior a veces conlleva esos riesgos. Muy buena narrativa. Un saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Mirta, muy amable.
EliminarSaludos!
Muy buen relato, el final me hizo sonreír. Saludos!
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado y haya conseguido sacarte una sonrisa, Gisela.
EliminarSaludos!