viernes, 31 de octubre de 2014

Esperando Una Resaca

Por el claro que dejaban las nubes vio como desaparecía la nave nodriza. Con la misma velocidad apareció en su mente un pensamiento. Una consigna: “No puedes contarle esto a nadie…” Esa frase retumbó durante unos instantes por su cabeza como el eco en los Alpes. ¿Cómo iba a contarlo? ¿Quién iba a creerle?

Cerró la puerta de la terraza sin mirar más al firmamento. Con la esperanza de que todo hubiera sido un mal sueño. Con la esperanza de que mañana tuviera una resaca monumental…, en lugar de notar como le palpitaba aquella cosa que le habían introducido en la base del cráneo…



La foto, culpable de la inspiración de este micro, es cortesía de Diego Escolano.

domingo, 26 de octubre de 2014

#150Palabras (Ángulo, Mar y Nubes): Desde Las Profundidades


Cuenta la leyenda que, cuando las nubes crean un ángulo muy concreto sobre la línea que marca el horizonte sobre el mar, unas maravillosas criaturas emergen desde el fondo. Esas criaturas pueden llevar años esperando, pero no les importa, eso es lo que las hace mitológicas. ¿Acaso a algo que sucede a diario se le cataloga de extraordinario?

Por ello, ese día, dichas criaturas han de apurarse en realizar su trabajo. Recolectar a todos los terceros hijos varones que puedan encontrar. Sólo con ellos pueden ellas reproducirse. Y es una ardua tarea esta, en los días que corren. Pues si ya es complicado que una pareja tenga tres hijos, que todo ellos sean varones lo es más aún.

Una vez realizada la recolecta de semillas vuelven a las profundidad…

     Te estás inventando todo esto, ¿no?
     Que me lo preguntes tú, precisamente… Que vienes del lugar donde se forjan las leyendas…
     Ya bueno, respecto a eso, yo no iría diciendo por ahí que tienes a alguien como yo de amigo.
     ¿Por qué no?
     A ver… Cómo te lo digo… ¿Quieres volver al psiquiátrico?
     Eh… No.
     Pues entonces tienes que dejar de decir que hablas con ángeles.
     Pero… Tú… Eres real, como esas criaturas que están saliendo ahora del mar…
     ¿Perdón?
     Que digo que… —Miró con sorpresa a su interlocutor— ¿Tú quién eres?
     El doctor Rebolledo. Tu terapeuta. ¿Quién pensabas que era? ¿Vuelves a ver ángeles?
     Eh… —Volvió a mirar a su interlocutor antes de contestar— No. Para nada, para nada…
     ¿Y esa historia que contabas del mar y las criaturas…?
     ¿Dije eso en voz alta? Vaya… Era algo que me contó… Un amigo… —Forzó una sonrisa.

Por la ventana que había tras el doctor vio la silueta de Castiel, el ángel con el que solía conversar. En esta ocasión la sonrisa fue espontánea.

A la mañana siguiente, en todos los medios de comunicación apareció la noticia de la extraña desaparición, de sus casas,  de unos niños y su aparición en las playas más cercanas. Ninguno de ellos sabía cómo había llegado hasta allí…



Fotografía cortesía de Diego Escolano

jueves, 23 de octubre de 2014

El Sótano

Estaba solo en casa. Su mujer tenía un negocio importante que cerrar y le había dejado solo todo el fin de semana. “Los mejores negocios se hacen fuera de las horas de trabajo”, le solía decir Cris, su esposa. Por eso estaba solo en casa todo el fin de semana. Era algo que no entendía. No el hecho de que su mujer se fuera todo el fin de semana, dejándole a él en casa, sino que “se trabajara fuera de horas de trabajo”.



Podría haberla acompañado si hubiera querido, pero no podía. Ella solía viajar en avión y él era incapaz de montar en uno. No era miedo a volar, ya que era algo que nunca había experimentado, la única vez que entró en uno le tuvieron que sacar de él, con un ataque de pánico, antes de que despegara. Su problema era la claustrofobia.



Era incapaz de subir a un coche si no era con alguna ventanilla bajada. Iba al trabajo en bicicleta y subía andando cinco pisos para ir a su oficina antes de subir en el ascensor. Por eso cuando su mujer, una alta ejecutiva en una importante sociedad financiera, tenía algún viaje de negocios él se quedaba a cargo del hogar.



- Bueno cielo, portate bien. ¿No te aburrirás?

- No, tranquila, aprovecharé para hacer limpieza a fondo.

- Pero no te canses mucho, quiero tenerte fresco para mi vuelta...

- Por eso no te preocupes, no creo que nunca esté tan cansado...

- Eso espero, jeje.

- Oye cielo, ¿me harías un favor antes de irte?

- Claro, dime.

- ¿Podrías subirme las cosas de la limpieza del sótano?

- Anda, no me seas crío... Un día de estos te tengo que quitar esa fobia...

- Sí, bueno, pero hasta que llegue ese día...

- Mi taxi. Nos vemos el domingo por la noche. Se bueno.



El sábado amaneció con una mañana espléndida que él aprovechó para dar un paseo de dos horas con la bicicleta. Antes de salir había recibido una llamada de su mujer para desearle un buen día. Cuando llegó a casa el teléfono sonaba.



- ¿Dónde estabas? - Dijo ella.

- Había salido a dar un paseo con la bici. ¿Qué tal todo por ahí?

- Bien, ahora tengo una comida. La Comida. Espero que todo salga bien. Deseame suerte.

- Suerte.

- Gracias, jeje. ¿Qué planes tienes tú?

- Bueno... Ya que Don Limpio no ha subido... Tendré que bajar yo a por él. No vas a reconocer la casa cuando vuelvas.

- Espero que sí, porque te llevaré un regalito... Te dejo cielo o llegaré tarde. Te llamaré después y te cuento que tal ha ido.

- Vale, pero...

- Cuídate, un beso.

- ¿Un regalito? - Dijo él al pitido de la línea.



Se preparó una ensalada y algo de pollo a la plancha y se tumbó un rato a reposar la comida. Cuando se dio cuenta había reposado tres horas. Era ya media tarde, estaba oscureciendo, y aún no había comenzado con la prometida limpieza a fondo.



Con pasos somnolientos se dirigió a la puerta del sótano. Cuando llegó a ella Morfeo le dio un pellizco y le recordó lo que iba a hacer. Bajar al sótano. Había conseguido evitar aquello en numerosas ocasiones. Había bajado, sí, pero muy pocas veces y siempre acompañado de Cris. Ahora estaba solo, a varios cientos de kilómetros de ella, y tenía que bajar.



“Vamos, ya has bajado otras veces, tampoco es gran cosa”. Se decía. “Ese es problema, no es gran cosa, es pequeño.” Lo que le gustaba de aquella casa era lo espaciosa que era y el hecho de que no había ascensores cerca. Pero estaba el sótano. Una casa inmensa y con un sótano más pequeño que el de la casa de Barbie y Ken. La mayor parte del subsuelo de la viviendo era para el garaje, los anteriores dueños tenían tres coches y por eso habían descompensado las dos zonas subterráneas.



“Venga,-  se repetía - , haz lo que dijo Cris, no seas crío y baja.” Abrió la puerta y la oscuridad se abalanzó sobre él. Eso era un agravante, tampoco le gustaba la oscuridad, no llegaba a las cotas de la claustrofobia, pero la oscuridad y él no eran buenos amigos. Enseguida encendió la luz. Allí estaba él, al final de dos tramos de escalera, pequeñito como una ratonera: El Sótano.



No había gran cosa en él, la lavadora, la secadora y un par de armarios para los productos de limpieza, pero le hacían parecer aún más diminuto. Respiró hondo y puso su pie derecho en el primer peldaño.



“Vamos, no pasa nada, tienes ya treinta y tres años, ya va siendo hora de que te quites estos miedos”, se decía sin demasiada convicción. Puso el pie izquierdo en el siguiente escalón.



“¿Lo ves? No pasa nada, estás bajando, tú solito, y no pasa nada.” Continuó bajando los escalones de uno en uno, jaleándose en todos ellos. Cuando llegó al final estaba temblando, unas gotas de sudor  habían iniciado su camino en la frente y estaban ya recorriendo sus mejillas camino del cuello.



“Venga, coge lo que tengas que coger y sal de aquí cagando leches”. Las paredes parecían abalanzarse sobre él. Las miró para hacerse ver que no era así, que las paredes seguían en su sitio. Sintió como si las paredes le devolvieran la mirada, pero una mirada burlona, una mirada que decía: ¡Buh!



Todo fue muy rápido. Le pareció oír un ruido en lo alto de la escalera, se apagó la luz y se cerró la puerta. Eso fue lo que pasó, aunque él no sabía si ese había sido el orden correcto de los acontecimientos. Lo que sí sabía es que estaba en aquella caja de cerillas, encerrado, a oscuras... Y acompañado.



Fue la sorpresa, lo que le dejo inmóvil. Luego llegó el pánico para hacerse cargo de la situación y que él permaneciera inmóvil. Ya no sudaba, ahora eran glaciares los que le recorrían el cuerpo. Temblaba como si estuviera centrifugando la colada. Y oía. Era lo único que podía hacer, oír y respirar como al día siguiente fueran a cobrar por el aire. El aire. Ese era otro problema: No le llegaba suficiente aire a los pulmones, o eso creía él. Los pulmones le habrían contestado que tenían más que de sobra con la mitad, si les hubiera preguntado. Pero no lo hizo, no estaba para preguntas. El ataque de ansiedad había quedado en su cuerpo con el pánico, al parecer a ellos esto les parecía divertido. A él no. No oía nada. Los jodidos escalones no crujían. Nunca lo habían hecho. Eso sólo pasaba en las películas, pensó. Pero allí había alguien, bajando con sigilo aquellos escalones. No lo oía pero lo sentía. El cazador estaba al acecho de la presa

.

La espera se le hacía eterna. Se había girado un par de veces y ahora no sabía en qué situación había quedado con respecto a las escaleras. Había perdido el norte. El cazador no. Le agarró por la espalda y con una llave de cadera lo tiró al suelo. Con la misma facilidad se sentó sobre su pecho. El no ponía resistencia, ni gritaba. No era por falta de ganas, era por impotencia total y absoluta.



El cazador le ató las manos al último peldaño de la escalera y le vendó los ojos. Tras lo cual comenzó a desabotonarle la camisa. Le quitó los zapatos y continúo con los pantalones. Desabrochó el cinturón, bajó la cremallera y se los quitó. Con los calzoncillos procedió de igual modo.



Allí estaba él, en el peor de los escenarios posibles. Medio desnudo, en un sótano, a oscuras... El cazador comenzó a acariciarle los muslos con una mano y el pecho con la otra. Ambas manos se encontraron en su entrepierna. Al notarlas se estremeció. No quería ni imaginar qué podía pasarle a continuación. ¿Por qué había bajado? Podía haber quedado como un cobarde cuando volviera su esposa, cierto, pero ahora no sabía cómo iba a quedar, si es que quedaba de algún modo.



Aquellas manos seguían allí, acariciándole su zona más íntima. La zona reservada para su amada. Y allí estaban aquellas manos, profanado aquel templo privado. Una de ellas abandonó aquella zona para volver al pecho. La otra continuaba, pero no sola, la acompañaba lo que él identificó como una boca, a pesar de la oscuridad. Alguien se había introducido su pene en la boca, al parecer con la idea de... No entendía nada. ¿Alguien había entrado en su casa para abusar de él? Mientras él pensaba el cazador seguía con las caricias y con los lametones. Notó como la boca abandonaba su tarea para empezar a besarle. Le dio un beso de despedida a los genitales y comenzó repartir besos por el abdomen. Iba subiendo hacia el pecho, las caricias continuaban por todos lados. Si la situación hubiera sido otra y aquella persona su esposa... Le costaba reconocerlo, pero estaba empezando a disfrutar de aquello. Los labios anónimos llegaron hasta los suyos. Intentó rehuirlos, pero el cazador le agarró la cabeza, con suavidad, pero también con firmeza. Decidió que lo mejor era dejarse llevar, quizá si oponía resistencia la cosa sería peor. Después de todo estaba atado en un sótano oscuro y a medio camino entre el pánico, la ansiedad y el placer.



Se dejó besar. Aquellos besos estaban cargados de pasión, de fogosidad. Eran salvajes y tiernos. Le recordaron a los de su amada. Su amada... Su amada estaba a cientos de kilómetros haciendo negocios... Sólo esperaba que no le llamara ahora, no podría coger el teléfono, se podría preocupar. Ni siquiera sabía si debía contárselo. De hecho, ni siquiera sabía si viviría para contárselo.



Sonó el teléfono. Debía ser ella. Dijo que le llamaría. Seguro que era ella y él no podía cogerlo. Quizá si veia que no contestaba llamaría a la policía... No, ¿por qué iba a hacerlo? Seguramente pensaría que había salido a dar otro paseo o que estaría fuera, tirando la basura. No, no llamaría a la policía, al menos no ahora. Y ahora era cuando él la necesitaba...



El cazador, ajeno a los pensamientos de él, seguía besándole y acariciándole. Había vuelto a bajar con el rastro de besos hacia su entrepierna. Ésta era ahora la depositaria de las caricias, los labios y la lengua del desconocido. Cuando éste creyó oportuno se sentó sobre él y se introdujo el miembro. Comenzó con movimientos suaves, cadentes, lentos, para ir poco a poco aumentando la velocidad y la violencia de los mismos. Ahora las manos repartían su tiempo entre caricias y pequeños arañazos. Los labios iban y venían hacia su boca, su cuello, sus lóbulos. Los sentimientos entraron en confrontación. Tenía miedo, no sabía que esperar de aquella situación. Estaba disfrutando del sexo como hacía mucho que no lo hacía. Se sentía culpable por ello. Estaban abusando de él, cierto, pero en teoría él no debía estar disfrutándolo. No era así, pero le parecía como si estuviera engañando a su esposa. Su amada esposa. Su venerada esposa... Ajena a todo aquello. A todo aquel placer desbocado, animal.



Oía jadear a su agresora. También estaba disfrutando el momento como si fuera el último. Quizá para él si lo sería. ¿Quién le aseguraba que después no iba a morir? Prefirió sacar ese pensamiento de su cabeza y abandonarse al éxtasis. Los movimientos de cadera de la desconocida eran ya frenéticos, la respiración de ambos iba al mismo ritmo. Ambos cuerpos estaban sudorosos. Transpirando placer por todos los poros. Y ambos llegaron al final al unísono. Eso sólo le había pasado con su mujer hasta entonces. Con ninguna otra mujer lo había conseguido. Era como si su libido estuviera sincronizada. Nunca le había pasado con nadie que no fuera su Cris...



La cazadora se dejó caer sobre el. Sentía el calor del cuerpo de ella sobre el suyo, así como la respiración entrecortada. Permaneció aún un rato dentro de ella, hasta que ella decidió levantarse. Lo hizo con violencia. Con la misma brusquedad le quitó la venda de los ojos. Veía lo mismo que con ella puesta: nada.



- Te dije que te traía un regalito y que te curaría tus miedos, ¿lo he conseguido? - Era la voz de su amada esposa.

- ¿Cris?

- Claro, ¿quién va a estar tan desesperada como para hacer el amor contigo? - Contestó ella entre risas, al tiempo que iba a encender la luz.

- Estás loca, ¿lo sabes?

- Sí, loca por tí, cielo.

- ¡Casi me matas!

- Pero no lo he hecho. No has contestado a mi pregunta. ¿Qué tal tus fobias?

- Bueno... A lo mejor... Si lo repetimos otro día... - Contestó él con cara de niño travieso.

- No abuses de tu suerte. - Dijo ella mientras le desataba las manos y le daba un beso en la frente.

- Te quiero Cris.

- Yo también, cielo. - Dijo ella fundiéndose en un abrazo con él.
 


lunes, 20 de octubre de 2014

Te Robo Una Frase (4ª edición): La Extraña Pareja (2ª parte)

Los que tengáis pensado participar en el juego de noviembre al final del texto aparece la frase obligatoria que fue la más votada entre las que os propuse. La frase con la que jugamos hoy es:
La persona que había al otro lado era una mujer joven. Muy obviamente una mujer joven. No había manera posible de confundirla con un hombre joven en ningún lenguaje, especialmente en braille. Está sacada de la novela Mascarada, de Terry Pratchett


Esta historia comenzó ayer en el juego de las #150Palabras.



     ¡Sheriff, tenemos un problemilla aquí abajo!
     ¿Qué pasa?
     Hay alguien que no quiere dejar sus armas y pide hablar con el que esté al mando del pueblucho. También dice que odia Rho Setón y sus tonterías.
     Voy… —Dije con desgana.

Con la misma motivación arrastré mis pasos hasta el piso inferior. He de reconocer que me sorprendió lo que vi. Me desconcertó la imagen, esperaba al típico matón de tres al cuarto, que necesita un poco de motivación en forma de crochet en su barbilla para que deje sus armas en mi oficina. Pero no era así. La persona que había al otro lado era una mujer joven. Muy obviamente una mujer joven. No había manera posible de confundirla con un hombre joven en ningún lenguaje, especialmente en braille.

     ¿Es usted el que manda aquí? —Preguntó con cierto aire de superioridad. Empezaba a gustarme.
     Buenos días para usted también. —Contesté con una sonrisa cargada de ironía.
     Si, bueno, lo que sea. Pero, ¿es el que manda aquí o no?
     Eso dice mi placa.
     En realidad su placa dice Sheriff…  Pasa como con el coche de la ama, que tiene una placa que dice Pony, pero en realidad es un coche…—Dijo una voz desde el umbral de la puerta.
     ¡Lemmy! Disculpe a mi golem, suele ser muy literal…

El golem se quedó petrificado. Era obvio que su ama era de esa clase de personas a las que les gusta que les obedezcan. Cada vez me parecía más interesante.

     Bueno señorita…
     Less.
     Señorita Less. Tenemos unas leyes muy estrictas con respecto a la entrada de armas en el pueblo. Tolerancia cero.
     Ajá.
     Así pues… —Le hice un gesto amable con la mano.
     Va a ser que no.
     En serio. No quiero pedírselo por las malas.

Me miró de arriba abajo. Era una mirada que decía: me gustaría ver cómo lo intentas. No era una mirada desafiante. Más bien era una que sabía que tenía las de ganar, porque nunca había perdido. No me intimidó. No te puedes dejar intimidar por ningún tipo de mirada si pretendes que tu pueblo se haga respetar entre los maleantes. Sonrió.

     No le voy a entregar mis armas, sheriff, pero le prometo que no las voy a usar… Al menos contra usted y su ayudante. Además, si me deja que haga mi trabajo me iré pronto, eso también se lo prometo. No me gusta nada Rho Setón…
     ¿Y cuál es su trabajo?
     Soluciono problemas.
     ¿Y qué problema ha venido a solucionar aquí?
     Ese pequeño… Embrollo en el banco.
     Ese es mi trabajo.
     No hoy…
     Me temo que sí, señorita Less. No sé quién le ha enviado, pero este es mi pueblo y no va a investigar nada sin mi presencia.
     Me envía el Senador Templeman. Es un…. Amigo de la familia, digámoslo así…

En esta ocasión sonreí yo.

     Muy bien, llámele. Dígale con quién está y que él decida.

Salió de la oficina. La escuche poner objeciones varias. Incluso menospreciarme e insultarme. Cuando colgó volvió a entrar y sin abrir la boca me hizo un gesto para que la acompañara.

     No se lo tome a mal. El senador Templeman y mi padre sirvieron juntos en el ejercito . Yo me licencié en la Academia de Policía de Tecnópolis con su hijo pequeño… Digamos que… También es amigo de la familia.
     Ya puede borrar esa estúpida sonrisa de su cara.

No lo hice.

Cuando llegamos al banco el director estaba a punto del ataque de nervios. Era la primera vez que robaban bajo su mandato.

     Sheriff… —Saludó a punto del llanto.
     Hola, Joe, esta es la señorita Less. Me va a ayudar con la investigación. La envían desde Tecnópolis. —Mi comentario pareció no hacerle gracia, aunque no lo verbalizó. Apenas saludó con un gesto al director. — ¿Sabes ya lo que han robado?
     No, sheriff, sólo han vaciado una caja de seguridad.
     ¿Sólo una? ¿Y no sabes lo que había en ella?
     No… —Comenzó a decir el bueno de Joe Monedero
     … El contenido de las cajas es confidencial… —Interrumpió con un bufido mi compañera provisional.
     Lo sé, era por si ya había contactado con el propi…
     Yo sé lo que había —Volvió a interrumpir.
     Ilumínenos.
     Sólo podía haber dos cosas. Una la lista de los clones activos en el Sistema y la otra la… fórmula con la que poder hacerlos. Una de ellas estaba aquí y la otra en un banco de Terra Cota.
     ¿Y por qué iban a robar algo así?
     ¿No sabe que han cancelado el Programa Clon? Han dado orden de… desactivarlos a todos y destruir el estudio del profesor Dollie. ¿Podemos ver la caja fuerte?

El director asintió y nos dirigimos Less y yo hacia su interior. De repente un estornudo sonó como un cañón. Fui yo.

     ¿Se encuentra bien sheriff?
     Sí, debe ser una de mis numerosas alergias.

Continuó andando dándole una nula importancia a mi respuesta. Allí dentro no había nada que pudiera ser catalogado como una pista, lo cual nos frustró a ambos.

Una vez fuera del banco y de camino a mi oficina tuvo a bien dirigirse a mí.

     Se preguntará el motivo de que un documento así de importante se encuentre en su pueblo.
     En realidad no. Ya sé el motivo. —Me miró con curiosidad. —Es un pueblo poco conocido y en el que tenemos… ley seca de armas. Sé que este banco es de los menos robados de todo el Sistema. Por cierto, casi me ofende que se sorprenda de que sepa esto.
     No se lo tome a mal, sheriff, suelo tener las expectativas bajas con todo el mundo.
     ¿Y cuál va a ser nuestro siguiente paso?
     ¿Nuestro?
     No creerá que la voy a dejar que resuelva usted solita el robo de mi banco.

Volvió a mirarme con mirada escrutadora. Trató de disimular una sonrisa cuando volvió a hablar.

     Lo siguiente que vamos a hacer es ir a Terra Cota, a ver si podemos llegar a tiempo al otro banco.
     Odio Terra Cota… —Dije con desgana.
     Qué me va a contar…

Hicimos el viaje al planeta vecino en su automóvil. Podíamos habernos teletrasportado, pero no era una opción muy conveniente a pesar de tener ese gen añadido desde hacía generaciones todos los habitantes del Sistema. Las autoridades lo desaconsejaban a no ser que se tuviera bien claro el lugar al que se iba. De lo contrario podías aparecer unido a una valla, un ferrocarril, una vaca o un señor que pasara por allí. Se dieron muchos casos al principio. Así pues viajamos en su Pony de avanzada edad. Muy avanzada edad. No arrancó a la primera. Ni a la segunda. A la tercera parecía que sí, pero al final no. A la cuarta fue la vencida.

     Está como nuevo… —Dije yo para romper el hielo del viaje.
     ¿Prefiere ir en tren? —Dijo señalando con su mirada al andén del pueblo.
     ¿Tren? Ah… No… Hace tiempo que no la usamos. La última vez fue para un viaje en el tiempo… Tiene una luz encendida en el cuadro.
     Lo sé…
     ¿Eso no quiere decir que algo va mal?
     Sí…
     Genial, vamos a viajar en una máquina de matar de dos mil kilos…
     Aún está a tiempo de bajarse.
     No, de todos modos algún día hay que morir… ¿Y dónde vamos?
     A Terra Cota…
     Ya… Eso ya lo sé, pero… ¿dónde en concreto? No será donde las pirámides… No me gusta esa parte… Me dan repelús algunos de sus habitantes. Unos con la cabeza cónica… Otros con el torso de animal y las piernas humanas…
     No, no es allí.
     Tampoco me gustan los de las dagas… No me parecen de fiar… Además inventaron las matemáticas. Odio las matemáticas…
     Da la sensación de que es un poco racista.
     ¿Yo? No, para nada. Pero hay gente que no me gusta.
     Prejuicios entonces.
     ¿A usted le gusta todo el mundo?
     No, no me gusta nadie, pero no le busco excusas.
     Ya veo…
     Y no, tampoco vamos allí. Vamos a… como diría usted… Los de las estatuas y los edificios grandes de mármol.
     De esos hay dos, los originales y las copias…
     A los que le dan más a la razón que a las espadas… ¿No se piensa callar en todo el viaje?
     No me gusta volar…
     Bueno… Mientras no vomite…
     No se lo puedo prometer…

Llegamos a Terra Cota sin… incidentes. Aterrizamos en plena ciudad de Par Tenón. Una hermosa capital dividida en dos por un río. Cuando llegamos al banco vimos que llegábamos tarde. Igual que el de Kinsley estaba adornado con el característico humo que deja un corte por plasma.

Como era de esperar, tampoco encontramos pista alguna. Aunque sí dejé allí una parte de mí, ya que me dio otro ataque de estornudos. Me repuse a duras penas.

     Dichosas alergias… ¿Le puedo hacer una pregunta?
     Ya la ha hecho… —Contestó Less.
     ¿Por qué quieren desactivar el Programa Clon?
     Porque es imposible hacerlo accesible a todos los habitantes. Y el Senado no quiere que esos avances estén sólo al alcance de los ricos.
     Me parece bien. ¿Y son muchos los clones?
     Ni idea. Pero calcule que casi todos los ricos, políticos…
     ¿Y para qué los quieren?
     Comodidad supongo… Así ellos pueden pasar más tiempo con sus familias mientras los clones hacen su trabajo.

Pensé que no me vendría mal a mi uno de esos. Así podría pasar más tiempo en el Saloon y menos en la oficina… El sonido de su móvil me despertó de mi ensoñación. La cara que iba poniendo mientras conversaba no hacía presagiar nada bueno.

     ¿Malas noticias?
     Vaya, que perspicaz… ahora entiendo cómo ha llegado usted a sheriff…
     No la pague conmigo.
     Tiene razón, disculpe. —Por primera vez sonrió de corazón. —Han secuestrado al… hijo de Dollie.
     ¿Al hijo?
     Es un clon. Su hijo natural murió. Eso hizo que dedicara todos sus esfuerzos al Programa Clon. Su hijo fue el primero.
     No lo sabía…
     Pues ya lo sabe. Y piden una nave interestelar con los depósitos llenos a cambio.
     ¿El Senado negocia con secuestradores?
     No, por eso me han llamado a mí.
     ¿Este es el tipo de… problemas que le encargan resolver?
     A veces son más sencillos, pero sí, más o menos.
     El secuestrador debe ser el ladrón…
     Eso pienso yo también.
     ¿Y a qué esperamos?
     A que se calle, sheriff, a que se calle…

Esta vez su cacharro arrancó a la quinta. La luz seguía encendida y mi miedo a volar no mejoraba. Aterrizamos en unos hangares. Parecía después de todo sí habían decidido negociar. Al menos eso indicaba la nave interestelar que estaba fuera de uno de ellos. Apenas habíamos bajado del Pony cuando vimos al profesor Dollie encañonando a su hijo.

     ¿Qué hace doctor? —Preguntó Less— Suelte el arma antes de que alguien salga herido.
     Hola Less… —Contestó amablemente el doctor— No puedo hacer eso. Tengo que acabar con esto. ¿Cómo has podido hacerme esto? ¿A mí?
     No sé de qué habla, ¡está loco! —Argumentó el hijo— Hagan algo por favor…

El muchacho comenzó a lloriquear. Un ruido atronador hizo su aparición. Volvía a ser mi alergia. Y esta vez venía con una sorpresa. Otro doctor Dollie apareció en escena arma en mano.

     ¡Less! —Pareció alegrarse de ver a mi compañera— Ayuda a mi pequeño, no dejes que le haga daño.
     No le hagas caso. —Dijo el primer doctor— Él es el clon.
     No, yo soy el real. ¡Maldigo el día en que te creé! ¡En que os creé! —Respondió el segundo.
     Por favor, Less. Ayúdame, no dejes que este ser se salga con la suya. -Suplicó el hijo

Less parecía desconcertada. No sabía muy bien a cuál de los dos doctores apuntar. Sonaron dos disparos. Sólo una pistola humeaba. Era la mía. Uno de los doctores y el muchacho estaban en el suelo, con una rodilla destrozada cada uno.

     ¿Qué has hecho? —Preguntó con una mirada que habría asustado al miedo.
     Solucionar tu problema.
     ¿Qué?
     He derribado a los dos clones.
     ¿Cómo lo sabes?
     Porque ambos tienen la misma marca de nacimiento en la mejilla derecha, junto a la oreja.
     ¡Porque son padre e hijo!
     Correcto.
     Enton… —Pareció comprender mi hilo deductivo— Claro, si son padre e hijo y el hijo es un clon…
     Estoy casi seguro que, además, esa marca será la firma del doctor. Apostaría a que la tienen todos los clones. —El doctor asintió— Además si quieres te lo confirmo. Dame un segundo.

Me acerqué al hijo primero y después al padre abatido. Ambos produjeron el mismo resultado en mí: un sonoro estornudo.

     ¿En serio tú no los hueles? Porque tienen un olor característico... Supongo que debe ser que has tratado con más de ellos que yo…

Se me quedó mirando. Era la primera vez que me miró con respeto.

     De nada. —Sonreí— Yo que tú los esposaría, ¿o pretendes que eso lo haga yo también?

Los maniató, no sin antes darles unas… caricias, más para soltar el estrés que por otro motivo. Llamó a la Guardia del Senado. Mientras venían saqué mi petaca con el matarratas que vende Gary en el Saloon, le ofrecí un trago y me la devolvió casi vacía. Eso demostró que lo suyo no era fachada. Era una tipa dura. Muy dura. No todo el mundo es capaz de encajar así el whiskey de Kinsley.

     Me ha gustado trabajar contigo, sheriff.
     Lo mismo digo, Less. Hacemos buena pareja.
     Sí, algo extraña.
     Sí, eso sí.

Volvió a sonar un estruendo. Eran nuestras carcajadas. 



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La próxima entrega del juego será desde las 0:00 del lunes 17 de noviembre hasta las 12 del mediodía del miércoles 19.
La frase con la que jugaremos es la siguiente: No se tome la vida demasiado en serio; nunca saldrá usted vivo de ella. —De Elbert Hubbard. Ensayista estadounidense. —Propuesta por Frank Spoiler


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