jueves, 9 de octubre de 2014

One Vision

Iba andando por el desierto. El sol apretaba con fuerza. Su reflejo en la arena hacía que el calor viniera de todas partes. Su cantimplora comenzaba a marcar la reserva. Hacía ya dos días que andaba por el desierto y lo más que había visto era arena. Ni siquiera un bicho reptando. Ni siquiera un esqueleto. No había visto nada... Hasta que vio aquella visión.



Había hecho aquel viaje solo. Su empresa le había enviado allí, a aquel país desconocido para él y para media humanidad, para negociar con el gobierno la instalación de un gasoducto. Las negociaciones iban a ser duras. Si bien era un país pobre y poco desarrollado, estaba situado justo en la trayectoria que los técnicos habían considerado la idónea para el trazado. Y los dirigentes lo sabían. Y tratarían de sacar la mayor tajada posible.



Amanda, su esposa, no había conseguido que le adelantaran unos días de vacaciones. Eso era lo más duro para él. La distancia. Además, aún siendo un gran negociador como lo era, no tenía nada claro cuándo podría volver a su casa.



Y menos en aquellos momentos. Hacía dos días había alquilado un camello y, con un guía, se había internado en el desierto. Quería conocer las sensaciones que habían inspirado a tantos profetas. También lo hacía para inspeccionar el terreno por el que pasaría la tubería, pero eso no era lo más importante. Si conseguía que la negociación llegara a buen puerto ya se encargarían los ingenieros de inspeccionarlo a conciencia. Él quería abandonarse al silencio. Y lo consiguió.



Había bajado a hacer sus necesidades, a fundirse con la naturaleza, como le gustaba a él decir. Algo llamó la atención del guía. Pudo ver como se le desfiguraba el rostro. Era algo que sólo había visto en gente al borde del pánico. Miro a su alrededor. No vio nada. Su vista alcanzaba varios kilómetros de dunas y arena, pero no veía nada que pudiera causar aquel efecto terrorífico. Sí sintió un escalofrío. No era un escalofrío al uso, este quemaba. Era como si estuvieran recorriendo su espalda con cera caliente.



Trató de calmar a su acompañante. Los camellos también estaban inquietos. No sabía si por que ellos también sentían algo o por los gritos descontrolados del guía histérico. No consiguió convencerle de que se calmara. De que allí no había nadie más que ellos. Lo que si consiguió en cambio fue quedarse en tierra cuando el guía y los camellos decidieron dejar el miedo allí y huir.



De eso hacía dos días y él seguía sin entender qué había podido alarmarles de aquel modo. Lo más inquietante que había sufrido era una tormenta de arena. A causa de la cual él creía haber perdido el norte. No sabía si caminaba en la dirección correcta o andaba en círculos. La tormenta no había sido la causante de su despiste, la causa era que tenía el mismo sentido de la orientación que un cenicero, pero esto era algo que él nunca reconocería.



Dos días sin nada más en el horizonte que dunas. Dos días con la única compañía de la arena. Dos días con sus dos gélidas noches. Dos días con el sol azotándole con saña. Dos días sin ver nada más que desierto y ahora se encontraba con aquello. Lo primero que pensó era que estaba alucinando.



Quizá tanto sol, que ya había hecho mella en su piel, le provocaba ver cosas como aquella. No era un espejismo al uso. Al menos no lo era según lo que él había leído o visto en alguna película. No era un oasis con agua y comida. Era algo que cuanto más cerca lo tenía mas fuera de lugar le parecía.



Un tipo ataviado con un elegante traje de lino, gris oscuro, de corte victoriano,  con un elegante bastón. Tenía que ser producto de su imaginación recalentada. Conforme se iba acercando apreciaba más los detalles de la indumentaria de aquella visión. Llevaba un pañuelo de seda en el bolsillo superior que hacía juego con la corbata, sobre la que destacaba una perla. Los picos del pañuelo, rojo, recordaban a una llama. Los zapatos de cuero negro combinaban con la chistera. Todo eso lo recordaba a la perfección. Sin embargo el rostro no podía memorizarlo. A los dos segundos de verlo desaparecía la imagen de su mente. Cada vez que miraba al dueño de tan magnífico traje era como mirar a un desconocido.



- Hola Frank. Encantando de verte.

- ¿Nos conocemos? - Dijo él balbuceando. En parte por el calor y la fatiga, en parte por la sorpresa de que le pudiera conocer.

- Yo a ti sí. Y esperaba que, al menos, intuirías quién soy. Pero ya veo que no. De todos modos mi nombre no es importante ahora. Aunque lo adivinarás.



Frank se frotó los ojos. y aprovechó para beber una pequeña dosis de su, cada vez mas vacía, cantimplora. El tipo del traje seguí allí. Impasible, ajeno al calor. Frank le buscó la mirada y sintió como si le atravesaran con una vara al rojo.



- Bueno, Frank, parece que estás metido en un buen lío.



No contestó. Seguía tratando de buscar una explicación lógica a todo aquello. No podía ser real. No podría haberlo sido en una ciudad, mucho menos en medio de la nada. En medio del desierto. Hasta le daba la sensación de que cuando aquel hombre hablaba subía la temperatura. ¿Cómo iba a ser eso real?



- Soy real, Frankie. ¿Te puedo llamar Frankie?

- Prefiero Frank. - Contestó él con un hilo de voz.

- Bien, yo prefiero Frankie. Soy real, pienses lo que pienses, soy real. Hablábamos de tu pequeño problema. O al menos yo hablaba de ello mientras tu dudabas de mi existencia. Dos días aquí... No ha tenido que ser divertido, ¿verdad? Lejos de la civilización, sin comida, con una creciente escasez de agua... Y sin saber volver. Pinta mal la cosa...

- Tú también estás aquí. ¿No es un problema para ti?

- Oh, no, no lo es. Yo he venido a ayudarte.

- ¿Puedes ayudarme? ¿Puedes sacarme de aquí?

- Claro, pero todo a su debido tiempo. Antes tenemos que hablar. Ven. - Dijo aquel hombre y comenzó a bajar una duna. Frank le seguía a duras penas.

- ¿Dónde vamos?

- A algún sitio donde puedas comer algo. Tienes hambre, ¿no? Y sed, la cantimplora no te da para más de una hora, si no aprieta el calor...

- Pero... ¡Estamos en pleno desierto!

- Sí, ¿cuál es el problema?

- Pues que llevo dos días aquí y no he visto nada comestible. De hecho no había visto nada de nada hasta que me topé contigo.

- Ya, y sigues sin haber visto nada todavía... - Dijo casi para él. - Bueno, a lo mejor no miraste bien. Tenemos mesa reservada en ese restaurante.



Frank levantó la vista y vio... Seguía sin entender nada. Lo que se alzaba a pocos metros delante de él era Martino’s, su restaurante favorito... A miles de kilómetros de allí. Continuaba andando, pero sólo por inercia. Su cerebro trataba de desacreditar la información que le facilitaban sus ojos.



- Es real también, Frankie, no le des más vueltas. Confía en mi. Tenemos mesa reservada a tu nombre. - Dijo su acompañante. Su aliento olía como si se hubiera tragado una caja de cerillas encendidas.



La proximidad hacía que Martino’s le pareciera cada vez más real. Su cerebro opinaba todo lo contrario. Su estómago promovió una moción de censura contra el cerebro. La acabó ganando.



- La mesa está reservada a tu nombre, Frankie.

- No puedo entrar ahí.

- ¿Por qué no? Te conocen. Eres cliente habitual. ¿Cómo no vas a poder entrar?

- Dígamos que... No voy vestido para la ocasión.

- ¿Quién dice que no?



Estaban ya en la acera, frente a uno de los dos ventanales del restaurante. En condiciones normales, esos ventanales daban a la avenida Green. Al ver su reflejo se quedo inmóvil. La ropa mugrienta había dejado su lugar a un traje azul, a una camisa blanca y a una corbata de seda azul muy pálido. Casi tan azul como el cielo del desierto, casi tan pálido como estaba quedando él. Miró a su acompañante, éste le hizo un guiño y le cogió del brazo, como invitándole a entrar de una vez al local. Frank dio una ultima mirada al reflejo. Se volvió a ver con el traje azul. El reflejo de la figura que le tenía cogido del brazo no tenía nada que ver con el original. Éste tiró con fuerza del brazo y lo llevó casi a rastras al interior. Sólo pudo ver la silueta furtivamente, sin embargo se le quedó grabada en la mente. Era como haber visto un depredador de dos patas. Recordaba una cola, recordaba unas pezuñas y unas garras que le asían. Recordaba una mirada que jamás olvidaría, recordaba unos cuernos. De repente le vino a la mente el Padre O’Neill, su tutor en cuarto grado en la escuela, Le oyó decir que si seguía con aquella conducta iría directo al Infierno.



- Gran hombre el Padre O’Neill. - Frank se giró al oír aquello. - Casi me dio pena lo de su “accidente”.



Recordaba el accidente. Se había tropezado y fue trastabillándose hasta que topó con el pilar de madera que sostenía una imagen de la Virgen. La imagen se desequilibró, cayó sobre él y le abrió la cabeza.



- ¿Le conociste? - La voz de Frank sonaba como si se hubiera preferido quedarse en la calle y hablara desde allí.

- Claro. Conozco a mucha gente. Al igual que ellos me conocen a mi. Soy... Popular, aunque no demasiado querido.

- Eres... Tú, eres...

- Qué pasa, Frankie ¿te da miedo decir mi nombre? Vamos, dilo. Nombrame. A ver cuantos de mis nombres conoces. Venga.

- No... No... No puedes ser...

- Sí, lo soy. Soy el Diablo, Belcebú, Satanás, Lucifer, Luzbel, el Ángel Caído. Sí Frankie, vas a comer conmigo.

- ¡No! Yo no...

- Oh, sí. Tenemos negocios que hacer. Sí, hablarás conmigo. Te conviene. No sabes cuánto te conviene.



Frank hizo mención de marcharse. Sus pies no. Tuvo un flash. No llegó a ser una imagen. Pero le inmovilizó. Había sangre. Había gritos. Había una voz que lloraba, una voz que conocía. El miedo le apresó. Le llegó hasta los huesos.



- Anda, no seas tonto. - Dijo Lucifer. - Mira, ahí viene Giusseppe, dile que nos acompañe a nuestra mesa. Vamos, ¡ahora! - Aquel grito fue incandescente. Sonó como un trueno. Iluminó el local como un relámpago. - Tenemos que hablar... - La voz se había tornado sedosa, como una brisa cálida.



Se giró. No podía hacer otra cosa, así que se giró. El Diablo le miraba con una sonrisa capaz de fundir un camión blindado. Giusseppe se aproximaba a ellos con otra sonrisa, sólo que más acogedora.



- Buenas tardes, señor Collins. Hoy no le puedo ofrecer su mesa favorita, está reservada.

- No hay problema, Giusseppe, cualquiera servirá. - Dijo sin ningún interés.

- Acompañenme, por favor. - La voz del camarero sonaba como si realmente le hicieran un favor al seguirle hasta la mesa.



Giusseppe los llevó hasta una pequeña mesa cuadrada. Había dos cubiertos sobre ella, pero aparentaban ser muchos más. Martino’s era uno de esos restaurantes en los que las mesas dan más de sí de lo que cabría esperar. Un restaurante donde los platos son inmensos y las raciones ridículas. En los que uno, tras pagar, se queda con la duda de si la vajilla va incluida en la factura y se la puede llevar a casa.



- No tienes mal gusto, Frankie. Está bien este garito.



Frank no contestó. Incluso intentó evitar cualquier tipo de pensamiento. Se limitó a gruñir entre dientes. El camarero permanecía esperando alguna orden, con la misma sonrisa que cuando los vio entrar. Era como si la sonrisa fuera parte del uniforme. Como si se la pusiera al empezar el turno y la llevara hasta el final de la jornada.



- ¿Les traigo la carta? - Dijo por fin.

- No. Da igual. Trae lo que tú creas oportuno. Más o menos ya sabes mis gustos.

- ¿Y para el caballero? - Dijo, dirigiéndose al Diablo.

- Cualquier cosa estará bien, gracias.



Giusseppe hizo un amago de reverencia, con su esculpida sonrisa y se marchó. Frank estaba tenso, trataba de ocultarlo sin ningún éxito. No sabía si lo que sentía era pánico o la calma que precede a una tormenta. Satán escudriñaba el local como si tuviera intención de comprarlo, o de abrir una franquicia en el Infierno.



- Bueno, tú dirás. Acabemos cuanto antes con todo esto. - Dijo Frank.

- Es curioso que no te hayan dado la mesa de siempre. ¿Quién la habrá reservado?

- Seguro que tú lo sabes.

- Puedes apostar tu vida en ello. - Dijo Lucifer acompañado de una risa tenebrosa.

- Suelta lo que sea, pero suéltalo ya.

- Vaya, así que el bueno de Frankie tiene carácter. Me gusta, me gusta. ¿A qué viene tanta prisa? Comamos algo antes.

- Tengo cosas que hacer, como seguir perdido en el desierto. Además, no eres una compañía demasiado grata.

- ¡Oh! ¡Pobre de mí! - La voz sonaba histriónica. Sobreactuaba como un actor malo de culebrón. - No soy una buena compañía para Frank... ¡Cuan desdichado me siento! - Hizo una pausa dramática y fijó su mirada en la de Frank. Éste comenzó a sentir que sus ojos ardían. Estaba cegado, sólo veía una mancha borrosa. Un líquido recorría su cara y no sabía si era sudor o sus ojos derritiéndose. El Diablo prosiguió con dulzura. Con la misma dulzura de un fósforo. - Ten cuidado, no me vayas a ofender y consigas que me enfade. Tengo mis sentimientos, ¿sabes? - Rió. - Y carácter, mucho carácter.

- Para, ¡por Dios para esto!

- Dios... Mi odiado amigo, mi querido enemigo. ¿Dónde estaba Él cuando te encontré? - Frank comenzaba a recuperar la vista. - Tendría cosas más importantes que atender. Más importantes que un fiel perdido en el desierto, camino de una muerte segura. ¿Qué ha hecho Él? Nada. ¿Qué he hecho yo? De momento traerte a un sitio para que te alimentes. ¿Y le suplicas a Él?

- Era una manera de hablar... - Dijo Frank con un hilo de voz.

- Una manera de hablar... - Repitió Satanás con una llama de voz. - Espero que no se repita. Podría truncar nuestra, aún joven, amistad.



Un camarero se acercó con un vino tinto, reserva del 74. Decantó un poco en la copa de Frank. Éste, sin siquiera probarlo, dio el visto bueno. El camarero sirvió a los dos comensales, dejó la botella en la cubitera que se encontraba en la mesa supletoria y, con un atisbo de reverencia similar al de su compañero, se retiró.



- Por nosotros. - Dijo el Diablo, con una mención de brindis. Frank ni siquiera tocó su copa. - Bien, Sr. Estoy Muy Molesto, hablemos de negocios.

- ¿Qué quieres de mi? ¿Qué puede tener alguien como yo que pueda interesar a alguien como tú?

- Vamos, Frankie, me decepcionas. Te tenía por alguien mucho más inteligente. Más culto. Mas “leído”. ¿Qué puedo querer yo de un mortal como tú? ¿En serio no lo adivinas?

- ¿Mi alma?

- Bien, bien. Veo que cuando te pones...

- ¿Para que la necesitas?

- Necesitar... Más bien me he encaprichado de ella.

- Mi alma a cambio de...



El camarero dejó los primeros platos como con sentimiento de culpabilidad. Con esa curiosa virtud que tienen los camareros de “siento interrumpir, pero esto se enfría”. Giusseppe había elegido por ellos sopa de pescado. En la carta venía mucho más adornada, como es preceptivo en según que restaurantes, pero no dejaba de ser sopa de pescado. Deliciosa, por otro lado. Cuando el camarero se retiró el Diablo probó su plato, puso cara de satisfacción y bebió un poco de vino.



- De la de ellos. - Dijo señalando con la copa, que aún no había dejado, a una pareja unas mesas más allá.

- ¿Quienes? - Contestó Frank mientras se giraba.

- Los que están en tu mesa.



Frank localizó su mesa. En ella estaba su mujer, Amanda, y un tipo que le daba la espalda.



- Eso no puede ser cierto.

- Me temo que sí. - Contestó Lucifer sin levantar la vista de su sopa.

- ¡No! Esto debe ser un truco tuyo para conseguir mi alma. ¿Qué pretendes?

- Yo nada. Él quitarte a tu mujer.

- ¿Quién es el tipo? ¿Lo conoces?

- Sí, y tú también. Bill Lang.

- ¿Bill? ¿Mi vecino?

- El mismo. - Dijo el Diablo mientras rellenaba las copas.

- ¿Llevo poco más de una semana aquí y ya me está engañando?

- No.

- Menos mal... - Dijo Frank con un cierto alivio.

- Esto está pasando al día siguiente de irte tú. - Continuó el Diablo.

- No. No me lo creo. Amanda no me haría algo así. Nunca me engañaría.

- Bien. ¿No me crees? Compruebalo tú mismo. Llámala.

- No puedo. Me dejé el móvil en el hotel.

- Mira bien en la chaqueta, anda.



Frank buscó en los bolsillos de su chaqueta y encontró su móvil en uno de los interiores. Lo sacó y lo miró como si fuera la primera vez que viera un aparato así. Con un ligero temblor en sus manos buscó el número de su esposa. Comenzó a sonar un teléfono en el restaurante. Era el de Amanda.



- ¿Frank? ¿Te ha pasado algo, cariño? - Su voz sonaba nerviosa.

- No, cielo, sólo quería oír tu voz. ¿Estas bien? Oigo barullo, ¿dónde estás?

- Oh, he bajado a Martino’s. No me apetecía cocinar para mi sola.

- ¿Has ido sola a Martino’s?

- Sí, claro. ¿Con quién iba a venir? Es “nuestro” restaurante. ¿Todo bien por ahí?

- Sí, sí, todo bien. Ya te llamo en otro momento. Que aproveche, un beso.

- Otro para ti, amor mío.



Frank estaba confuso, consternado. Miraba al Diablo y al teléfono alternativamente. Era una mirada vacía, sin vida.



- Puede no durar mucho. Tendrán un accidente con el coche.

- ¿Qué?

- Ese es el trato, Frankie. Tu alma por sus vidas.

- ¿Por la de los dos? ¿Estás loco? ¿Crees que voy a salvar al tío que se acuesta con mi mujer?

- O los dos o ninguno, Frank. Ese es el trato. Lo tomas o lo dejas.

- ¿Puedo pensarlo?

- No. No hay tiempo.

- ¿Cómo que no hay tiempo?

- El accidente ha sido hoy. Justo cuando te encontré. Es ahora o nunca.

- ¿Cómo sé que no me engañas?

- ¿Quieres ver el accidente? Puedo hacerlo.

- ¡No! No... ¿No hay otro modo?

- Me ofende que mi palabra no te baste... - Dijo, tratando de que su voz sonara ofendida.

- ¿Hay otro modo?

- Llama a tu casa a ver que te dicen...



Volvió a coger el teléfono. Los tonos de llamada se le clavaban en los tímpanos como agujas. Cada una le dolía más que la anterior. Por fin alguien descolgó al otro lado.



- ¿Diga?

- ¿Quién eres? - Dijo Frank.

- ¿Quién es usted? - Contestó la voz.

- Soy Frank. ¿Y tú?

- Oh, Dios mío, Frank - La voz se tornó llanto.

- ¿Carla? ¡Carla! ¿Qué ha pasado?

- Frank... Ha sido horrible, Amanda... Un coche... ¡Dios mío Frank!



Colgó el teléfono de nuevo. Estaba destrozado. Su estado anímico se derrumbaba a pasos agigantados. Las lagrimas comenzaban a acumularse en sus ojos. Miró al Diablo.



- ¿Sigue en pie el trato? - Dijo Frank, la voz le salía a duras penas.

- Sí y no.

- ¿Qué?

- Antes de ofrecía sus vidas por tu alma solo. Ahora son sus vidas por tu vida. Te ofrecí vida eterna y no creíste en mi. Ahora para salvar a tu amada esposa y su amado amante debes morir. - Frank permanecía callado. Pensativo. - Es curioso. Ahora puede que mueras para que otro tío siga cepillándose a tu mujer. ¿Lo harás?

- Sí.

- ¿Sí? ¿En serio? Vas consentir que otro tío se folle a tu mujer noche tras noche, ¿es eso? ¿Vas a dejarle el camino libre?

- Sí.

- Si dice que no, el que tendría el camino libre eres tú.

- Yo no tengo camino sin ella.

- Lástima que ella no opine lo mismo.

- ¿Quieres mi jodida alma o no?

- Tranquilo Frank. Sólo quiero ver que estás seguro. Lo que te ofrezco no es algo que puedas cambiar si no te gusta. Es para la eternidad.

- Si ella es feliz así, yo me iré tranquilo a pudrirme en el Infierno.

- Oh, que bonito... Lloraría, pero el Infierno me secó las lágrimas.

- A ver si me pasa a mi también... ¿Dónde hay que firmar?



El Diablo sacó un contrato. Olía a azufre. Cuando Frank lo cogió le pareció estar cogiendo una olla hirviendo. Lucifer le ofreció una pluma. Frank la miró y después al contrato.



- ¿Tiene tinta? - Preguntó.

- La tinta es tú vida, Frank. Cuando acabes de firmar acabará todo.

- ¿Cómo sé que cumplirás tu parte?

- Soy un tipo de palabra, pese a lo que digan de mí.

- Déjame que oiga su voz antes de... irme...

- Está bien, está bien... Como se corra la voz de esto... Tengo una reputación, ¿sabes?

- Gracias. - Dijo Frank con lo más parecido a una sonrisa que pudo conseguir forzar.



Firmó el contrato. Acto seguido cogió el móvil. Mientras el buscaba el número el Diablo le advirtió:



- Tienes cinco segundos.



La señal de llamada iba por la cuarta repetición cuando descolgaron.



- ¿Diga?

- ¿Amanda?

- Sí, cielo... ¿Qué pasa?

- Sólo quiero que sepas que te quiero, siempre te he querido y siempre te querré...



El Diablo se puso en pie. Frank se cayó sobre la mesa. El teléfono se escurrió de su mano y se estrelló contra el suelo. Una lágrima recorría la mejilla de Frank. Una sonrisa adornaba su rostro. El Diablo lo miró con cara de incredulidad.



- Nunca entenderé estas cosas... - Dijo antes de marcharse de Martino’s.






4 comentarios:

  1. Madre mía de mi vida!!! Creo que es una de las historias más bonitas que he leído nunca. Y es cierto que yo soy más de "fueron felices y comieron perdices". Pero lo cierto es que me encantan las historias de amor, auqnue sean amores de única dirección. Lo cierto es que me encantaría ser amada por un hombre como Frank amaba a Amanda. (buffffffff, qué cacofónico ha quedado esto, perdón).
    Al comenzar a leerlo, enseguida supe quién era el personaje. Y como mi mente calenturienta me influye hasta en lo que leo, pues comencé a imaginarme que no fuera Frank el perdido, sino yo... Y se me ocurrieron varias ideas para hacer con el Diablo! jajajaja, Qué le voy a hacer... Entonces empecé a pensar en escribir mi propio relato de "One vision" y enviártelo, tipo cualquiera de los juegos en los que participas... Pero me tiré de la oreja y seguí leyendo. Después, casi al final, volví a imaginarme en el lado de Frank y ¿sabes lo que descubrí? Pues que yo también habría entregado mi alma y mi vida, aunque mi amor se cepillara a otra. Porque no querría vivir sin él. Bufffffff, que me pongo sentimental...
    En fin, una vez más, mil gracias por compartir tus relatos, Ramón. Un besoT inmenso.

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  2. Joder, Joder joder joder.
    Me ha encantado, de pies a cabeza. No podía apartar los ojos de la pantalla, y además me sentía muy metida con el papel del calor, de golpe ha entrado el sol por la ventana y me estaba muriendo.
    Joder, en serio, fascinante, de pies a cabeza, no sé qué más decirte, que me ha encantado, y Dios, qué valor tiene Frank, en serio.
    Ya dejo de blasfemar, jajaja
    ¡Un besín, Ramón!

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  3. Hola, Ramón. Perfecto de principio a fin. Sin duda lo mejor tuyo que he leído hasta el momento. Me ha gustado todo, la historia, el ritmo, los diálogos, las metáforas. Y el giro romántico del final, soberbio. Buen trabajo, Ramón. Un saludo.

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  4. Me parece un muy buen relato. El encuentro con el diablo está muy bien descrito. Además hay suspenso. Uno no sabe lo que va a pasar y eso hace que lo sigamos leyendo hasta el final. En el interior de lo que al principio juzgamos alucinación se desarrollan los últimos actos de la vida de Frank. Su visita de la mano del diablo al restaurante del que es habitué y además vecino. Una esposa infiel que despega de su muerte para obtener su vida al lado del amante merced al sacrificio de quien verdaderamente la ama, lo cual hace que el adulterio triunfe, es decir el proyecto del diablo.
    Excelente, excelente en todo este relato. Felicito a su autor y le deseo que pueda publicarlo en un medio de papel, no tan volátil como este soporte virtual.

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