jueves, 5 de diciembre de 2013

En La Carretera (1): Próxima Gasolinera - 75 Millas



De nuevo en la carretera. Sin rumbo fijo ni destino premeditado. Nunca he necesitado eso, sólo una carretera bajo el coche y un paisaje por las ventanillas. Me encantan los paisajes, y los he visto muy bonitos, bien lo sabe Dios que sí. Los saboreo, los disfruto. Si bien es cierto que los disfrutaría más si supiera algo de botánica, si pudiera distinguir entre un nogal, un roble y un abedul y así dejaran de ser sólo madera para muebles. Pero aun así me maravillan. A veces hasta paro y hago fotografías, o dejo que mi naturaleza abone la suya, sí señor, vaya si lo hago.


De nuevo en la carretera... Una vez escuché una frase que me gustó mucho: “La vida es un viaje no un destino”. Yo creo que eso podría definir mi vida muy bien. Procuro estar de viaje el mayor tiempo posible. No me gusta estancarme en los sitios. A la que veo que me gusta el trabajo que consigo, o que me enamoro de alguna chica, cojo el coche y salgo pitando. No quiero asentarme, no señor, ese no soy yo.


En el último pueblo estuve trabajando en la funeraria, maquillando los cadáveres. No era mal trabajo, a no ser que te moleste tratar con fiambres, pero no es mi caso. A mí no me molesta en absoluto, bien sabe Dios que no. Son menos problemáticos que los vivos, quizá sea por eso que me gusten. Me llevo bien con ellos, sí señor, muy bien.


Tampoco es que no me relacione con vivos, decir eso sería faltar a la verdad. En el pueblo hice muy buenos amigos, no muchos cuatro o cinco, pero muy buenos. Hasta una novia me hice. Qué guapa era, sí señor, muy guapa. Les echaré de menos mucho, más que ellos a mí, seguro. En realidad tengo facilidad para relacionarme con la gente. Les suelo caer bien rápido. Enseguida me aceptan, les inspiro confianza, me cuentan sus penas, sus dolores de cabeza, lo mal que lo pasan... Y yo les escucho. Me gusta escuchar, se me da bien. Y bueno, está mal que lo diga, también suelo solucionarles sus problemas, es un don que tengo, bien lo sabe Dios que sí.


Pero era hora de partir. Allí ya había hecho cuánto debía hacer. Y aquí estoy, de nuevo en la carretera, sin un rumbo fijo, sin un destino premeditado. Sólo con una carretera bajo mi coche, un paisaje en las ventanillas y un único pensamiento en la cabeza: encontrar nuevas víctimas a las que solucionarles sus problemas para siempre. Bien lo sabe Dios que sí.


Continúa aquí...

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