De nuevo en la carretera. Sin rumbo fijo ni destino premeditado. Nunca
he necesitado eso, sólo una carretera bajo el coche y un paisaje por las
ventanillas. Me encantan los paisajes, y los he visto muy bonitos, bien lo sabe
Dios que sí. Los saboreo, los disfruto. Si bien es cierto que los disfrutaría
más si supiera algo de botánica, si pudiera distinguir entre un nogal, un roble
y un abedul y así dejaran de ser sólo madera para muebles. Pero aun así me
maravillan. A veces hasta paro y hago fotografías, o dejo que mi naturaleza
abone la suya, sí señor, vaya si lo hago.
De nuevo en la carretera... Una vez escuché una frase que me gustó
mucho: “La vida es un viaje no un destino”. Yo creo que eso podría definir mi
vida muy bien. Procuro estar de viaje el mayor tiempo posible. No me gusta
estancarme en los sitios. A la que veo que me gusta el trabajo que consigo, o
que me enamoro de alguna chica, cojo el coche y salgo pitando. No quiero
asentarme, no señor, ese no soy yo.
En el último pueblo estuve trabajando en la funeraria, maquillando los
cadáveres. No era mal trabajo, a no ser que te moleste tratar con fiambres,
pero no es mi caso. A mí no me molesta en absoluto, bien sabe Dios que no. Son
menos problemáticos que los vivos, quizá sea por eso que me gusten. Me llevo
bien con ellos, sí señor, muy bien.
Tampoco es que no me relacione con vivos, decir eso sería faltar a la
verdad. En el pueblo hice muy buenos amigos, no muchos cuatro o cinco, pero muy
buenos. Hasta una novia me hice. Qué guapa era, sí señor, muy guapa. Les echaré
de menos mucho, más que ellos a mí, seguro. En realidad tengo facilidad para
relacionarme con la gente. Les suelo caer bien rápido. Enseguida me aceptan,
les inspiro confianza, me cuentan sus penas, sus dolores de cabeza, lo mal que
lo pasan... Y yo les escucho. Me gusta escuchar, se me da bien. Y bueno, está
mal que lo diga, también suelo solucionarles sus problemas, es un don que
tengo, bien lo sabe Dios que sí.
Pero era hora de partir. Allí ya había hecho cuánto debía hacer. Y aquí
estoy, de nuevo en la carretera, sin un rumbo fijo, sin un destino premeditado.
Sólo con una carretera bajo mi coche, un paisaje en las ventanillas y un único
pensamiento en la cabeza: encontrar nuevas víctimas a las que solucionarles sus
problemas para siempre. Bien lo sabe Dios que sí.
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