Nuestro tour particular nos había llevado
hasta Crimson Town. Aquello se empezaba a parecer más a un viaje turístico que
a una investigación policial. Había visto tantos pueblos en el tiempo que
llevábamos en este caso, como en un par de años normales de mi vida. Pero en
este caso lo normal brillaba por su ausencia.
Nos encontrábamos en la comisaría, repasando
informes junto al jefe local, cuando Tom encontró algo que le llamó la
atención. Eran algunas de las fotos de una de las dos víctimas de allí. Se
trataba de un varón de raza blanca, de unos cincuenta años, con los cabellos
oscuros y bien engominados y una curiosa y perturbadora sonrisa en su rostro.
El cadáver se hallaba dentro de un ataúd.
- ¿Quién es? - Quiso saber Tom.
- Jason Lewis. - Dijo el jefe tras mirar la
foto. - Era el dueño de la funeraria.
- ¿Lo encontraron así? - Pregunté yo
acercándome a ellos para ver mejor qué se traían entre manos.
- Sí señor, tal cual lo ve. Hicimos todas
esas fotos antes de que el juez ordenara levantar el cadáver y llevarlo al
forense del condado.
Tom continuaba observando todas las imágenes
del informe de Lewis. El jefe y yo permanecíamos de pie a ambos costados de él.
- Tomó estricnina y se metió en la caja,
según parece. Claro que también lo pudo hacer a la inversa. - Argumentó el jefe
James, con la intención de romper el silencio.
El jefe James era un tipo de mediana
estatura y casi tan ancho como alto. Tendría poco más de cuarenta años, pero su
físico y sus problemas respiratorios le hacían aparentar diez años más. O hacía
algo por su cuerpo o su cuerpo dejaría de hacer cosas por él.
- Sí, lo he leído en el informe forense. -
Dijo mi compañero sin apartar la vista de la mesa. - ¿Y este teléfono? -
Preguntó mientras nos pasaba la foto.
- Era de Lewis. - Contestó el jefe.
- ¿Comprobaron las últimas llamadas? -
Continuó Tom
- Sí, claro. - Dijo el jefe. Por su tono y
un leve gesto que le observé, me pareció que estaba empezando a ofenderse.
- Lo que mi compañero quiere decir, es si
había alguna que les resultara sospechosa - Entré en la conversación intentando
que el jefe se volviera a sentir cómodo.
- Sí, bueno, ese día sólo realizó una
llamada.
- ¿Sólo una? - Dijo Tom apartando la vista
de las fotos por primera vez.
- Sí, sólo una. Y por la hora aproximada de
la muerte, que nos dio el forense, la hizo pocos minutos antes de meterse en la
caja.
- ¿A dónde llamó? - Le pregunté yo. No
quería entusiasmarme, pero al oír mi propia voz vi sonaba como la de un niño el
día de su cumpleaños.
- A un teléfono móvil.
- ¿Saben de quién? - Continué con las
preguntas y con el entusiasmo. Quizá, por fin, encontraríamos el hilo del que
tirar.
- No.
- ¿No? - Esta vez fue Tom el que preguntó. A
mí se me estaba derrumbando el mundo a mis pies.
- No. Era un móvil de esos de usar y tirar.
- Perfecto. - Dije yo, deseando que
realmente el mundo se borrara bajo mis pies y acabara así con todo aquello.
- Lo siento. - Dijo James al ver mi cara de
frustración.
- No se preocupe, jefe. Lo raro habría sido
haber podido avanzar. - Dijo Tom.
- A lo mejor era el teléfono de su ayudante.
- Agregó el jefe, con toda la buena voluntad de querer ofrecernos una luz que
seguir.
- ¿Hablaron con él? - Pregunté.
- No, Theodore ya no estaba en el pueblo
cuando murió Lewis. Y tampoco sabíamos dónde localizarle. No dijo hacía dónde
iba.
- ¿Theodore? - Dijimos Tom y yo al unísono.
- Sí. Theodore Greyfield. Así se llamaba.
¿Les sirve de algo?
- Podría ser. - Dijo Tom - Ahora si nos
disculpa, a mi compañero y a mi nos gustaría discutir algunas cosas en el
motel.
- Claro. Ya saben dónde encontrarme si me
necesitan.
- Muchas gracias jefe James. Mantendremos el
contacto. - Dijo Tom. Tras lo cual nos marchamos al motel.
Continúa aquí...
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