Después de diez años trabajando para los
federales uno debería estar acostumbrado a todo, o al menos a casi todo. Diez
años dan para ver muchas cosas, para conocer a mucha gente y muchos lugares.
Uno se va creando un mundo paralelo, entre su trabajo y su vida privada,
procurando que según qué cosas no le afecten demasiado. Pues aún así no me
acostumbro a viajar al sur del país.
No es que sea un lugar feo, al contrario, es
mucho más bonito que el norte, pero me siento incomodo allí. Fuera de lugar,
como extranjero en mi propio país. Y eso hablando de grandes ciudades, en los
pueblos es peor. Cuando he estado en pueblos del sur he sentido las miradas de
algunos lugareños, miradas acusadoras. Sólo les ha faltado esconder a las
mujeres y los niños.
Pero mi trabajo tiene esas cosas. Cuando se
nos solicita, o los que mandan lo creen oportuno, debemos acudir a dónde sea a
cumplir con nuestro cometido, o al menos a intentarlo.
Y en esas estamos desde hace unos meses. En
el sur intentando cumplir con nuestro trabajo todo lo bien que sabemos. Hablo
en plural porque nos han enviado al agente especial Robbins y a mi, el agente
especial Scott. Ni que decir tiene que la alegría nos desbordó a ambos nada más
encomendarnos el caso.
- ¿Dónde dices que nos envían? - le pregunté
a mi compañero de fatigas.
- A un lugar llamado Ashtown. - fue su
parsimoniosa contestación.
- Dime que no está en el sur...
- Como quieras, pero no me gusta crear
falsas ilusiones a la gente.
- Genial, está de puta madre. Un pueblo del
sur..., ¿y qué les pasa ahora?
- Tienes el informe encima de tu mesa.
- Te veo eufórico a ti también.
- Sí, me gusta la idea tanto como a ti, ya
lo sabes.
En realidad Tom, el agente especial Robbins,
no es lo que se puede llamar un torbellino. Al contrario, a su lado los
caracoles parecen unos histéricos. De todos modos es una cualidad que agradezco
en un compañero, su frialdad suele ser de gran ayuda en muchas ocasiones.
- ¿No me vas a adelantar nada?
- No, para eso nos dan un informe a cada
uno, ¿no?
Sin embargo su cinismo sí me ha sacado de
mis casillas alguna vez, cosa que a él le encanta, por cierto.
- Gracias.
- De nada, un placer, ya lo sabes. Sí te
diré que salimos mañana a primera hora. Entendiendo por primera hora las siete
de la mañana...
- Joder, sólo me dormí una vez, no es para
que me lo restriegues cada dos por tres.
- Bueno, ya es una vez más de las que me ha
pasado a mí. Y oye, a mí no me molestó, fue al jefe al que no le hizo ninguna
gracia que el mismísimo presidente tuviera que retrasar sus cosas porque “alguien” no se acordó de poner el
despertador.
Ésta era una de esas veces.
- Déjalo ya, ¿quieres?
- Vale, ya lo dejo. Hasta mañana. A las
siete, no te olvides.
- Que te den.
Continúa aquí.
Interesante cómo empieza.
ResponderEliminarUn saludo.