De nuevo he tenido que dejar atrás otra casa, otros amigos,
otra ciudad. Aunque la verdad es que no quiero asentarme en ningún lugar en
concreto, también es cierto que no era mi idea moverme tan rápido de mi último
emplazamiento. Pero todo tiene un límite, y se sobrepasó el otro día.
Quede claro que no ha sido por las continuas bromas hacia mi
condición. A eso me he tenido que acostumbrar. Tarde o temprano alguien lo
descubre.
-
Eh, Vito, ¿te quedan pilas?
-
Sí, en mi mochila hay, espera que te las busco.
-
No, da igual, ¿es esta azul?
-
Sí, pero espera…
-
¿Un tupper? ¿Para qué quieres un tupper?
-
¡No lo abras! ¡Es privado!
-
Coño, Vito, que remilgoso eres. Comparte un
poco, ¿no?... ¿Esto qué es?
-
Tofu…
-
¿Tofu? ¿Qué mierda es esa?
-
¡Es una clase de alimento! ¡Y bien bueno!
-
¿Pero tú te estas escuchando? – La verdad es que
sí, me estaba escuchando y yo mismo me sentía avergonzado.
-
Pues pega muy bien con la carne, que lo sepas…
-
Lo que tú digas, Vitofu…
Así, que no me importan los motes. Que me llamen Vitofu, Zombitariano,
Vitupper… Vigano… Vigano, ésta sí me molesta, a tan alto nivel de tontería no
he llegado.
-
¡Que es una enfermedad! ¡Que yo no soy así! –
Exclamo siempre.
-
Sí, la enfermedad te ha convertido en zombi…
-
¡Y en vegetariano!
-
Lo que tú quieras, Vitofu…
Pero no había sido esa la gota que colmó el vaso. Fue lo que
ocurrió hace dos días. Aunque he de decir que ya llevaba varios días con la
mosca detrás de la oreja. Algo que siendo un zombi a veces es literal, pero en
este caso era en el sentido metafórico.
Como digo, hacía varios días que llamaban al timbre de mi
casa, un magnifico adosado, de buena mañana. Y cuando digo de buena mañana
quiero decir antes de las doce. Que ya es un madrugón. Lo peor es que cuando yo
conseguía levantarme y ver quién era, nunca había allí nadie con el que
descargar mi ira. Pero ayer fue diferente. Ayer pasaron por debajo de la puerta
un folleto cuyo título era: ¿Pueden los
muertos volver a la vida?
-
¡Coño!, ¿no es obvio que sí? – Exclamé a una
habitación vacía.
Como era evidente que en la habitación vacía nadie me iba a
sacar de dudas, fui a casa de mi amigo Gabriel, a ver si él me podía sacar de
dudas.
-
Hola Vito, pasa. – Dijo con su voz de galán de
radionovela.
-
¿Qué tal Gabriel?
-
Aquí andamos. ¿Y tú, que me cuentas? ¿Alguna
novedad?
-
Pues mira, sí. Hoy me han pasado esto por debajo
de la puerta. – Dije mientras le entregaba el panfleto. – ¿Sabes de que va el
tema?
-
Sí, habrán sido José Luis y Adelina. – Mi cara
de no saber de qué me estaba hablando le hizo continuar. – Veo que no los has
conocido todavía. Son muy majos, para ser Testigos de Jehová.
-
¿Qué? ¿Que son qué? – Parecía que no iba a
acabar de sorprenderme nunca este mundo pos apocalíptico.
-
Sí, lo sé, a mí también me sorprendió.
-
¿Y no podemos hacer algo al respecto?
-
No. Si te refieres a comérnoslos, no.
-
¿Por qué?
-
Porque son como nosotros y ya sabes que no somos
caníbales. –Era gracioso que nosotros mismos no nos consideráramos caníbales,
cuando comíamos humanos (yo hacía lo que podía, o lo que mi estómago me
permitía), pero entendía el concepto. No comíamos zombis. Bueno, ni en general
no muertos, ni gente de las sombras.
-
¿Y no podíamos hacer una excepción?
-
Tiene gracia que lo digas tu eso, Vitofu… Pero
no, no podemos. Y eso que no sabes lo peor.
-
¿Qué puede ser peor?
-
Pues que ellos cuando muerden a alguien no sólo
lo convierten en zombi…
-
¡No me jodas!
-
Como lo oyes…
-
También tiene su parte buena.
-
¿Cuál?
-
Bueno, ya sabes de su poca amistad con la
medicina y tal… Cuando encuentren una cura, ellos no la van a querer y, bueno...
– Me miró con la típica cara de ya me
entiendes.
-
Da igual. No es consuelo suficiente.
Ese fue mi límite. Con eso no podía. Lo siento, quizá sea
poco tolerante. Pero ya me parecía demasiado. Me tenía que ir.
-
Me piro. Mañana mismo me voy.
-
¿Por esa tontería? Vamos, Vito…
-
Sí. Ha sido mi tope. Hasta ahí he llegado.
Además, no quiero asentarme mucho tiempo en ningún lugar.
-
Vale, pero déjame darte un consejo antes.
-
Claro, tú dirás.
-
Ten cuidado por dónde te adentras. Por aquí
empieza a haber muchos cotos de caza.
-
¿Y?
-
Bueno, ya sabes que aquí fuimos listos y
procuramos hacernos con todo el armamento posible, infectando, o
devorando, cuanto antes a los militares
y a las fuerzas del orden. Pero los cazadores tienen armas en sus casas y esos
son más difíciles de localizar.
Es la ventaja de vivir en un país civilizado como España, no todo el mundo tiene acceso a un arma.
-
Así que, ten cuidado ahí fuera. Procura viajar
por la noche. Y para siempre en urbanizaciones, las casas solitarias suelen ser
cobijo de cazadores.
-
Gracias, lo tendré en cuenta.
-
Un placer haberte conocido, Vito.
-
Lo mismo digo, Gabriel. – Nos fundimos en un
abrazo.
-
Y ya sabes: caminante
no hay camino… Lo pillas, caminante… Caminante…
Ambos comenzamos a reír, el típico chiste de zombis que hemos
visto muchas películas y series sobre el tema.
-
Caminante…
Muy bueno… Caminante dice…
Las lágrimas inundaron nuestros rostros. Fue una buena
despedida, después de todo. Pero tuve que partir. No sé muy bien hacia
dónde. Pero ya sabes, querido diario, se hace camino al andar…
De nada. Lástima que yo sólo haya podido leerla tres días después de que la publicaras. Como siempre, ¡Vito es tan entrañable!... ¡Es que dan ganas de comérselo!
ResponderEliminarjajajajajajajaj... xD!!! Golpe a golpe... testigos de Jehová... peor plaga que los zombis!!! pero muchísimo peor. Yo también soy poco tolerante, ni testigos ni gitanos.
ResponderEliminarSaludos y Feliz Nochebuena!!!