Llegó a casa pasadas las diez de la noche. No era su hora
habitual de llegada. Si es que últimamente tenía una hora habitual de llegada.
No era el caso. Las últimas semanas a su jefe le había dado por hacer horas
extra y a ella con él. A veces odiaba ser tan eficiente. Haber sido tan buena
estudiante. Haber hecho caso a su madre en que tenía que ser la mejor. En el
campo que quisiera, pero la mejor. Y lo había sido. Número uno de su promoción
en el MIT, dos masters y… bla bla bla…
¿Qué más le daba eso ahora si no tenía vida social, ni vida privada? Por no
tener no tenía tiempo ni de sacar a dar esos largos paseos que tanto le
gustaban a ella y a su perro, Prince, un labrador, color chocolate, de seis
años que había sido su única compañía los últimos cuatro. Desde que desapareció
su enésima pareja. No le duraban mucho y
aunque no lo quería reconocer, al menos no en voz alta, sabía cuál era el
problema. Dedicaba más tiempo a su trabajo y a seguir estudiando que a su vida
sentimental.
Por eso ahora estaban ella y Prince. Prince y ella. Y
tampoco podía darle el cariño que merecía y que él si le demostraba a ella.
Estos cuatro años en los que ellos eran los únicos habitantes de la casa dormía
en su cuarto. Nunca antes lo había hecho. Pero ahora sí. Parecía saber en todo
momento cuál era su lugar y cuales sus cometidos. Y ahora era ser su protector.
Y ella lo sentía así. Dormía tranquila por las noches ya que ante cualquier
ruido o cualquier atisbo de inquietud ella deslizaba su mano por el lateral de
la cama y Prince se la lamía, como señal de que todo iba bien.
Era un ángel. Y por eso le daba pena cuando no podía sacarlo
a pasear, como esa noche. Ambos disfrutaban de las largas caminatas, ella con
su música y él... Él era feliz al aire libre. Pero esa noche no podía. Estaba
tan agotada que no podía dar dos pasos más. A duras penas se pudo preparar una
ensalada, a la que acompañó con una copa de vino. O bueno, es lo que ella
habría declarado ante su madre o ante un tribunal. Pero en realidad fueron unas
cuantas más. Ni siquiera puso la televisión mientras cenaba. Las noticias
parecían siempre las mismas. Crisis, políticos corruptos, asesinatos, algún que
otro sicópata… No tenía ganas de saber nada de eso. Sólo de acabar la cena,
darse un buen baño acompañado de lo que quedaba del vino y dormir.
Dormir. Sonaba tan bien como utópico. Su cuerpo necesitaba
no menos de catorce horas seguidas de descanso. Con suerte tendría seis. Sin
ella se tendría que tomar alguna pastilla para ver de dormir al menos cuatro.
No lo hizo. Se acostó sin más. Y antes de dejase llevar al
reino de Morpheo se disculpó con Prince y le dio las buenas noches.
No habrían pasado ni dos horas cuando oyó un ruido extraño.
Como un grito ahogado. Como un gemido interrumpido. Sin abrir los ojos deslizó
la mano y se tranquilizó al ver que se la lamía. Dio un par de vueltas en la
cama, antes de decidir levantarse. Ahora le había entrado sed. No iba a poder
dormir como Dios manda ningún día, refunfuñaba y maldecía al vino por dejarle
la boca pastosa, mientras bajaba a la cocina a por un vaso de agua.
Cuando llegó allí oyó como un tintineo, como un goteo. El
maldito grifo otra vez, pensó, mañana llamo otra vez al casero y le canto las
cuarenta. Se supone que lo arregló la semana pasada y ya está otra vez… Cogió
un vaso, aún a oscuras, y cuando se
acercó al fregadero vio que el grifo estaba perfectamente cerrado. El tintineo
seguía, sólo que ahora le parecía como un tambor retumbando en su cabeza. Lo
siguiente que vio fue un cuchillo ensangrentado dentro del fregadero. Se giró al
tiempo que un escalofrío de mal augurio le recorrió todo el cuerpo. Lo
siguiente que percibió, aún a oscuras, fue la figura de Prince desollado, medio
colgando en la encimera. Cosido a puñaladas. Desangrándose vilmente. Ahogó un
grito cuando vio la siguiente imagen. En la pared, detrás de Prince, había una
nota que decía: “Los humanos también sabemos lamer…” , escrita con la sangre
del perro, goteando todavía por los
azulejos.
Es fuerte de narices!!! No me ha gustado. Lo siento. Todo está bien, la sorpresa, el horroroso giro pero nada (película, foto, cuento...) en la que se maten animales me puede gustar y menos un perro. Ya sabes es cuestión de gustos.
ResponderEliminarA mí no me cuadra. Hay demasiados porqués. Por qué mató al perro? Quién era ella? Por qué le tocó la china? Nada invita a que sea la víctima de un psicópata. Falta la explicación. ¿Quién era el psicópata? ¿Por qué se puso en contacto con ella? .........
Un saludo.
Está bien, no se puede gustar todas las veces. De hecho, por lo general (no digo que sea este el caso, pero sí que me pasa con frecuencia), los relatos que me gustan a mi más (de los míos hablo), no suelen ser los que más le gustan a los que los leen. Agradezco tus palabras como siempre.
EliminarSaludos!!