Chiquitín entró en la habitación con mi pistola en la mano
derecha y mi placa en la izquierda. Chiquitín, también conocido por su nombre
William McBride, era el pequeño de los McBride. Y una mole de doscientos kilos
y casi dos metros de altura. Lleno de bondad desde el primero de los
centímetros hasta el último de los gramos. También era mi ayudante, desde que
me nombraron Sheriff.
-
Vamos sheriff. Ya va siendo hora de que haga
algo útil. – Dijo con su particular todo de voz, aniñado, y su sempiterna
sonrisa en la cara.
-
¿Ya es de día? – Farfullé yo a duras penas.
-
Ya hace un buen rato de eso, jefe. El pueblo
lleva en marcha ya unas cuantas horas. No querrá que pase algo y perdérselo.
-
Claro. Este pueblo es como una locomotora de
acontecimientos. – Contesté mientras terminaba de desperezarme.
-
El pueblo en cuestión era Kinsley, en el Condado de Edwards,
Kansas. A unas cuarenta millas al este de Dodge City. Y pasaba por ser de los
pueblos más tranquilos entre el Pecos y el Missouri. Lo cual a mí me venía más
que bien. Podía pasar el tiempo entre la cama de mi casa, la de la oficina y la
del Saloon.
Allí era dónde me dirigía, al Saloon de Gary. Fue de los
primeros amigos que tuve en el pueblo, por razones obvias. Yo era un alcohólico
y él vendía el alcohol. Su local tenía todos los ingredientes que uno podía
esperar en un tugurio como el suyo. Whiskey, meretrices y pianista añejos. En
el apartado de raídos encontraríamos la decoración, el piano y el maquillaje de
las chicas. Y la categoría de desportillados, los vasos, la barra y los dientes
de alguna de las muchachas. Como digo, todo lo que uno podía soñar.
-
Hola Gary. – Dije con la misma desgana con la
que mis pasos me habían llevado hasta allí.
-
Sheriff… - Contestó el con un leve gesto de la
cabeza.
-
¿Me pones el desayuno?
-
Marchando. – Sonrió al tiempo que abría la
botella de su mejor whiskey. Su mejor whiskey no dejaba de ser el mismo
matarratas que su peor whiskey, pero cuando te lo vendía así te hacía sentir
alguien importante.
-
No pude evitar notar la presencia de un rostro nuevo, a
pesar de la reticencia de mis párpados a despegarse el uno del otro, cual
amantes en celo. Era fácil notar cuando un forastero venía al pueblo. No solía
pasar. Y cuando pasaba no eran buenas noticias.
-
¿Quién es el nuevo? – Le susurré al bueno de
Gary.
-
Ni idea. Dice que está de paso.
-
Vestía de oscuro, cosa que tampoco suele ser presagio de
nada bueno. Parece como si la mala gente tuviera ese color como uniforme.
Sombrero de ala ancha marrón oscuro con una cinta de color más claro. Barba de
varios días y cicatrices de varios años. Tampoco le vendría mal una ducha, pero
eso nos pasaba a muchos.
Conocía ese rostro. Lo había visto en una de mis visitas a
Dodge City. Su cartel estaba bien presente en la oficina del Sheriff de allí.
Era Josiah Ritter. Y era uno de los más buscados por los Marshall de Texas. Se
le acusaba varios asesinatos, entre ellos el de un par de sheriffs y otros
tantos ayudantes. También civiles. Atraco a un buen número de bancos. Incluso
violación. Todo un angelito. Todo un premio, porque la recompensa era de diez
de los grandes vivo o muerto. Y diez de los grandes era más que un buen premio.
Tenía que trabajar muchos días y jugar al póker muchas noches para ganar ese
dinero. Así que jugué mis cartas.
-
Caballero, me temo que tiene que abandonar el
pueblo. – Mi voz salía tranquila. Como sin darme importancia.
-
¿Quién lo dice? – Contestó sin alzar la vista de
su copa.
-
Yo.
-
Y usted es…
-
Bueno, como bien indica esta bonita y plateada
placa que adorna mi pecho, soy el Sheriff.
-
¿Y si no me marcho? – Fue la primera vez que me
miró. Su mirada pretendía intimidar. Lo habría conseguido, pero hacía demasiado
poco que me había levantado.
-
Tendré que detenerle.
-
Es algo que me gustaría ver como lo intenta. –
Esbozó media sonrisa. El tipo de media sonrisa del calibre 45.
-
Tiene de tiempo hasta mañana al alba. Si no se
ha marchado para entonces lo verá. – Fui yo el que esbozó ahora la sonrisa. La
sonrisa de alguien o muy loco o muy inconsciente. No pareció importarle ni
impresionarle.
-
Sabía que no se iría. Alguien como él no rehúye nunca una
pelea, un duelo o la oportunidad de añadir una nueva muesca a su revólver. Era
lo que yo quería, que se quedara. Que me enfrentara. Él jugaba sus cartas, yo
las mías. Y al alba veríamos cual era la mano ganadora.
Me marché a pasar la tarde en mi oficina. A charlar con
Chiquitín McBride. A no pensar mucho en Ritter. Había cosas en las que era
mejor no pensar mucho. Si algo me había enseñado el póker era que si confiabas
en tu mano tenías que ir hasta el final con ella, sin importarte qué podía
llevar el otro.
Me fui a la cama pronto. Más por la resaca que por mi
compromiso al alba con el bueno de Josiah. Para eso no había prisa. Ni
incertidumbre. Yo sabía que él estaría allí. Vestido de negro, cual parca, con
su gabardina reglamentaria y su sombrero marrón de ala ancha y su cinta de
color más claro. Con su barba y sus cicatrices. Y un revólver lleno de muescas
del que presumir. Yo también estaría, con mi placa de sheriff plateada. Con esa
tranquilidad que le da a uno el alcohol. Y aceptando el reto.
-
Veo que no me has hecho caso Josiah. – Dije
entre bostezos.
-
Vaya, parece que el sheriff de pacotilla sabe
quién soy.
-
Claro que lo sé. ¿Pensabas que viniendo tan al
norte no te conoceríamos?
-
No, pero si lo pensaba de este pueblo de mala
muerte.
-
Sorpresa… - Volví a sonreírle. Pareció
desconcertarle esta vez mi sonrisa.
-
Le veo muy confiado, sheriff. Eso está bien. Al
menos no morirá suplicando como muchos otros.
-
Morir… No entra en mis planes de hoy.
-
¿Y qué planes son esos? – Me daba conversación
porque estaba muy seguro de sí mismo. Era como esos gatos que juguetean con el
ratón antes de matarlo y comérselo.
-
Bueno… Matarte. Después ir a tomar algo al
Saloon. Comer algo. Enganchar el carro, llevarte a Dodge City. Cobrar mi
recompensa y, con suerte llegar mañana a tiempo de cenar y pasar un rato
agradable con alguna de las chicas. A la salud tuya y del dinero que me darán.
-
Es un buen plan… - Con un ágil movimiento movió
su gabardina y dejo ver su Colt 45, enfundado pero con ganas de salir. –
Lástima qué…
No acabó la frase. Se oyó un disparo. Me miró. Se miró. Yo
le sonreía. Su pecho sangraba. Su mirada era de estupor. No lo esperaba, y
menos en un pueblo de mala muerte, según sus palabras, y con un sheriff
borracho.
-
¿Cómo…?
-
Saluda a Chiquitín McBride. Está en el granero
que ves detrás de mí. – El pequeño de los McBride, además de bonachón era capaz
de acertar a cualquier blanco a cien metros de distancia. Era el rey del
Winchester.
-
Pero… Eso… Es… - Las palabras salían a borbotones.
– Trampa…
-
¿Trampa? Yo lo llamo trabajo en equipo.
Inteligencia. Factor sorpresa. Y diez de los grandes. También lo llamo diez de
los grandes. Pero, ¿trampa? No lo creo. – Mis palabras salían orgullosas.
Pavoneándose.
Sus ojos se apagaban, pero su sonrisa volvió. Esta vez no
era media, esta vez sonrió por completo. Una sonrisa de aprobación. De
reconocimiento. De saber que esta vez había perdido, pero asumiendo que el
contrincante había sido mejor que él. Más listo que él.
Me giré para hacerle un gesto de aprobación a McBride. Y me
dispuse a pasar el día tal y como se lo había planteado a Josiah Ritter. Punto
por punto.
Aquí tenéis una nueva aventura del sheriff.
Aquí tenéis una nueva aventura del sheriff.
Muy bien llevado relato. Un personaje como para seguir una saga. Saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias Mirta, esa era mi idea cuando lo acabé, pero luego fueron surgiendo otras ideas y esa ha quedado en la recamara.
EliminarUn saludo!
Un relato con un final insospechado, jajajajaja... Me gustó. Vaya prota!!!
ResponderEliminarUn saludo, Ramón.