miércoles, 6 de noviembre de 2013

Luna




No es que fuera una persona muy mística. Todo eso eran paparruchas para vender libros y hierbas. No. Pero sí tenía una conexión muy especial con la Luna. Tampoco es que fuera un hombre lobo. No. Por Dios. Esas cosas… Nada más de pensar en ellos le venía a la mente ese olor desagradable. Rancio. A chucho, en el peor de los sentidos. Tampoco era un vampiro. No. A él no le iba toda esa purpurina. Los vampiros, según él, eran como los Drag Queens de los monstruos nocturnos. Mucho maquillaje para tan poco talento.

Él no era nada de eso. Él era peor que ellos. ¿Por qué?, os preguntaréis. Era peor porque él era humano. Él no lo hacía por una necesidad, más o menos, biológica. Ni porque alguien o algo le hubiera transformado en un monstruo. No. Él se había hecho a sí mismo. Se había convertido en lo que era él solito. Ni siquiera podía culpar a su familia de traumatizarle. En absoluto. Si su familia supiera de su maldad serían los primeros en denunciarle. No le entenderían.

Tampoco es culpa de sus amigos. En este caso porque no los tiene. O digamos que los tiene…, hasta que se cansa de ellos y deja de tenerlos, en el sentido más amplio de la frase. Por eso su amor por la Luna. Es su constante. Porque él necesita una constante en su vida, y esa es Ella. Sin Ella enloquecería y haría de su obra la de un tarado más. Uno del montón. Y no. Él tampoco es eso. Él no es un lunático, por mucho que adore al satélite. 

Él es un artista. Incomprendido. Sí. Pero, ¿no lo son todos los grandes genios de la Historia? Sabe que llegará un momento en que su obra sea aclamada. No le cabe la menor duda. Lo que ahora ven como atrocidades. Como crímenes abominables, las futuras generaciones lo verán como Arte. Con mayúsculas. Y entenderán la gran influencia que tuvo en ese Arte la Luna. Le estudiaran en los colegios. Nadie le temerá. No como ahora. No como el pobre muchacho al que va a trabajar hoy. Su lienzo de esta noche…


Inspiración: foto de Diego Escolano

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