Yo no sabía nada de sus negocios. Esa era toda la defensa
que se me ocurría en ese momento, que yo no sabía nada de sus negocios. No era
mucho, ni siquiera era la verdad, pero era todo lo que mi cerebro llegaba a
discernir en ese instante. Desde luego como abogado defensor no habría tenido precio.
O sí, pero habría estado rondando el cero absoluto. Quizá por eso, por mi falta
de intelecto, me vi abocado a ese momento.
Mi vida había sido bastante vulgar. Yo era el típico
muchacho del que nadie en su clase recuerda su nombre diez años después. Qué
digo diez años, en muchos casos ni diez minutos después de salir del colegio.
No era, tampoco, el alma de las fiestas. De hecho nunca me invitaban a ninguna.
Lo cual no era impedimento para que yo asistiera. De todos modos nadie notaría
mi presencia. Yo, sin embargo, si era capaz de notar mi invisibilidad. Podía
percibir como las miradas pasaban de largo de mi persona.
No era el más popular. No destacaba en deportes. No era el
más inteligente. Y mis habilidades sociales brillaban por su ausencia. Era
prescindible. O al menos así me sentía. Hasta que conocí a José María. A él no
parecía importarle mis carencias. Lo cual era una novedad, después de
veintisiete años de vida. Era cierto lo que se decía sobre que no había que
perder la esperanza. Después de todo ese tiempo tuve a mi primer amigo.
Junto a él comenzó una nueva vida para mí. Parecía que él me
hacía más visible. Al principio fue un poco abrumador, la falta de experiencia
en el trato social se notaba. Aunque José María estaba siempre ahí, para echarme
una mano.
Empezaron a invitarme a fiestas. Las mujeres se fijaban en
mí. ¡En mí! Ojalá hubiera podido volver atrás en el tiempo y decirle a mi yo de
quince años que con el tiempo iba a mejorar la cosa. Fiestas, mujeres, juergas,
viajes de hoy para mañana. Una vida que jamás habría sospechado vivir.
Lo cierto es que con tanto alboroto no puedo decir cuándo se
torció la cosa. Cuando caí en el lado oscuro de La Vida. No lo vi venir, desde
luego, una cosa que no cambió era que yo seguía siendo muy cortito. Quizá por
eso caí en el juego de José María. O quizá lo había estado esperando. Quizá
estaba latente en mí y él lo único que hizo fue sacarlo a la superficie.
Hacerlo visible también.
Sea como sea, mi única defensa. La única que se me ocurría
era: Yo no sé nada de sus negocios. Aunque era mentira. Yo había participado de
manera activa en el secuestro de esas treinta y cinco víctimas. Y no sólo en su
secuestro, también su tortura. Había estado presente durante sus lamentos,
durante sus súplicas. Había sido brazo ejecutor cuando él se aburría de ellos.
Lo único que habíamos hecho bien, gracias a José María claro, era que las
víctimas eran muy variadas, en cuanto a raza, etnia, edad, sexo... Eso evitó que
ese momento, el momento en que todo iba a acabar, tardara más en llegar. Y yo
sólo podía decir que no sabía nada de sus negocios. Que no tenía ni idea de lo
que hacía José María en su tiempo libre. Y era mentira. La mentira más grande.
Y lo era porque José María sólo era una voz dentro de mi cabeza.
Grande! Chico ¿de dónde has salido? Cuánto tiempo llevas escribiendo?
ResponderEliminarMuy bien.
Un saludo.
Y ya puestos por qué no pones que se pueda compartir con google, face, twiter o tuenti. Por lo menos es lo que veo en todos. En el de Ricardo también. Así alguien más podrá disfrrutar de un buen rato.
Muchas gracias Arturo. Escribo a épocas, porque nunca he sido muy constante. Este debe ser el tercer o cuarto blog que tengo. Tengo algún relato por ahí de 2004, así que desde esa época más o menos. Quizá un poco antes.
EliminarRespecto a lo que me comentas de poder compartir en redes sociales... Pues no lo he puesto porque no sabía que se pudiera. Investigaré a ver cómo se puede añadir y lo haré.
Muchás gracias y un saludo.
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