El Paradise Lost era
un club elegante. Estaba situado en una de las mejores zonas de la ciudad.
Aunque no era obligatorio, la gente que lo frecuentaba solía vestir sus mejores
galas. Allí podías encontrar todo tipo de gente: banqueros, actores, músicos, incluso
gente que nunca había tenido su minuto de gloria a nivel nacional, pero para la
que poder pasar unas horas en aquel lugar era un triunfo y un placer.
Estaba decorado con
un gusto exquisito. Sus pequeñas mesas redondas estaban dispuestas alrededor de
la pista de baile en diferentes alturas y estaban cubiertas por unos tapetes de
color verde oscuro, a juego con las mullidas sillas que las acompañaban. En el
centro de cada una reposaba una llama eterna en forma de vela. La educación y
el saber estar de los empleados era notorio hasta en su modo de andar. El
ambiente musical corría a cargo de la Paradise Lost Club Band. Eran dieciséis
espléndidos músicos, su sección de viento era dulce, su sección rítmica
arrolladora. Las voces las ponían Joe y Marcia, un dúo vocal del que se decía
que no habían dado una nota fuera de lugar en los últimos diez años.
Él había conseguido
ocupar la misma mesa que hacía seis años ocupaba el día que conoció a su mujer.
“Seis años...”, pensaba, “seis años, parece algo tan lejano y tan cercano a la
vez...” Sin duda había sido el gran amor de su vida. Había vivido en primera
persona todo aquello que él pensaba que sólo le ocurría a los amantes de
novelas baratas.
Sin embargo esa noche
estaba solo en aquel local. Solo con sus recuerdos y con su copa de Jerez. De
repente notó una mirada posarse en él. Levantó su vista y vio aquellos ojos
castaños fijos en su persona. Unos ojos tiernos y tímidos que le observaban a
hurtadillas. La dueña de aquel par de ojos también lo era de una sonrisa pícara
y nerviosa. Sus miradas habían encallado, ninguno podía hacer otra cosa más que
mirar al otro.
Sin apartar la
mirada, llamó a un camarero para indicarle que invitara a una copa de su parte
a aquella hermosa mujer. El tiempo que tardó el camarero en acercarse a la mesa
de ella y comunicarle sus intenciones se le hizo eterno. Los nervios se le
acumulaban en el estómago. ¿Y si rechazaba la invitación? Al fin y al cabo no
eran más que un par de desconocidos que habían cruzado un par de miradas y otro
par de sonrisas. Al fin y al cabo no eran más que extraños en la noche...
Sus pensamientos se
unieron a la aceptación de ella a ser invitada. Entonces lo vio claro. Espero
un par de segundos para aplacar sus nervios antes de levantarse. No funcionó.
Los nervios habían aumentado, pero él se levantó de igual modo y fue hacia
ella. Por el camino solicitó al pianista una canción. Las primeras notas de la
cual comenzaron a sonar justo cuando él llegaba junto a la mesa de ella.
- ¿Me concede este
baile? - Preguntó él con una sonrisa llena de encanto y de pánico.
- Será un placer. -
Respondió ella con un atisbo de rubor en sus mejillas.
Bailaron al compás de
la bella melodía de Strangers In The Night. Sus manos tocaban el cuerpo del
otro como con miedo a que éste se rompiera en mil pedazos. Como temiendo que
todo se rompiera en mil pedazos. Pero consiguieron abstraerse lo suficiente
como para sentir sólo la música y la compañía de la otra persona. El resto
había desaparecido durante esos escasos tres minutos.
Cuando acabó de sonar
el último acorde se sentaron y tomaron un par de copas más. Hablaban, aunque no
tenían muy claro que la conversación tuviera ningún sentido ni llevara a ningún
lado. Estaban histéricos, como colegiales en su primer baile.
Apuraron sus bebidas
y decidieron salir a dar un paseo. La noche era fabulosa. La temperatura
agradable. Las estrellas tintineaban en el firmamento, como haciéndoles guiños
a aquella pareja de extraños. Tan sólo se echaba de menos la presencia de la
Luna. Algo que ni ella misma se perdonaría.
Caminaban y
charlaban. Él rozó la mano de ella furtivamente y ella no la dejó escapar. Las
manos entrelazadas se sujetaban con firmeza, temiendo que el aflojar hiciera
que la otra se desvaneciera.
Reían, respiraban los
aromas ajazminados de la noche al pasar junto a un parque, sentían la
complicidad del otro. Dos extraños en la noche se encuentran en un club y dan
rienda suelta a sus impulsos. Nunca habían creído en ello ninguno de los dos, y
allí estaban caminando como una sola persona.
Él se ofreció a
acompañarla a casa y ella accedió casi sin pestañear. Era el colofón a una
noche que había comenzado solitaria y que estaba acabando como en un cuento de
hadas. Llegaron a la casa y antes de que ella entrara en el portal él le robó
un beso tímido y huidizo. Ella le regaló otro, mucho menos retraído y mucho más
cautivador.
Sus labios se
separaron.
- Feliz aniversario
amor. - Dijo él con una amplia sonrisa de satisfacción.
- Feliz aniversario
vida. - Contestó ella devolviéndole la sonrisa y besándole de nuevo.
Hola, Ramón.
ResponderEliminarTe traigo unos amigos para que den fe de tu prolijidad, jajajaja... no, en serio quieren seguirte y hacerse lectores tuyos. Yo no he insistido nada, eh? han sido ellos que tenían muchas ganas y... sin sacar la navaja. Te lo pongo aquí porque es creo, donde yo me quedé leyendo, aún no estoy seguro, aparte de los capítulos de La Carretera que también me leí.
Pensándolo mejor este blog hace menos daño a la vista que el otro que tenías y es más pacífico, más relajante. Lo examinaré a conciencia más tarde que ya solo me quedan dos relatos por terminaaaaar.
Los leo... Descanso hasta el viernes y los releo para votar. Y ese día vacaciones!!! a leer y escribir lo que me dé la gana.
Saludos, majo.
Muchisimas gracias, Ricardo, tu sí que eres majo! Me tienes en mejor estima que yo mismo (cosa que no es muy dificil, jeje), eternamente agradecido siempre por tus palabras y por las visitas que vienen de tu parte.
EliminarSaludos amiguete!
Hola ¿Qué tal, jefe? A leer. Me pongo el viernes como tú.
ResponderEliminarBienvenida, Victoria, sientete como en casa!
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarInteresante...
ResponderEliminarVamos llegando...
Saludos Pepito Grillo!
EliminarHola.
ResponderEliminarSoy Roberto.
Hola, Roberto, encantado.
EliminarUn saludo!
Un sensacional, fresco y romántico relato que, solo al final, pierde un poco de su frescura... ¡mira que ser un matrimonio, me has matado!! (Lo de perder un poco la frescura es porque este final ya lo viví en otras historias, no solo en la tuya). Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias por las felicitaciones y las amables palabras... Con respecto al final, supongo que se nota que no estoy acostumbrado a escribir este tipo de historias en el que al final no muere nadie... jajajajaja
ResponderEliminarSaludos!
Síi, síiiiiiii!!!! Al fin amoooooor!! ajajja Pero qué bonitoooooo Ramón!!!!
ResponderEliminar¡¿Cómo no lo vi antes?! Desde hoy pasa a a ser entre tus relatos, mi favorito jiji.
Me encantó, el final me mató, no me lo esperaba, morí de amorr!! ♥♥
Gracias por compartir!!!! :D
Un besote!
Me alegro mucho, Karina Supongo que cuando lo publiqué no nos conocíamos aun La verdad es que este tipo de historias no me salen tan a menudo, pero me alegra que cuando salen gusten de este modo, jejeje Besicos y gracias mil
EliminarAinsssssssssss, no sé si porque soy una romántica empedernida, que creo y creo en el amor, o porque tienes esa forma de escribir que siempre me encanta (bueno, casi siempre, jejejejej), pero una vez más tengo que decir que ME HA ENCANTADOOOOOO.
ResponderEliminarPrecioso final: tenían que ser pareja ya. Yo me lo imaginaba.... Gracias por compartirlo, una vez más. Y que sepas que se me ha ocurrido la continuación. Creo que me gustaría escribirla...
Besucos.
Maravilloso mantener la emoción del primer día... me ha encantado.
ResponderEliminarTe felicito... Besos!!
Muy bien narrado, Ramón. Y Sinatra, ¿qué puedo decir de "La voz"? Aunque odiaba el rock, hace tiempo que se lo perdoné. Con una voz como la suya, uno no tiene más remedio que perdonárselo casi todo. Un abrazo, compañero.
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