Era
una noche oscura. Las nubes cubrían cuanto la vista podía abarcar. Parecía
increíble que tras ellas hubiera un firmamento lleno de estrellas y un
entrañable satélite al que habían bautizado con el nombre de Luna. La única
realidad era la oscuridad. Y la tormenta. La tormenta se encargaba de dar unos
instantes de luz, acompañados por un escalofriante redoble. Y después de nuevo
la oscuridad y el silencio.
Hacía
más de tres horas que estaba a merced de la oscuridad, incomunicada en aquella
cabaña. Hacía más de tres días que duraba la tormenta. Hacía una semana que
había llegado allí, acompañada de un grupo de cinco amigos. Hacía horas o días
que no sabía de ellos. Habían ido saliendo, bien por leña, bien a buscar a los
que no volvían. Hacía una hora que había dejado de llorar y dos que había
empezado. Hacía tres minutos del último relámpago. Hacía tres minutos desde que
había visto la silueta. Hacía tres minutos que había oído aquel grito. Ni
siquiera el trueno había sido capaz de ahogarlo. Era un grito capaz de helar un
desierto y de calentar los polos. Su humedad se te metía en los huesos, su
resonancia permanecía en tus tímpanos hasta el siguiente grito. Entonces era
peor, los ibas acumulando en tu interior hasta volverte loco.
Llevaba
tres horas así, a oscuras y en silencio. Con instantes de luz y gritos.
Inmóvil, en el suelo de aquella cabaña. Con la mirada fija en la ventana del
salón. Con los oídos tensos, vigilando hasta el sonido más insignificante. Oía
ramas partirse, oía animales levantar el vuelo o huir gimoteando. Oía las gotas
de la lluvia golpear contra el techo y los cristales, como suplicando que las
dejaran entrar, suplicando un lugar dónde esconderse.
Sus
ojos se habían acostumbrado a la oscuridad. Sólo perdía visibilidad justo los
instantes posteriores a los relámpagos. Le parecía distinguir un rostro en la
ventana, mirando al interior. El siguiente relámpago debía estar al caer. Y
rezaba. Rezaba para que viniera el relámpago, y para que no viniera. Una parte
de ella quería saber a qué temía, la otra no podía estar más en contra de
aquella solicitud.
El
relámpago no podía atender ambas solicitudes y llegó. Ya no había nadie allí.
No había rostro, pero si había una ligera marca de vaho desvaneciéndose. Seguía
allí, al acecho. No sabía quién o qué, pero seguía allí. Llegó el trueno. Llegó
el grito. Llegó el sonido de unos cristales al romperse. Se le heló la sangre.
¿Qué
podía hacer? ¿Esperar a la muerte o ir a por ella? Cualquiera de las dos
opciones parecían tener el mismo final. Permaneció escuchando un momento. Sólo
se oía la lluvia, el viento silbando. Nada de pasos. Nada de cristales pisados.
Sólo la tormenta. Se escurrió hasta una pared y apoyó la espalda en ella. Ahora
tenía que vigilar dos entradas. Quiso llorar, quiso gritar, quiso respirar. Se
le acumulaba el trabajo, se le escapaba el tiempo. Porque en definitiva era
sólo eso: cuestión de tiempo. Iba a morir. Lo sabía. Había ido a aquella cabaña
a pasar una semana con los amigos. Unas vacaciones merecidas, sin
complicaciones, disfrutando de la naturaleza. Y se habían encontrado con una
semana llena de muerte. Ella era la última. Nadie les echaría en falta hasta
dentro de unos días. Nadie les buscaría. No aparecería ningún héroe en el
último segundo para rescatarla. Aquella historia ya sólo tenía dos personajes:
ella y la silueta portadora de la muerte.
La
lluvia estaba parando. Ya sólo era un leve sonido de gotas, distantes en el
tiempo. El silencio iba ganando camino. La oscuridad seguía asentada en su
posición. Se oía murmurar a la tormenta en la lejanía. No parecía que volvieran
los relámpagos, no habría más luz. Sólo oscuridad y silencio. Solo ella y
aquello.
La
tormenta abandonaba la escena para dar paso a la calma. Una calma tensa. Ella
casi ni respiraba para poder escuchar. Para saber en qué momento moriría. No
sabía qué hacer. Decidió contar mentalmente hasta diez antes de moverse de
allí.
“Uno,
dos, tres...”
Todo
permanecía calmado.
“Cuatro,
cinco, seis, siete...”
El
silencio era peor que la oscuridad. Ya no se partían ramas, ya no se movían los
animales, la lluvia había huido.
“Ocho,
nueve...”
Se
oyó el grito, venía de su espalda, del otro lado de la pared. La envolvió como
amortajándola. La sangre no se le heló, al menos no dentro de su cuerpo. La
sangre empezaba a abandonarla y a acomodarse en el suelo de la cabaña. Ella se
limitó a reír. Una risa entre histérica y aliviadora. Estaba muriendo, sí, pero
llevaba horas viviendo una pesadilla de la que conocía el final: este final. Y
era un alivio que hubiera llegado. No habría soportado vivir más tiempo con esa
espada sobre su cabeza. Con esa sentencia de muerte esperando. Ya había pasado
lo peor. Ahora había que afrontar lo que venía con una sonrisa en los labios.
Era el final de sus vacaciones y de su vida, pero también el final de la peor
pesadilla que había podido imaginar nunca.
“..., diez”
Exhaló.
Foto cortesía de Diego Escolano.
Me ha gustado mucho, Ramón. Felicidades.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ole, ole, Ramón!! Cómo me ha gustado!! Tiene un ritmo genial, como bien decías, acelerando, acelerando hasta el desenlace final. Tremendo!! Gracias por pasarme el link!! :)
ResponderEliminarMuchas gracias a ti, Ángela, por pasarte a leerlo. Me alegra que te haya gustado. :-)
EliminarSaludos!
Hola, Ramón. Un relato verdaderamente angustioso, no hay duda. Has tomado como referencia un cliché de película de terror adolescente y lo has sabido llevar a tu terreno. Chapeau. Saludos.
ResponderEliminarHola, muy bueno,se me ha erizado la piel en "Nueve" ,tan solo de imaginarme esa cosa detrás de ella.
ResponderEliminarGenial!! Saludos y enhorabuena.
ResponderEliminarTe invito a visitar mi blog, yo me quedo a curiosear el tuyo.
Buena historia llena de suspenso. Gracias por compartir Ramon Escolano
ResponderEliminarGracias por compartir Ramón, me ha gustado mucho!
ResponderEliminarTerror de inicioa fin, muy bueno, Ramon.!
ResponderEliminarBueno, pues no puedo decir que no me haya gustado, la verdad. Aunque yo soy más de "Fueron felices y comieron perdices". Vale, sí que se reía, al final, pero no comió perdiz.... Lo cierto es que me ha encantado la parte de "Hacía.......... que...... Hacía........ que......"
ResponderEliminarY otra cosa, muy ambientada en esta época de miedo que nos invade, este tiempo de fiestas inglesas o americanas, que no tienen nada que ver conmigo..........
Gracias, como siempre, por regalárnoslo! Besos.