sábado, 16 de noviembre de 2013

Una Noche Oscura



 



Era una noche oscura. Las nubes cubrían cuanto la vista podía abarcar. Parecía increíble que tras ellas hubiera un firmamento lleno de estrellas y un entrañable satélite al que habían bautizado con el nombre de Luna. La única realidad era la oscuridad. Y la tormenta. La tormenta se encargaba de dar unos instantes de luz, acompañados por un escalofriante redoble. Y después de nuevo la oscuridad y el silencio.

Hacía más de tres horas que estaba a merced de la oscuridad, incomunicada en aquella cabaña. Hacía más de tres días que duraba la tormenta. Hacía una semana que había llegado allí, acompañada de un grupo de cinco amigos. Hacía horas o días que no sabía de ellos. Habían ido saliendo, bien por leña, bien a buscar a los que no volvían. Hacía una hora que había dejado de llorar y dos que había empezado. Hacía tres minutos del último relámpago. Hacía tres minutos desde que había visto la silueta. Hacía tres minutos que había oído aquel grito. Ni siquiera el trueno había sido capaz de ahogarlo. Era un grito capaz de helar un desierto y de calentar los polos. Su humedad se te metía en los huesos, su resonancia permanecía en tus tímpanos hasta el siguiente grito. Entonces era peor, los ibas acumulando en tu interior hasta volverte loco.

Llevaba tres horas así, a oscuras y en silencio. Con instantes de luz y gritos. Inmóvil, en el suelo de aquella cabaña. Con la mirada fija en la ventana del salón. Con los oídos tensos, vigilando hasta el sonido más insignificante. Oía ramas partirse, oía animales levantar el vuelo o huir gimoteando. Oía las gotas de la lluvia golpear contra el techo y los cristales, como suplicando que las dejaran entrar, suplicando un lugar dónde esconderse.

Sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad. Sólo perdía visibilidad justo los instantes posteriores a los relámpagos. Le parecía distinguir un rostro en la ventana, mirando al interior. El siguiente relámpago debía estar al caer. Y rezaba. Rezaba para que viniera el relámpago, y para que no viniera. Una parte de ella quería saber a qué temía, la otra no podía estar más en contra de aquella solicitud.
El relámpago no podía atender ambas solicitudes y llegó. Ya no había nadie allí. No había rostro, pero si había una ligera marca de vaho desvaneciéndose. Seguía allí, al acecho. No sabía quién o qué, pero seguía allí. Llegó el trueno. Llegó el grito. Llegó el sonido de unos cristales al romperse. Se le heló la sangre.

¿Qué podía hacer? ¿Esperar a la muerte o ir a por ella? Cualquiera de las dos opciones parecían tener el mismo final. Permaneció escuchando un momento. Sólo se oía la lluvia, el viento silbando. Nada de pasos. Nada de cristales pisados. Sólo la tormenta. Se escurrió hasta una pared y apoyó la espalda en ella. Ahora tenía que vigilar dos entradas. Quiso llorar, quiso gritar, quiso respirar. Se le acumulaba el trabajo, se le escapaba el tiempo. Porque en definitiva era sólo eso: cuestión de tiempo. Iba a morir. Lo sabía. Había ido a aquella cabaña a pasar una semana con los amigos. Unas vacaciones merecidas, sin complicaciones, disfrutando de la naturaleza. Y se habían encontrado con una semana llena de muerte. Ella era la última. Nadie les echaría en falta hasta dentro de unos días. Nadie les buscaría. No aparecería ningún héroe en el último segundo para rescatarla. Aquella historia ya sólo tenía dos personajes: ella y la silueta portadora de la muerte.

La lluvia estaba parando. Ya sólo era un leve sonido de gotas, distantes en el tiempo. El silencio iba ganando camino. La oscuridad seguía asentada en su posición. Se oía murmurar a la tormenta en la lejanía. No parecía que volvieran los relámpagos, no habría más luz. Sólo oscuridad y silencio. Solo ella y aquello.

La tormenta abandonaba la escena para dar paso a la calma. Una calma tensa. Ella casi ni respiraba para poder escuchar. Para saber en qué momento moriría. No sabía qué hacer. Decidió contar mentalmente hasta diez antes de moverse de allí.

“Uno, dos, tres...”

Todo permanecía calmado.

“Cuatro, cinco, seis, siete...”

El silencio era peor que la oscuridad. Ya no se partían ramas, ya no se movían los animales, la lluvia había huido.

“Ocho, nueve...”

Se oyó el grito, venía de su espalda, del otro lado de la pared. La envolvió como amortajándola. La sangre no se le heló, al menos no dentro de su cuerpo. La sangre empezaba a abandonarla y a acomodarse en el suelo de la cabaña. Ella se limitó a reír. Una risa entre histérica y aliviadora. Estaba muriendo, sí, pero llevaba horas viviendo una pesadilla de la que conocía el final: este final. Y era un alivio que hubiera llegado. No habría soportado vivir más tiempo con esa espada sobre su cabeza. Con esa sentencia de muerte esperando. Ya había pasado lo peor. Ahora había que afrontar lo que venía con una sonrisa en los labios. Era el final de sus vacaciones y de su vida, pero también el final de la peor pesadilla que había podido imaginar nunca.

“..., diez”

Exhaló.



Foto cortesía de Diego Escolano.



 

10 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho, Ramón. Felicidades.
    Un abrazo.

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  2. Ole, ole, Ramón!! Cómo me ha gustado!! Tiene un ritmo genial, como bien decías, acelerando, acelerando hasta el desenlace final. Tremendo!! Gracias por pasarme el link!! :)

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    1. Muchas gracias a ti, Ángela, por pasarte a leerlo. Me alegra que te haya gustado. :-)

      Saludos!

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  3. Hola, Ramón. Un relato verdaderamente angustioso, no hay duda. Has tomado como referencia un cliché de película de terror adolescente y lo has sabido llevar a tu terreno. Chapeau. Saludos.

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  4. Hola, muy bueno,se me ha erizado la piel en "Nueve" ,tan solo de imaginarme esa cosa detrás de ella.

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  5. Genial!! Saludos y enhorabuena.
    Te invito a visitar mi blog, yo me quedo a curiosear el tuyo.

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  6. Buena historia llena de suspenso. Gracias por compartir Ramon Escolano

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  7. Gracias por compartir Ramón, me ha gustado mucho!

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  8. Terror de inicioa fin, muy bueno, Ramon.!

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  9. Bueno, pues no puedo decir que no me haya gustado, la verdad. Aunque yo soy más de "Fueron felices y comieron perdices". Vale, sí que se reía, al final, pero no comió perdiz.... Lo cierto es que me ha encantado la parte de "Hacía.......... que...... Hacía........ que......"
    Y otra cosa, muy ambientada en esta época de miedo que nos invade, este tiempo de fiestas inglesas o americanas, que no tienen nada que ver conmigo..........
    Gracias, como siempre, por regalárnoslo! Besos.

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