domingo, 17 de noviembre de 2013

Kinsley



Chiquitín entró en la habitación con mi pistola en la mano derecha y mi placa en la izquierda. Chiquitín, también conocido por su nombre William McBride, era el pequeño de los McBride. Y una mole de doscientos kilos y casi dos metros de altura. Lleno de bondad desde el primero de los centímetros hasta el último de los gramos. También era mi ayudante, desde que me nombraron Sheriff.

-          Vamos sheriff. Ya va siendo hora de que haga algo útil. – Dijo con su particular todo de voz, aniñado, y su sempiterna sonrisa en la cara.
-          ¿Ya es de día? – Farfullé yo a duras penas.
-          Ya hace un buen rato de eso, jefe. El pueblo lleva en marcha ya unas cuantas horas. No querrá que pase algo y perdérselo.
-          Claro. Este pueblo es como una locomotora de acontecimientos. – Contesté mientras terminaba de desperezarme.
-           
El pueblo en cuestión era Kinsley, en el Condado de Edwards, Kansas. A unas cuarenta millas al este de Dodge City. Y pasaba por ser de los pueblos más tranquilos entre el Pecos y el Missouri. Lo cual a mí me venía más que bien. Podía pasar el tiempo entre la cama de mi casa, la de la oficina y la del Saloon.

Allí era dónde me dirigía, al Saloon de Gary. Fue de los primeros amigos que tuve en el pueblo, por razones obvias. Yo era un alcohólico y él vendía el alcohol. Su local tenía todos los ingredientes que uno podía esperar en un tugurio como el suyo. Whiskey, meretrices y pianista añejos. En el apartado de raídos encontraríamos la decoración, el piano y el maquillaje de las chicas. Y la categoría de desportillados, los vasos, la barra y los dientes de alguna de las muchachas. Como digo, todo lo que uno podía soñar.

-          Hola Gary. – Dije con la misma desgana con la que mis pasos me habían llevado hasta allí.
-          Sheriff… - Contestó el con un leve gesto de la cabeza.
-          ¿Me pones el desayuno?
-          Marchando. – Sonrió al tiempo que abría la botella de su mejor whiskey. Su mejor whiskey no dejaba de ser el mismo matarratas que su peor whiskey, pero cuando te lo vendía así te hacía sentir alguien importante.
-           
No pude evitar notar la presencia de un rostro nuevo, a pesar de la reticencia de mis párpados a despegarse el uno del otro, cual amantes en celo. Era fácil notar cuando un forastero venía al pueblo. No solía pasar. Y cuando pasaba no eran buenas noticias.

-          ¿Quién es el nuevo? – Le susurré al bueno de Gary.
-          Ni idea. Dice que está de paso.
-           
Vestía de oscuro, cosa que tampoco suele ser presagio de nada bueno. Parece como si la mala gente tuviera ese color como uniforme. Sombrero de ala ancha marrón oscuro con una cinta de color más claro. Barba de varios días y cicatrices de varios años. Tampoco le vendría mal una ducha, pero eso nos pasaba a muchos.

Conocía ese rostro. Lo había visto en una de mis visitas a Dodge City. Su cartel estaba bien presente en la oficina del Sheriff de allí. Era Josiah Ritter. Y era uno de los más buscados por los Marshall de Texas. Se le acusaba varios asesinatos, entre ellos el de un par de sheriffs y otros tantos ayudantes. También civiles. Atraco a un buen número de bancos. Incluso violación. Todo un angelito. Todo un premio, porque la recompensa era de diez de los grandes vivo o muerto. Y diez de los grandes era más que un buen premio. Tenía que trabajar muchos días y jugar al póker muchas noches para ganar ese dinero. Así que jugué mis cartas.

-          Caballero, me temo que tiene que abandonar el pueblo. – Mi voz salía tranquila. Como sin darme importancia.
-          ¿Quién lo dice? – Contestó sin alzar la vista de su copa.
-          Yo.
-          Y usted es…
-          Bueno, como bien indica esta bonita y plateada placa que adorna mi pecho, soy el Sheriff.
-          ¿Y si no me marcho? – Fue la primera vez que me miró. Su mirada pretendía intimidar. Lo habría conseguido, pero hacía demasiado poco que me había levantado.
-          Tendré que detenerle.
-          Es algo que me gustaría ver como lo intenta. – Esbozó media sonrisa. El tipo de media sonrisa del calibre 45.
-          Tiene de tiempo hasta mañana al alba. Si no se ha marchado para entonces lo verá. – Fui yo el que esbozó ahora la sonrisa. La sonrisa de alguien o muy loco o muy inconsciente. No pareció importarle ni impresionarle.
-           
Sabía que no se iría. Alguien como él no rehúye nunca una pelea, un duelo o la oportunidad de añadir una nueva muesca a su revólver. Era lo que yo quería, que se quedara. Que me enfrentara. Él jugaba sus cartas, yo las mías. Y al alba veríamos cual era la mano ganadora.

Me marché a pasar la tarde en mi oficina. A charlar con Chiquitín McBride. A no pensar mucho en Ritter. Había cosas en las que era mejor no pensar mucho. Si algo me había enseñado el póker era que si confiabas en tu mano tenías que ir hasta el final con ella, sin importarte qué podía llevar el otro.

Me fui a la cama pronto. Más por la resaca que por mi compromiso al alba con el bueno de Josiah. Para eso no había prisa. Ni incertidumbre. Yo sabía que él estaría allí. Vestido de negro, cual parca, con su gabardina reglamentaria y su sombrero marrón de ala ancha y su cinta de color más claro. Con su barba y sus cicatrices. Y un revólver lleno de muescas del que presumir. Yo también estaría, con mi placa de sheriff plateada. Con esa tranquilidad que le da a uno el alcohol. Y aceptando el reto.

-          Veo que no me has hecho caso Josiah. – Dije entre bostezos.
-          Vaya, parece que el sheriff de pacotilla sabe quién soy.
-          Claro que lo sé. ¿Pensabas que viniendo tan al norte no te conoceríamos?
-          No, pero si lo pensaba de este pueblo de mala muerte.
-          Sorpresa… - Volví a sonreírle. Pareció desconcertarle esta vez mi sonrisa.
-          Le veo muy confiado, sheriff. Eso está bien. Al menos no morirá suplicando como muchos otros.
-          Morir… No entra en mis planes de hoy.
-          ¿Y qué planes son esos? – Me daba conversación porque estaba muy seguro de sí mismo. Era como esos gatos que juguetean con el ratón antes de matarlo y comérselo.
-          Bueno… Matarte. Después ir a tomar algo al Saloon. Comer algo. Enganchar el carro, llevarte a Dodge City. Cobrar mi recompensa y, con suerte llegar mañana a tiempo de cenar y pasar un rato agradable con alguna de las chicas. A la salud tuya y del dinero que me darán.
-          Es un buen plan… - Con un ágil movimiento movió su gabardina y dejo ver su Colt 45, enfundado pero con ganas de salir. – Lástima qué…

No acabó la frase. Se oyó un disparo. Me miró. Se miró. Yo le sonreía. Su pecho sangraba. Su mirada era de estupor. No lo esperaba, y menos en un pueblo de mala muerte, según sus palabras, y con un sheriff borracho.

-          ¿Cómo…?
-          Saluda a Chiquitín McBride. Está en el granero que ves detrás de mí. – El pequeño de los McBride, además de bonachón era capaz de acertar a cualquier blanco a cien metros de distancia. Era el rey del Winchester.
-          Pero… Eso… Es… - Las palabras salían a borbotones. – Trampa…
-          ¿Trampa? Yo lo llamo trabajo en equipo. Inteligencia. Factor sorpresa. Y diez de los grandes. También lo llamo diez de los grandes. Pero, ¿trampa? No lo creo.  – Mis palabras salían orgullosas. Pavoneándose.

Sus ojos se apagaban, pero su sonrisa volvió. Esta vez no era media, esta vez sonrió por completo. Una sonrisa de aprobación. De reconocimiento. De saber que esta vez había perdido, pero asumiendo que el contrincante había sido mejor que él. Más listo que él.

Me giré para hacerle un gesto de aprobación a McBride. Y me dispuse a pasar el día tal y como se lo había planteado a Josiah Ritter. Punto por punto.



Aquí tenéis una nueva aventura del sheriff.

3 comentarios:

  1. Muy bien llevado relato. Un personaje como para seguir una saga. Saludos.

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    1. Muchas gracias Mirta, esa era mi idea cuando lo acabé, pero luego fueron surgiendo otras ideas y esa ha quedado en la recamara.
      Un saludo!

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  2. Un relato con un final insospechado, jajajajaja... Me gustó. Vaya prota!!!

    Un saludo, Ramón.

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