jueves, 7 de noviembre de 2013

Melanie y Prince



Llegó a casa pasadas las diez de la noche. No era su hora habitual de llegada. Si es que últimamente tenía una hora habitual de llegada. No era el caso. Las últimas semanas a su jefe le había dado por hacer horas extra y a ella con él. A veces odiaba ser tan eficiente. Haber sido tan buena estudiante. Haber hecho caso a su madre en que tenía que ser la mejor. En el campo que quisiera, pero la mejor. Y lo había sido. Número uno de su promoción en el MIT, dos masters  y… bla bla bla… ¿Qué más le daba eso ahora si no tenía vida social, ni vida privada? Por no tener no tenía tiempo ni de sacar a dar esos largos paseos que tanto le gustaban a ella y a su perro, Prince, un labrador, color chocolate, de seis años que había sido su única compañía los últimos cuatro. Desde que desapareció su enésima pareja. No le duraban mucho  y aunque no lo quería reconocer, al menos no en voz alta, sabía cuál era el problema. Dedicaba más tiempo a su trabajo y a seguir estudiando que a su vida sentimental.

Por eso ahora estaban ella y Prince. Prince y ella. Y tampoco podía darle el cariño que merecía y que él si le demostraba a ella. Estos cuatro años en los que ellos eran los únicos habitantes de la casa dormía en su cuarto. Nunca antes lo había hecho. Pero ahora sí. Parecía saber en todo momento cuál era su lugar y cuales sus cometidos. Y ahora era ser su protector. Y ella lo sentía así. Dormía tranquila por las noches ya que ante cualquier ruido o cualquier atisbo de inquietud ella deslizaba su mano por el lateral de la cama y Prince se la lamía, como señal de que todo iba bien.

Era un ángel. Y por eso le daba pena cuando no podía sacarlo a pasear, como esa noche. Ambos disfrutaban de las largas caminatas, ella con su música y él... Él era feliz al aire libre. Pero esa noche no podía. Estaba tan agotada que no podía dar dos pasos más. A duras penas se pudo preparar una ensalada, a la que acompañó con una copa de vino. O bueno, es lo que ella habría declarado ante su madre o ante un tribunal. Pero en realidad fueron unas cuantas más. Ni siquiera puso la televisión mientras cenaba. Las noticias parecían siempre las mismas. Crisis, políticos corruptos, asesinatos, algún que otro sicópata… No tenía ganas de saber nada de eso. Sólo de acabar la cena, darse un buen baño acompañado de lo que quedaba del vino y dormir. 

Dormir. Sonaba tan bien como utópico. Su cuerpo necesitaba no menos de catorce horas seguidas de descanso. Con suerte tendría seis. Sin ella se tendría que tomar alguna pastilla para ver de dormir al menos cuatro. 

No lo hizo. Se acostó sin más. Y antes de dejase llevar al reino de Morpheo se disculpó con Prince y le dio las buenas noches.

No habrían pasado ni dos horas cuando oyó un ruido extraño. Como un grito ahogado. Como un gemido interrumpido. Sin abrir los ojos deslizó la mano y se tranquilizó al ver que se la lamía. Dio un par de vueltas en la cama, antes de decidir levantarse. Ahora le había entrado sed. No iba a poder dormir como Dios manda ningún día, refunfuñaba y maldecía al vino por dejarle la boca pastosa, mientras bajaba a la cocina a por un vaso de agua.

Cuando llegó allí oyó como un tintineo, como un goteo. El maldito grifo otra vez, pensó, mañana llamo otra vez al casero y le canto las cuarenta. Se supone que lo arregló la semana pasada y ya está otra vez… Cogió un vaso, aún a oscuras,  y cuando se acercó al fregadero vio que el grifo estaba perfectamente cerrado. El tintineo seguía, sólo que ahora le parecía como un tambor retumbando en su cabeza. Lo siguiente que vio fue un cuchillo ensangrentado dentro del fregadero. Se giró al tiempo que un escalofrío de mal augurio le recorrió todo el cuerpo. Lo siguiente que percibió, aún a oscuras, fue la figura de Prince desollado, medio colgando en la encimera. Cosido a puñaladas. Desangrándose vilmente. Ahogó un grito cuando vio la siguiente imagen. En la pared, detrás de Prince, había una nota que decía: “Los humanos también sabemos lamer…” , escrita con la sangre del perro,  goteando todavía por los azulejos.

2 comentarios:

  1. Es fuerte de narices!!! No me ha gustado. Lo siento. Todo está bien, la sorpresa, el horroroso giro pero nada (película, foto, cuento...) en la que se maten animales me puede gustar y menos un perro. Ya sabes es cuestión de gustos.
    A mí no me cuadra. Hay demasiados porqués. Por qué mató al perro? Quién era ella? Por qué le tocó la china? Nada invita a que sea la víctima de un psicópata. Falta la explicación. ¿Quién era el psicópata? ¿Por qué se puso en contacto con ella? .........

    Un saludo.

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    1. Está bien, no se puede gustar todas las veces. De hecho, por lo general (no digo que sea este el caso, pero sí que me pasa con frecuencia), los relatos que me gustan a mi más (de los míos hablo), no suelen ser los que más le gustan a los que los leen. Agradezco tus palabras como siempre.

      Saludos!!

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