miércoles, 27 de noviembre de 2013

El Sobre (1ª parte de 3)



La mañana había empezado como era habitual, justo después de la noche. Con los primeros atisbos de luz se comenzó a escuchar el alegre ajetreo de los pajarillos que poblaban los árboles de su jardín. Nada de esto era apreciado nunca por él, ya que su cerebro solía ponerse en marcha con el sol mucho más alto. Pero aquella mañana alguien se dispuso a truncar su racha de setecientos cuarenta y dos días levantándose pasadas las once de la mañana.

Era el timbre de la puerta. Al principio su cerebro, acostumbrado a estas triquiñuelas, quiso incorporar el sonido al plácido sueño del que estaba disfrutando. El timbre siguió sonando y el cerebro resistiendo, cual púgiles en un combate a doce asaltos. Ganó el timbre por KO en el cuarto. Ante tal derrota no tuvo más remedio que despertarse y hacer que sus pies le guiaran hasta la puerta. Más valía que fuera suficientemente importante como para haber dejado su marca en 742, su segunda mejor y a sólo siete días del record.

En la puerta había un muchacho. Todas las pistas visuales, gorra, parche bordado en la camisa, furgoneta aparcada en la acera, hacían presagiar que trabajaba para una compañía de reparto de paquetería y correo. Así era.

-          Hola buenos días, ¿el Señor Dólera Marhuenda? – La sonrisa del muchacho hacía ver que era un buen profesional. Ayudaba a que, a pesar de haberle hecho levantar de la cama, las ganas de insultarle se calmaran.
-          El mismo. – No le insultó, pero tampoco le iba a ofrecer su amistad eterna.
-          Pues si es tan amable de firmar aquí.

Lo hizo a duras penas. Más que firmar la entrega de una carta parecía estar firmando su petición de última cena. El muchacho de la mensajería le hizo entrega del sobre y de otra sonrisa. Él le correspondió cerrándole la puerta en sus narices, más con desgana que mala fe.

Sin prestarle demasiada atención lo dejó sobre la mesa del salón y se dirigió a prepararse una buena taza de café. Para él era imposible ponerse ahora a leer sin antes una buena dosis de cafeína que le ayudara a poner sus neuronas en funcionamiento. Miró el reloj de la cocina. Eran las ocho y treinta y siete minutos. Refunfuñó y maldijo al pobre repartidor.

-          Seguro que esta ha sido su primera parada en la ronda de reparto. No podía haberme dejado para el final, no... – Lo dijo en voz alta con la idea de que todo su cuerpo se pusiera en marcha cuanto antes. Su cerebro le pedía volver a la cama, pero la curiosidad en este caso pudo más.


Mientras apuraba las últimas gotas de cafeína empezó a pensar. ¿Quién le podía enviar a él algo? No recordaba haber hecho pedido alguno. Ni estaba cerca la fecha de su cumpleaños y para las fiestas navideñas quedaba más de un mes. Esas eran todas las opciones que su cerebro, al quince por ciento de funcionalidad en el que se encontraba, era capaz de discernir.

No retrasó más el momento y se dispuso a abrir el sobre. Era un sobre normal, de esos típicos de alguna clase de plástico con el logo y los colores de la empresa y, a juzgar por el tacto, con plástico de burbujas en el interior. Eso le hizo sonreír. Si lo que había dentro no era de su agrado o interés, siempre podía pasar un buen rato haciendo estallar las burbujas.

Cortó el sobre por uno de los laterales más estrechos y sacó lo que había en su interior. Era otro sobre. Lo primero que se le vino a la cabeza fueron las muñecas esas rusas, Matriuskas o como quisieran llamarse. Esperaba que no fuera ese el caso. No se imaginaba nada más patético que ir abriendo un sobre tras otro. No fue así.

Éste sobre en cuestión aparentaba ser antiguo. Pero no antiguo de una década o dos. Antiguo de un par de siglos, como poco. Incluso tenía uno de esos sellos lacrados que salían siempre en las películas. Esto le intrigo aún más. Con mucha más delicadeza que con el anterior sobre lo abrió. Si de verdad era tan antiguo como parecía temía que se le deshiciera en las manos. A lo mejor dentro había algún texto importante, valioso, pensó. Para acto seguido refutarse a sí mismo con otro pensamiento, ¿quién le iba a enviar a él algo valioso así, sin más?

Los pensamientos dejaron paso a lo realmente importante. Averiguar que traía en su interior tan vetusto sobre. No era otra cosa que una carta. No era un experto en caligrafía, pero la primera impresión que le dio era que estaba escrito con pluma. Pero no una estilográfica, una pluma de algún ave. La curiosidad iba en aumento. A lo mejor sí era algo valioso después de todo. Empezó a leer. Y a no creer lo que estaba leyendo.

“Estimado señor don Roberto Dólera Marhuenda, me dirijo a usted para pedirle un favor. Ya sé que estará usted sorprendido, cuanto menos, al recibir esta epístola. Permítame, antes de nada, presentarme. Mi nombre es Gustavo Gómez-Delvalle Mendiolagarai.”

No entendía nada. Varios pensamientos le venían a la mente. El último de ellos era que quienquiera que fuera el que había escrito aquella carta tenía más letras en los apellidos de las que él era capaz de discernir a esas horas. Pero lo más preocupante era que sabía cómo se llamaba. Era intrigante a la vez que inquietante. Prosiguió.

“Le escribo esta carta el día doce de septiembre de 1786, desde la Villa de Madrid, y espero, y confío, que le llegue a usted el día seis de noviembre de 2013, si mis cálculos son correctos y el sistema de correo funciona bien.”

Miró estupefacto la fecha en su teléfono móvil. Era el día seis de noviembre de 2013. Esto no podía estar pasando, pensó. Debía ser alguna clase de broma, de error.

“Si todo ha funcionado como debe, la vida de una persona “solamente” estará en peligro. De lo contrario es muy probable que ya haya muerto o que lo haga en breve.

Ese es el favor que le pido. Que salve a una persona cuya vida corre un más que serio peligro. Su nombre es Alicia Yago Hernández y, si usted no consigue remediarlo, morirá el día veintinueve de ese mismo mes de noviembre de 2013.

Imagino cómo le debe sonar todo esto, Sr. Dólera. Comprendo cuanta confusión le deben haber creado estas palabras. La cantidad de ideas, de pensamientos contradictorios que estarán agolpándose en su mente. Ese es el motivo por el cual espero que esta epístola le haya llegado en la fecha prevista. Para que usted se centre. Haga sus averiguaciones sobre mí, si lo cree necesario. Y sobre la señorita Yago también, a fin de que todo pueda terminar en bien.

Puedo ayudarle a entender, a aclarar alguna de sus dudas. La de cómo puedo saber de su existencia y de la damisela en apuros, por ejemplo. Muy sencillo, aunque le creará más dudas seguramente. Soy un nigromante. Un brujo. Un alquimista. En ocasiones puedo ver lo que sucederá en el futuro. Aunque he de reconocer que en este caso el primer sorprendido fui yo.  Nunca había visto un futuro tan lejano del mío.

Si se pregunta por qué usted y no otra persona. Le diré que en mis visiones aparece usted como la persona que más recursos tiene a su alcance y la más disponible, a la par que dispuesta.

Otra de mis ayudas va a ser darle algunos datos del pasado más reciente no tanto suyo como de lo que le rodea. Como por ejemplo que ciertos derechos sociales que tan duramente fueron luchados hasta conseguirlos les están siendo mermados, cuando no arrebatados. Sin embargo habrá mucha más gente debatiendo sobre quién debe ser el ganador de un dorado trofeo, si un deportista argentino, uno francés o un portugués.

Podría seguir exponiéndole datos. Sobre que, por ejemplo, el partido que ahora gobierna en España tiene una especie de ave junto a sus siglas, en blanco sobre azul. Que, contra todo pronóstico, sigue existiendo la monarquía. Pero creo conveniente despedirme ya de usted. Dejo en sus manos el hacer lo correcto. Haga sus averiguaciones. Investigue. Tenga todas las dudas que quiera y despéjelas. Pero sobre todo, haga lo correcto.”

Ya sólo quedaba la firma y rubrica del brujo de nombre kilométrico. Junto con la fecha y un sello lacrado. El mismo que había visto con anterioridad en el sobre.

Tardó en reaccionar. No podía salir de su asombro. De hecho, el mismo asombro no podía salir de su asombro. ¿Qué debía hacer? Si había una posibilidad, por remota que fuera, de que lo que decía en la carta fuera cierto y no hacía nada al respecto, la vida de una persona cargaría sobre su conciencia. Por otro lado, si actuaba y luego era todo una pantomima, quedaría como un lunático. O algo peor. 


2 comentarios:

  1. Debo decirte que al ver la extensión de la historia casi la dejo para más tarde, pero me gustó a medida que la iba leyendo. La intriga me mata jaj muy bueno. A ver qué pasa en la siguiente parre.;)
    Besos.

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  2. Hola Ramón. La verdad es que con la cantidad y calidad de tantos escritos durante años........ no sé si me resultaría preocupante que te hayan abandonado las musas. Yo llevo poco más de un año escribiendo, y ni me acerco a ti en calidad. Y ya me han dado un par de plantones fatídicos.
    En cuanto a este relato, me gustó mucho. Esperaré unos días por si quieres colgar el 2º y luego el 3º. Si no, lo atacaré desde el enlace que tienes ahí mismo.
    Permíteme que lo comparta en mi grupo. Hay buenos lectores a quienes sé que les gustará.
    Un besuco, guapo. Y nos vemos la semana que viene. ;-)

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