domingo, 9 de febrero de 2014

Se Alquilan Habitaciones 2 de 2

La historia comenzó aquí.

Cuando bajó estaba radiante, preciosa. La habían vestido con un vestido blanco, muy semejante a una túnica. Holgado, salvo en la cintura que se ceñía ligeramente. Parecía un ángel, una virgen, una divinidad. Estaba hermosa con aquel atuendo y la cara lavada, sin ningún maquillaje.

En la cena tampoco se pudieron sentar juntos. Los anfitriones dispusieron que cada uno de ellos presidiera la cena desde cada lado. La larga mesa les separaba tanto que lo único que podían ofrecerse el uno al otro eran miradas de complicidad. El resto de comensales se volvieron a dividir en dos grupos, al igual que en la charla previa.

Les sirvieron un estofado acompañado de patatas y verduras. La parte líquida de la cena estaba compuesta por agua, vino y una cerveza que fabricaban ellos mismos, según le comentó a Jim el hombre que estaba sentado a su derecha y del cual no era capaz de recordar su nombre.

Una vez acabada la cena y retirada toda la vajilla de la mesa, Zach se puso en pie.

- Estamos muy agradecidos y muy honrados de que hayan elegido nuestra humilde casa como lugar de descanso. - Dijo, mirando primero a Jim y después a Gloria. - Es por ello que queremos hacer todo lo posible para que no deseen abandonarnos nunca.

Si las palabras olieran por sí solas, la última frase habría olido a azufre. Zach seguía con la mirada fija en Gloria. Jim intentaba asimilar las sensaciones que le había provocado el pequeño discurso de su anfitrión cuando todos comenzaron a rezar en latín. Jim seguía tenso, no tenía muy claro qué estaba ocurriendo ni qué debía hacer él. Gloria le miraba desde el otro lado de la mesa inquieta.

Jim no entendía nada de lo que aquella gente estaba diciendo, pero al oír la palabra: Luzbel, comenzó a atar cabos. Fue demasiado tarde, el hombre que tenía sentado a su derecha, y del que seguía sin recordar su nombre, le inmovilizó. Al otro lado pudo ver como las mujeres cogían a Gloria y la depositaban sobre la mesa. Intentó gritar, pero le fue imposible. El miedo se había apoderado de sus cuerdas vocales. Además, ¿qué podía conseguir a gritos? ¿Acaso le harían caso y soltarían a su novia sólo por levantarles la voz? No. Estaba claro que así no conseguiría nada.

Zach se encaminó hacia Gloria. Sin saber muy bien cómo, el patio se había llenado de candelabros y de sus pertinentes velas. Los versículos en latín continuaban siendo la banda sonora. Todo el conjunto era lúgubre. Jim seguía horrorizado e inmóvil, pero el cerebro comenzaba a funcionarle. Tenía que intentar zafarse de aquel tipo. De todos modos, la cosa no podía ser peor de lo que lo era en aquellos momentos.

Zach llegó hasta su presa y sin dejar su discurso comenzó a rasgarle las ropas. El resto se habían dispuesto en círculo alrededor del macabro espectáculo, salvo Jim y su guardián. Zach comenzó a violarla con los vítores y la monserga en latín como telón de fondo. Gloria gritaba y lloraba, presa del pánico, pero era cuanto podía hacer. La habían atado de manos y pies y el grupo de mujeres estaba pendiente de cualquier sorpresa al respecto.

Cuando Zach hubo terminado pasó el siguiente. Y tras él, otro más. Jim ardía de furia y de rabia, su guardián parecía más pendiente de no perder su turno que de vigilarle. Aprovechó la situación. De un empujón consiguió apartarlo de él. Su guardián se trastabilló y cayó de bruces. Antes de que el alboroto hiciera que los demás se fijaran en él tuvo tiempo de robarle el cuchillo con el que le estaba manteniendo bajo control. Dirigió una mirada a su novia. Fue la última vez que la vio con vida. Después corrió. Corrió como nunca había corrido.

Encaminó sus acelerados pasos hacia la plantación. A sus espaldas oía gritos, muchos gritos. Algunos seguían siendo en latín. Otros sonaban orgásmicos, debían de ser del hijo de puta que estaba violando por enésima vez a su novia. También había gritos maldiciendo e insultando a su carcelero. Todos ellos se fueron unificando. Ahora gritaban para organizar una búsqueda. A los gritos se unieron ladridos rabiosos.

Jim seguía corriendo. Tenía un plan. No sabía era bueno o malo. No sabía si resultaría. Pero era el único plan que había conseguido fabricar. Los intentaría alejar al máximo de la casa. Si salían a buscarle, como todo parecía indicar, se dividirían para poder peinar mejor aquel maizal enorme y oscuro. Todo lo que tenía que hacer era despistarles, volver a la casa, rescatar a Gloria y salir de allí cagando leches. No quiso pensar en los puntos débiles. No quiso pensar que era casi imposible despistar el olfato de unos perros, ni el ansía de sangre de unos locos. Sólo pensaba en mantenerse con vida el mayor tiempo posible. Era la única opción de éxito en esos instantes.

Los gritos y la jauría de perros habían comenzado la búsqueda. El seguía corriendo. El corazón le golpeaba tan fuerte que le dolía el pecho. Parecía que en cualquier momento fuera a romperle las costillas y a salir de su hogar. Estaba fatigado, le costaba respirar. El oxígeno no daba a basto alimentando la sangre, el cerebro...

Paró unos segundos para recobrar fuerzas y hacerse una idea de cómo estaba la situación en esos momentos. Tenía a un grupo de unas diez personas muy cabreadas tras sus pasos. Tenía un número de perros indeterminado olfateando aquel campo con ganas de quedar bien ante su amo. Estaba lejos de la casa, no sabía cómo de lejos, pero el resplandor de luz le quedaba lejano.

Cuando su respiración comenzó a tranquilizarse pudo escuchar mejor el resto de ruidos. Oía gritos lejanos y cercanos. Pasos lejanos y cercanos. Ladridos lejanos y uno muy cercano. Lo tenía a su izquierda. Ladraba y corría con furia hacia él. Podía ver el movimiento del maíz que le indicaba el camino que estaba realizando aquella alimaña canina. No corrió. Permaneció quieto enfrentado al camino que le marcaba el cereal. Estaba tranquilo. Una tranquilidad inquietante. Estaba esperando. El perro iba hacia él con los instintos fijos en su presa. Su presa tenía otros planes.

El maíz se movía cada vez más cerca de Jim. Apretó con fuerza el mango del cuchillo. Tensó todos los músculos. Estaba ya encima de él. Los ladridos eran ensordecedores. Lo vio correr hacia él. Espero. Le tenía a menos de dos metros. Seguía quieto. El perro le miró con los ojos llenos de muerte. Él le pagó con la misma moneda. Cuando el perro creyó tenerle a tiro saltó hacia él. En ese momento Jim se movió por primera vez. Apartó su cuerpo, ligeramente, de la trayectoria del animal y consiguió acertarle en un costado con el cuchillo. El perro cayó desplomado y comenzó a gemir. Jim no le dejó llamar mucho más la atención. Le rebanó el cuello. Un aullido ahogado fue la última señal de alarma que dio el animal.

- Ha matado a mi pequeño. - Gritó alguien. - Ese malparido ha matado a mi pequeño.

Estaba cerca. La voz sonaba desgarrada. Jim se escabulló un par de pasos hacia atrás y dejó al cadáver solo. El maíz cercano se movía tembloroso. Jim permanecía quieto, firme. Con los sentidos pendientes de la llegada del amo del perro. La voz se acercaba, derrumbándose por momentos. Ahogándose en llanto. Cuando llegó al lugar donde se encontraba el perro el hombre se dejó caer sobre sus rodillas y abrazó al animal. Lo acariciaba entre lágrimas y lamentos. Jim se acercó sigiloso y le dio la misma medicina que al perro. El llanto se ahogó en un grito.

Cogió el arma y la canana con los cartuchos de su segunda víctima. Observó el movimiento del maíz y eligió un rumbo. Iba de frente a otro cazador. Iba de frente a otra presa. Caminó con paso firme hasta que tuvo a la vista al siguiente perro. Se encaró el arma y abrió fuego cuando el animal se abalanzaba sobre él. Éste ni siquiera tuvo resuello para gemir. Allí mismo esperó al acompañante humano de su tercer fiambre. Cargó la escopeta y se la volvió a encarar. Lo primero que vio su siguiente presa fue un cañón apuntandole a la cara. También fue lo último que vio. Jim observó el cuerpo antes de continuar su marcha. El disparo le había quitado media cabeza. No le dio asco, ni sintió arcadas, ni remordimientos. No sintió nada en absoluto.

Volvió a mirar el movimiento de la plantación. Parecía que tenía un camino libre en línea recta hacia el resplandor de la casa. No dudo un segundo. Reemprendió la marcha con paso firme y controlando todos los movimientos y los sonidos de aquel campo. La cosa parecía ir bien. Los gritos y los ladridos parecían quedar a su espalda, y lejos. Él podía ver cada vez más cerca el resplandor.

Salió del maizal. Tenía a la vista ya el grupo de casas. Aceleró el ritmo. Al pasar por la pocilga que había en la parte trasera oyó alboroto y miró de refilón. Una imagen furtiva le heló la sangre. Se paró junto a la valla y contempló el macabro espectáculo. Cinco cerdos estaban devorando el cadáver de su novia. Comenzó a disparar indiscriminadamente. No veía a dónde. Sus ojos no veían nada mas que lágrimas. Gritaba. Lloraba. Disparaba. Y gritaba más aún.

- Dios mío. ¡No! ¡Gloria! ¡No! - Las palabras salían con fuerza de la boca y se resquebrajaban al instante.
- Tranquilo, cielo, tranquilo. No es más que una pesadilla. - Era la voz de Gloria.

Abrió los ojos. Había encharcado la cama de sudor. Se sentó. Respiraba a duras penas. Temblaba. Sudaba. En la penumbra de la habitación se distinguía una silueta. Desde el mismo lugar venía la voz.

- Te vi muerta. Te habían violado, te habían matado y servías de comida para los cerdos. Y... Y... A mi me perseguía una gente muy rara.
- Tranquilo, amor, ya pasó. Ha sido sólo un mal sueño. Has estado muy enfermo. La fiebre te provoca pesadillas. Menos mal que Zach ha cuidado de tí.
- ¿Zach? - Su voz sonó como un glaciar.
- Sí. ¿No recuerdas a Zach? Ha cuidado muy bien de los dos. - Gloria salió de la penumbra. Llevaba el mismo vestido blanco. Desgarrado. - Creo que deberíamos quedarnos aquí algún tiempo. O quizá para siempre...
- Pero... ¿Qué dices? ¿Estás...? - La imagen del torso de Gloria le calló. - ¿Qué te han hecho? ¡No lo he soñado! ¿Qué te han hecho? ¿Qué es esa cicatriz del pecho?
- Oh... ¿Esto? - Dijo ella señalando una cicatriz de unos quince centímetros que adornaba su pecho izquierdo. - Ya te he dicho que Zach nos cuidó muy bien. - Concluyó ella señalando con la mirada el pecho de Jim.

Éste bajo lentamente la vista hacía la zona dónde siempre había tenido el corazón. Había una cicatriz igual a la de su novia. Hizo que una de sus manos se fuera a posar sobre la cicatriz. Al contacto con el pecho la mano comenzó a moverse. No era por los latidos, ya que no los había, era por miedo.

- Hombre, Jim. ¿Ya despertó? - La voz de Zach volvía a sonar acogedora. - Bienvenido a este, su nuevo hogar. - Las voces de Gloria y Zach se unieron en una atronadora carcajada



4 comentarios:

  1. Interesante. Un final inesperado para un relato que te va atrapando a medida que te sumerges en él. Gracias por la etiqueta.

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    1. Gracias a ti, Inma, por leerlo y comentar. Me alegro que te haya gustado.

      Un saludo!

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  2. Me ha gustado muchísimo. Que manera de mantener el suspense y el miedo. Al principio, el novio parecía un poco tonto y cobarde pero luego se animó el cotarro.
    Muchas gracias por compartir.

    Un saludo.

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    1. Muchas gracias por tus palabras, Isabel, eres muy amable. Me alegra que te haya gustado.

      Saludos!

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