“Vamos, Jim, vamos, mantente con vida. Es
lo único que tienes que hacer ahora: mantenerte con vida” Se repetía una y otra
vez, con la idea de llegar a convencerse de que era algo factible.
Dos semanas atrás no habría podido imaginarse en aquella situación
desesperada. No habría sospechado siquiera que llegaría a estar tan cerca de la
muerte como para oler su aliento. Dos semanas atrás de lo único que tenía que
convencerse era de que iba a disfrutar de un viaje con su querida novia,
Gloria, y era muy sencillo convencerse de ello. Ahora oía gritos humanos y
aullidos de perros a su alrededor, estrechando el cerco sobre él.
Habían emprendido un viaje hacia el interior del país. Se iban a casar en
dos meses y querían ser ellos en persona los portadores de la noticia. Tenían
familia y amigos repartidos por varios lugares, por eso habían decidido viajar
en coche. Además a los dos les gustaba conducir, y ambos disfrutaban de la
sensación de libertad que da viajar por carretera, pudiendo parar en un lugar u
otro a tu antojo.
- Para, ¡para! - Dijo ella,
levantando la voz sobre la canción de Led Zeppelin que sonaba en la radio.
- ¿Qué? ¿Qué pasa? - Contestó Jim, reduciendo la velocidad, pero sin llegar
a parar el coche.
- Ahí atrás hay un cartel que dice que se alquilan habitaciones.
- Pero, si es pronto aún. Nos da tiempo a llegar al siguiente pueblo antes
de que anochezca.
- Estoy muy cansada, Jim. Hacemos noche allí y mañana ya recuperamos. -
Dijo Gloria, obsequiándole con una sonrisa más que convincente.
- Está bien...
Se metió en el arcén de la derecha, comprobó que no viniera nadie y cambió
el sentido de su marcha. El cartel había quedado unos quinientos metros atrás.
Cuando llegaron a él observaron que apuntaba hacia un camino de tierra, al
final del cual se podía distinguir una casa. Jim dudó un instante, miró a su
novia y sin decir nada atravesó la cancela abierta. Seguramente, pensó, no han
cerrado esa puerta en los últimos cincuenta años, a juzgar por su estado.
Cuando llegaron al final del camino la primera sensación que tuvieron fue
de abandono. No había ningún vehículo estacionado a la vista. No se oía ningún
sonido que hiciera creer que allí viviera alguien.
- A lo mejor ya no vive nadie aquí. Quizá deberíamos irnos. - Dijo Jim. Un
escalofrío le recorrió toda la columna hasta llegar a la nuca, mientras
observaba aquella casa de campo tan silenciosa.
Cuando iba a poner el coche de nuevo en marcha se abrió la puerta delantera
y se oyó una voz a través de la mosquitera.
- ¿Querían algo? - Por la silueta que se dibujaba intuyeron que era un
hombre, de mediana estatura, el que les estaba hablando.
- Hemos leído el cartel... - Empezó a decir Gloria.
- Ah, sí, claro. Pasen, pasen. Tenemos habitaciones libres. Pasen, por
favor, no se queden ahí.
Ambos se miraron antes de bajar del coche. La voz de aquella silueta sonaba
acogedora, hospitalaria. Cogieron un par de bolsas del maletero y subieron la
pequeña escalinata que conducía hasta el porche. De cada dos pasos, uno hacía
sonar un trozo de madera. El hombre les esperaba en el umbral, con las dos
puertas abiertas y con una sonrisa en sus labios.
- Buenas tardes. Mi nombre es Zacarías, pero me pueden llamar Zach. ¿Qué
tal el viaje? ¿Vienen de lejos? ¿Piensan quedarse mucho tiempo? Bueno, es
igual, dejemos las preguntas para la cena. Ahora es mejor que se acomoden y
descansen un poco. Se les nota fatigados. Vengan, les acompañaré a su
habitación.
Dentro de la casa sí se oía ruido y murmullo de gente conversando. Subieron
al piso superior por una escalera que se quejaba menos que su compañera del
porche. En la planta de arriba había tres habitaciones a lo largo de un
pasillo, al final del cual se encontraba el cuarto de baño. Los instaló en la
más cercana a aquel y les prometió que nadie les molestaría, ya que las otras
dos habitaciones no estaban ocupadas en esos momentos.
- La cena será a las ocho, pero estaríamos encantados de que nos
acompañaran antes y así podríamos charlar y conocerles mejor. - Dijo Zach con
la misma amabilidad y la misma hospitalidad. Resultaba imposible negarle algo a
una voz así.
- Claro, será un placer. Bajaremos enseguida. - Dijo Gloria.
Cuando el anfitrión hubo abandonado el cuarto Gloria se acercó a Jim, que
estaba mirando por la ventana. Ésta daba a la parte trasera de la casa. Desde
ella se podía observar una especie de patio interior flanqueado por tres casas
más. Y campo. Mucho campo plantado de diversos cereales. En el patio común
había unas diez personas, seguramente matrimonios y los hijos de éstos.
- No me gusta este sitio. Mírales, parecen de una secta. - Dijo él sin
apartar la mirada de la ventana.
- No seas paranoico, cielo. Zach es una persona muy amable. Son gente de
campo, no son como nosotros en algunas costumbres. Pero ¿una secta? No digas
tonterías.
Bajaron al cabo de media hora. Jim mantenía su teoría y refunfuñaba entre
dientes durante el trayecto que separaba su cuarto del patio trasero. Cuando
llegaron allí todos les recibieron con una alegría inusitada para ellos. Eran
todos igual de amables que Zach. Realizaron las presentaciones pertinentes. En
aquel momento eran mas de quince personas, además de ellos, los que se
encontraban en el patio. Había niños de edades muy variadas, desde pequeños que
empezaban a dar sus primeros pasos inestables, hasta adolescentes. Todos ellos
entraban y salían de las casas, los pequeños jugando y corriendo. Los mayores
abasteciendo a sus padres y a los invitados de cuanto necesitaran.
A Gloria enseguida la reclamaron las mujeres y se la llevaron a un aparte.
Allí pudieron interrogarla sobre la vida en una ciudad grande, sobre moda,
costumbres... Jim se quedó con los hombres charlando de temas variados también,
aunque él nunca era el que abría ninguna línea de conversación. Se limitaba a
afirmar con la cabeza o a contestar las preguntas que le realizaban. Reía y
bebía por inercia. De cuando en cuando dirigía su mirada hacía donde se
encontraba su prometida. Ella parecía estar pasándolo mejor que él. Su risa
parecía mucho menos forzada que la de él. La estaban agasajando como si de una
reina se tratara y ella parecía estar encantada.
Poco antes de la hora que les habían indicado para la cena se acercó a Jim.
- Quieren que me vista según su costumbre para la cena. - Dijo con un
entusiasmo desbordado.
Se la veía feliz. Disfrutando de todo aquello, de toda aquella gente. Él no
le dijo nada. Seguía incómodo allí, pero cada vez parecía estar más convencido
de que no había nada anormal en que unos desconocidos se comportaran con ellos
como lo hacía aquel grupo de gente. La besó antes de que ella se fuera a
cambiarse. Fue la última vez que habló con ella.
Continúa aquí...
Continúa aquí...
Muy interesante. Que intriga. Voy a continuar. Gracias por compartir.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias a ti por leerlo, Isabel. Espero que la continuación te guste también.
EliminarSaludos!