Los libros eran su vida. Podía parecer una exageración literaria,
pero en su caso no era así. Damian Mitchell era librero de tercera generación.
Había crecido en la librería y siempre
mostró más interés por la lectura que por otras actividades propias de la
infancia.
Siempre tuvo más libros que juguetes. Siempre tuvo más afinidad
con ellos que con sus amigos. Incluso se sentía mas querido por ellos que por
sus parejas. Solía decir que de cualquier libro, por malo que fuera o por
contrario a nuestras ideas que lo consideráramos, podíamos aprender algo. Sacar
alguna lección que nos sirviera en nuestra vida.
Por eso ahora las lágrimas se acumulaban en sus ojos como si
quisieran ver aquello por ellas mismas.
Por eso, con lágrimas en los ojos vio como caía el último libro a la hoguera,
mientras los vítores se mezclaban con los cánticos en favor del IV Reich.
Me gusta mucho. ¡Qué complicado transmitir tanto en algo tan corto!
ResponderEliminarMuchas gracias, Lucia, me alegro que te hay gustado. Desde luego, a mi me cuesta mucho más hacer estos relatos con límite de palabras, que cuando puedo hacerlos a mi gusto.
EliminarSaludos!
Que retroceso supuso aquello entonces y supondría en el futuro. O la quema de libros de la Santa Inquisición o los libros prohibidos para leer en tantos países (China, Vietnam, Rusia, Laos, Thailandia... y todos los de musulmanes.
ResponderEliminarA mí me gusta mucho el género del microrrelato. Me apasiona.
Saludos.
La dificultad que conlleva crear de la nada un microrrelato de 150 palabras merece todo mi respeto. Buena historia Ramón te animo a continuar con ellas. Un saludo
ResponderEliminarSin duda, Miguel Angel, continuaré con ello. Me divierte mucho escribir.
EliminarMuchas gracias por tus palabras!
Un saludo!
Pues yo te hubiera dado el primer premio, me ha gustado el guiño histórico que le has dado.
ResponderEliminarPues qué pena que no estuvieras en el jurado, jeje. Muchas gracias Marta.
EliminarSaludos!