Cuando bajó estaba radiante, preciosa. La habían vestido con un vestido
blanco, muy semejante a una túnica. Holgado, salvo en la cintura que se ceñía
ligeramente. Parecía un ángel, una virgen, una divinidad. Estaba hermosa con
aquel atuendo y la cara lavada, sin ningún maquillaje.
En la cena tampoco se pudieron sentar juntos. Los anfitriones dispusieron
que cada uno de ellos presidiera la cena desde cada lado. La larga mesa les
separaba tanto que lo único que podían ofrecerse el uno al otro eran miradas de
complicidad. El resto de comensales se volvieron a dividir en dos grupos, al
igual que en la charla previa.
Les sirvieron un estofado acompañado de patatas y verduras. La parte
líquida de la cena estaba compuesta por agua, vino y una cerveza que fabricaban
ellos mismos, según le comentó a Jim el hombre que estaba sentado a su derecha
y del cual no era capaz de recordar su nombre.
Una vez acabada la cena y retirada toda la vajilla de la mesa, Zach se puso
en pie.
- Estamos muy agradecidos y muy honrados de que hayan elegido nuestra
humilde casa como lugar de descanso. - Dijo, mirando primero a Jim y después a
Gloria. - Es por ello que queremos hacer todo lo posible para que no deseen abandonarnos
nunca.
Si las palabras olieran por sí solas, la última frase habría olido a
azufre. Zach seguía con la mirada fija en Gloria. Jim intentaba asimilar las
sensaciones que le había provocado el pequeño discurso de su anfitrión cuando
todos comenzaron a rezar en latín. Jim seguía tenso, no tenía muy claro qué
estaba ocurriendo ni qué debía hacer él. Gloria le miraba desde el otro lado de
la mesa inquieta.
Jim no entendía nada de lo que aquella gente estaba diciendo, pero al oír
la palabra: Luzbel, comenzó a atar cabos. Fue demasiado tarde, el hombre que
tenía sentado a su derecha, y del que seguía sin recordar su nombre, le
inmovilizó. Al otro lado pudo ver como las mujeres cogían a Gloria y la
depositaban sobre la mesa. Intentó gritar, pero le fue imposible. El miedo se
había apoderado de sus cuerdas vocales. Además, ¿qué podía conseguir a gritos?
¿Acaso le harían caso y soltarían a su novia sólo por levantarles la voz? No.
Estaba claro que así no conseguiría nada.
Zach se encaminó hacia Gloria. Sin saber muy bien cómo, el patio se había
llenado de candelabros y de sus pertinentes velas. Los versículos en latín
continuaban siendo la banda sonora. Todo el conjunto era lúgubre. Jim seguía
horrorizado e inmóvil, pero el cerebro comenzaba a funcionarle. Tenía que
intentar zafarse de aquel tipo. De todos modos, la cosa no podía ser peor de lo
que lo era en aquellos momentos.
Zach llegó hasta su presa y sin dejar su discurso comenzó a rasgarle las
ropas. El resto se habían dispuesto en círculo alrededor del macabro
espectáculo, salvo Jim y su guardián. Zach comenzó a violarla con los vítores y
la monserga en latín como telón de fondo. Gloria gritaba y lloraba, presa del
pánico, pero era cuanto podía hacer. La habían atado de manos y pies y el grupo
de mujeres estaba pendiente de cualquier sorpresa al respecto.
Cuando Zach hubo terminado pasó el siguiente. Y tras él, otro más. Jim
ardía de furia y de rabia, su guardián parecía más pendiente de no perder su
turno que de vigilarle. Aprovechó la situación. De un empujón consiguió
apartarlo de él. Su guardián se trastabilló y cayó de bruces. Antes de que el
alboroto hiciera que los demás se fijaran en él tuvo tiempo de robarle el
cuchillo con el que le estaba manteniendo bajo control. Dirigió una mirada a su
novia. Fue la última vez que la vio con vida. Después corrió. Corrió como nunca
había corrido.
Encaminó sus acelerados pasos hacia la plantación. A sus espaldas oía
gritos, muchos gritos. Algunos seguían siendo en latín. Otros sonaban
orgásmicos, debían de ser del hijo de puta que estaba violando por enésima vez
a su novia. También había gritos maldiciendo e insultando a su carcelero. Todos
ellos se fueron unificando. Ahora gritaban para organizar una búsqueda. A los
gritos se unieron ladridos rabiosos.
Jim seguía corriendo. Tenía un plan. No sabía era bueno o malo. No sabía si
resultaría. Pero era el único plan que había conseguido fabricar. Los
intentaría alejar al máximo de la casa. Si salían a buscarle, como todo parecía
indicar, se dividirían para poder peinar mejor aquel maizal enorme y oscuro.
Todo lo que tenía que hacer era despistarles, volver a la casa, rescatar a
Gloria y salir de allí cagando leches. No quiso pensar en los puntos débiles.
No quiso pensar que era casi imposible despistar el olfato de unos perros, ni
el ansía de sangre de unos locos. Sólo pensaba en mantenerse con vida el mayor
tiempo posible. Era la única opción de éxito en esos instantes.
Los gritos y la jauría de perros habían comenzado la búsqueda. El seguía
corriendo. El corazón le golpeaba tan fuerte que le dolía el pecho. Parecía que
en cualquier momento fuera a romperle las costillas y a salir de su hogar.
Estaba fatigado, le costaba respirar. El oxígeno no daba a basto alimentando la
sangre, el cerebro...
Paró unos segundos para recobrar fuerzas y hacerse una idea de cómo estaba
la situación en esos momentos. Tenía a un grupo de unas diez personas muy
cabreadas tras sus pasos. Tenía un número de perros indeterminado olfateando
aquel campo con ganas de quedar bien ante su amo. Estaba lejos de la casa, no
sabía cómo de lejos, pero el resplandor de luz le quedaba lejano.
Cuando su respiración comenzó a tranquilizarse pudo escuchar mejor el resto
de ruidos. Oía gritos lejanos y cercanos. Pasos lejanos y cercanos. Ladridos
lejanos y uno muy cercano. Lo tenía a su izquierda. Ladraba y corría con furia
hacia él. Podía ver el movimiento del maíz que le indicaba el camino que estaba
realizando aquella alimaña canina. No corrió. Permaneció quieto enfrentado al
camino que le marcaba el cereal. Estaba tranquilo. Una tranquilidad
inquietante. Estaba esperando. El perro iba hacia él con los instintos fijos en su
presa. Su presa tenía otros planes.
El maíz se movía cada vez más cerca de Jim. Apretó con fuerza el mango del
cuchillo. Tensó todos los músculos. Estaba ya encima de él. Los ladridos eran
ensordecedores. Lo vio correr hacia él. Espero. Le tenía a menos de dos metros.
Seguía quieto. El perro le miró con los ojos llenos de muerte. Él le pagó con
la misma moneda. Cuando el perro creyó tenerle a tiro saltó hacia él. En ese
momento Jim se movió por primera vez. Apartó su cuerpo, ligeramente, de la
trayectoria del animal y consiguió acertarle en un costado con el cuchillo. El
perro cayó desplomado y comenzó a gemir. Jim no le dejó llamar mucho más la
atención. Le rebanó el cuello. Un aullido ahogado fue la última señal de alarma
que dio el animal.
- Ha matado a mi pequeño. - Gritó alguien. - Ese malparido ha matado a mi
pequeño.
Estaba cerca. La voz sonaba desgarrada. Jim se escabulló un par de pasos
hacia atrás y dejó al cadáver solo. El maíz cercano se movía tembloroso. Jim
permanecía quieto, firme. Con los sentidos pendientes de la llegada del amo del
perro. La voz se acercaba, derrumbándose por momentos. Ahogándose en llanto.
Cuando llegó al lugar donde se encontraba el perro el hombre se dejó caer sobre
sus rodillas y abrazó al animal. Lo acariciaba entre lágrimas y lamentos. Jim
se acercó sigiloso y le dio la misma medicina que al perro. El llanto se ahogó
en un grito.
Cogió el arma y la canana con los cartuchos de su segunda víctima. Observó
el movimiento del maíz y eligió un rumbo. Iba de frente a otro cazador. Iba de
frente a otra presa. Caminó con paso firme hasta que tuvo a la vista al
siguiente perro. Se encaró el arma y abrió fuego cuando el animal se abalanzaba
sobre él. Éste ni siquiera tuvo resuello para gemir. Allí mismo esperó al
acompañante humano de su tercer fiambre. Cargó la escopeta y se la volvió a
encarar. Lo primero que vio su siguiente presa fue un cañón apuntandole a la
cara. También fue lo último que vio. Jim observó el cuerpo antes de continuar
su marcha. El disparo le había quitado media cabeza. No le dio asco, ni sintió
arcadas, ni remordimientos. No sintió nada en absoluto.
Volvió a mirar el movimiento de la plantación. Parecía que tenía un camino
libre en línea recta hacia el resplandor de la casa. No dudo un segundo.
Reemprendió la marcha con paso firme y controlando todos los movimientos y los
sonidos de aquel campo. La cosa parecía ir bien. Los gritos y los ladridos
parecían quedar a su espalda, y lejos. Él podía ver cada vez más cerca el
resplandor.
Salió del maizal. Tenía a la vista ya el grupo de casas. Aceleró el ritmo.
Al pasar por la pocilga que había en la parte trasera oyó alboroto y miró de
refilón. Una imagen furtiva le heló la sangre. Se paró junto a la valla y
contempló el macabro espectáculo. Cinco cerdos estaban devorando el cadáver de
su novia. Comenzó a disparar indiscriminadamente. No veía a dónde. Sus ojos no
veían nada mas que lágrimas. Gritaba. Lloraba. Disparaba. Y gritaba más aún.
- Dios mío. ¡No! ¡Gloria! ¡No! - Las palabras salían con fuerza de la boca
y se resquebrajaban al instante.
- Tranquilo, cielo, tranquilo. No es más que una pesadilla. - Era la voz de
Gloria.
Abrió los ojos. Había encharcado la cama de sudor. Se sentó. Respiraba a
duras penas. Temblaba. Sudaba. En la penumbra de la habitación se distinguía
una silueta. Desde el mismo lugar venía la voz.
- Te vi muerta. Te habían violado, te habían matado y servías de comida
para los cerdos. Y... Y... A mi me perseguía una gente muy rara.
- Tranquilo, amor, ya pasó. Ha sido sólo un mal sueño. Has estado muy
enfermo. La fiebre te provoca pesadillas. Menos mal que Zach ha cuidado de tí.
- ¿Zach? - Su voz sonó como un glaciar.
- Sí. ¿No recuerdas a Zach? Ha cuidado muy bien de los dos. - Gloria salió
de la penumbra. Llevaba el mismo vestido blanco. Desgarrado. - Creo que
deberíamos quedarnos aquí algún tiempo. O quizá para siempre...
- Pero... ¿Qué dices? ¿Estás...? - La imagen del torso de Gloria le calló.
- ¿Qué te han hecho? ¡No lo he soñado! ¿Qué te han hecho? ¿Qué es esa cicatriz
del pecho?
- Oh... ¿Esto? - Dijo ella señalando una cicatriz de unos quince
centímetros que adornaba su pecho izquierdo. - Ya te he dicho que Zach nos
cuidó muy bien. - Concluyó ella señalando con la mirada el pecho de Jim.
Éste bajo lentamente la vista hacía la zona dónde siempre había tenido el
corazón. Había una cicatriz igual a la de su novia. Hizo que una de sus manos
se fuera a posar sobre la cicatriz. Al contacto con el pecho la mano comenzó a
moverse. No era por los latidos, ya que no los había, era por miedo.
Interesante. Un final inesperado para un relato que te va atrapando a medida que te sumerges en él. Gracias por la etiqueta.
ResponderEliminarGracias a ti, Inma, por leerlo y comentar. Me alegro que te haya gustado.
EliminarUn saludo!
Me ha gustado muchísimo. Que manera de mantener el suspense y el miedo. Al principio, el novio parecía un poco tonto y cobarde pero luego se animó el cotarro.
ResponderEliminarMuchas gracias por compartir.
Un saludo.
Muchas gracias por tus palabras, Isabel, eres muy amable. Me alegra que te haya gustado.
EliminarSaludos!