lunes, 3 de febrero de 2014

Gotas



… Seis, siete, ocho… Y… Uno, dos, tres…

Estaba en la terraza de Virginia, una compañera de trabajo, que le había invitado a entrar después de haber sido él tan amable de llevarla a casa (palabras de ella), después de una ardua jornada laboral. Se entretenía contando, mentalmente, el tiempo que tardaba cada gota en formarse, en una de las plantas allí presentes, y en caer. Una y otra vez el número coincidía. Qué caprichosa era la naturaleza, pensó.

     ¿Quieres una cerveza? —Preguntó Virginia.
     No. No me gusta beber cuando tengo trabajo.
     ¿Qué? Si ya estamos en casa…
     ¿Eh? Ya, sí. De todos modos  prefiero un refresco, o agua, si no te importa.

Ella le sonrió, como para demostrar que no le importaba y se dirigió a la cocina. Él trató de volver a la rutina de las gotas, pero no pudo. Aquella interrupción le había descentrado. Ya no tenía ganas. Se había roto la magia.

Con cierto aire de desilusión, se levantó y fue a la cocina, a despedirse de ella.

     Me marcho, Virginia. Nos vemos mañana, que estoy muy cansado —Las palabras salían de una en una, como tratando de validar la frase.
     ¿Ya? Al menos tomate el refresco. Ya te lo he servido. —Ella sonrió. Era esa sonrisa que tan bien saben usar ciertas personas. El tipo de personas capaces de vender hielo a un esquimal.
     Está bien. Pero me marcho en quince o veinte minutos, no más. —Accedió, como era previsible.

No fue hasta haberse bebido las tres cuartas partes del vaso cuando empezó a notar algo extraño. La cabeza parecía flotar como un globo lleno de helio. Sus ojos no conseguían enfocar, por mucha voluntad que él pusiera en el intento. Sus brazos pesaban una tonelada. La fuerza de sus manos parecía haberse tomado unas vacaciones. Ella le retiró el vaso antes de que éste cayera al suelo y se rompiera. Sus ojos acabaron por darse por vencidos y se cerraron.

Cuando despertó estaba confuso. No sabía muy bien cuánto tiempo había pasado, ni dónde se encontraba. La gota, que seguía formándose en la planta, le sirvió como guía, cual faro a un barco en un día de niebla. No había rastro de Virginia, al menos en lo que él podía abarcar con la vista.  Todavía algo aturdido, por la situación y por lo que quiera que hubiera en la bebida, trató de levantarse. No pudo. Estaba atado. Las piernas a las patas de la silla sobre la que estaba sentado, sus manos lo estaban juntas a su espalda.

     ¡Virginia! ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? —El intento de grito fue desastroso. Su lengua parecía no haber despertado del todo.

Escuchaba ruido en el interior de la casa.

     ¡Virginia! ¡Virginia! ¡Socorro!
     ¿A qué viene tanto alboroto? —Se escuchó la voz de ella aproximándose.
     ¡Virginia! —Ahora sonaba aliviado— ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
     Mira que eres repetitivo…

La mirada que ella le dirigió le hizo estremecer. Algo le decía que la situación podía empeorar. Que de hecho lo iba a hacer, y en breve.

     ¿Qué pasa, Virginia? ¿Qué es todo esto? ¿Por qué estoy atado?
     Haces muchas preguntas, ¿en serio estás preparado para escuchar las respuestas? Pregúntate eso. —Finalizó la frase con una sonrisa. Aunque a él le pareció el primer clavo en la tapa de su ataúd.

Por un momento se quedó en silencio. Trató de pensar en si quería o no saber las respuestas, o si lo único que importaba era salir de allí con vida. Decidió que la segunda opción era mejor.

     ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! ¡Por favor, que alguien me ayude! —Ahora sí pudo gritar. Había reunido toda la voluntad y la fuerza que le quedaba para tal cometido.
     ¡Déjalo, nadie te va a escuchar! —Replicó Virginia desde el interior— ¡Es lo bueno de vivir en el campo!

Intentó forcejear con las ataduras, tenía que desprenderse de ellas fuera como fuera. Comenzó a notar las heridas que esto le provocaba en sus muñecas, el escozor no le detuvo. No podía detenerse. Escuchó los pasos de ella acercándose. Cuando llegó se puso delante de él. Volvió a sonreír. Un nuevo clavo en la tapa del ataúd.

     ¡Qué lindo eres! Tratando de escapar… Eso no va a pasar, pero es bonito que lo intentes…
     Vamos, Virginia, no tienes por qué hacer esto… —Quiso dotar a sus palabras de toda la angustia y la desesperación de que fue capaz.
     Ah, por cierto, no me llamo Virginia. En realidad soy Clara Valente Cañadillas.

Ese nombre… Ese nombre le hizo comenzar a entender la situación. Lo malo era que también le hizo entender que no saldría de allí con vida.

     Muy bien, chico listo, veo que has atado cabos… —Nueva sonrisa, nuevo clavo en la tapa—. Soy la hermana de Ingrid. ¿La recuerdas? Aquella indefensa muchacha a la que violaste y luego asesinaste. Aquella pobre a la que abandonaste en medio del campo, no lejos de aquí, a la intemperie. A la suerte de los animales. Aquella a la que encontramos desmembrada, casi irreconocible. ¿La recuerdas, no es así?
     Fui condenado por ello… Ya pagué mi deuda—Fue toda su argumentación.
     ¿En serio crees eso? ¿Crees que por estar en la cárcel unos años mi hermana ha vuelto a la vida? ¿Crees que por ser un niño bien, que consiguió que lo juzgaran como menor para así cumplir menos pena has pagado? ¿Crees que porque tu familia te haya reinsertado y te hayan dado un trabajo has cumplido?
     Yo… Lo siento… —Comenzó a llorar.
     Tranquilo, las lágrimas no me conmueven. Ya derramé yo las suficientes como para ser inmune.
     ¿Qué… qué me vas a hacer?
     Te voy a desmembrar y voy a repartir las partes de tu cuerpo por toda la zona. La naturaleza hará el resto. Pero no te preocupes, no vas a notar nada. No soy mala persona, te dormiré antes para que no grites y supliques.

Notó un pinchazo en el cuello y el líquido entrando. Debía ser la misma clase de sedante que había utilizado en el refresco, ya que notaba los mismos síntomas. La cabeza como un globo. Sus brazos pesados. La fuerza escapando de su cuerpo. Sus ojos, que iban perdiendo capacidad de enfoque, se encontraron de nuevo con la gota en la planta. Volvió a contar.

… Seis, siete, ocho… Y… Uno, dos, tres…



Relato inspirado por la foto de Diego Escolano

2 comentarios:

  1. Interesante narración que podría ser gotas de justicia terrenal con sedantes mirando al cielo.

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  2. excelente relato, me mantuvo cautivo en todo momento, saludos y felicitaciones por tu talento

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