Los días pasaban. Las víctimas se acumulaban. Las notas del
asesino de los moteles se amontonaban en la mesa del inspector Corbinos. Todo
iba en aumento menos las pistas. De eso seguían teniendo sequía. No parecía que
el psicópata tuviera intención de cometer un fallo. Un simple error, una brizna
de hilo del que poder tirar hasta dar con la madeja con la que poder resolver
el caso. Con la que poder poner fin a la sangría de muertes.
El cuerpo de policía había puesto muchos recursos a
disposición de Corbinos. De momento le estaban dejando que fuera él quien
siguiera al mando de la investigación. Pero mucho se temía él que a no mucho tardar
llegaría algún listo de la central, de Madrid, a hacer perfiles psicológicos
del asesino. Cómo si eso fuera necesario para resolver un crimen, solía pensar
el inspector. Pero a los listos de la central les gustaban mucho los perfiles.
Geográficos, psicológicos, etnias de las víctimas, edad, grupo social. Él
creía, sin embargo, en las pistas, en las evidencias que se podían ver en el
cuerpo o en el escenario. Un asesino no deja de ser un hijo de puta sin
escrúpulos. Y un asesino en serie es lo mismo, pero con un ansia de ser
reconocido, de jugar a ser más listo que la policía y demostrárselo al mundo
entero. Y este cabrón sin duda lo hacía bien.
Aquella semana, puntual como un reloj suizo de los buenos,
llegó la llamada.
—
Hola, buenos días, quería denunciar que hay un
cadáver en la habitación 76 del motel Sol y Luz. —La voz sonaba neutra.
—
No cuelgue. El inspector quiere hablar con
usted.
Con la valentía que da el saber que está ganando la partida,
el asesino de los dibujos espero pacientemente al otro lado.
—
Sabes que te vamos a coger, ¿no, bastardo? —La
voz de Corbinos estaba llena de odio.
—
Buenas tardes para usted también, inspector. —La
del dibujante parecía divertirse con la situación— Eso espero, por su propio
bien. Y el de las futuras agraciadas, claro.
—
¿Por qué no paras? Si lo dejas ahora, si
demuestras buena fe…
—
Vamos, Corbinos, ¿en serio cree que voy a caer
en esos jueguecitos? Yo quiero que me pare, y usted quiere pararme. No podemos
dejar el juego en tablas. No sería divertido. Tengo que colgar.
—
¿Qué prisa hay? ¿No quieres darme algún detalle
más? ¿Reírte de mí?
—
No. No me río de usted. Le respeto mucho. Lo
suficiente como para saber que está rastreando la llamada y debo colgar. —La
frase se fundió con el tono de la línea.
Efectivamente, estaban rastreando la llamada. Pero el
asesino había sabido cortar a tiempo como para no poder tener una ubicación
exacta de la misma.
Una vez en el motel la escena era la misma de siempre. Una
mujer de unos treinta años, morena, de clase alta y profesional. Como siempre
parecía estar posando para alguna clase de artista. También estaba la nota de
rigor, dirigida al inspector:
Ambos sabemos que cada
día que pasa estamos más cerca de conocernos en persona. Si no lo hemos hecho
ya, ¿ha pensado en ello, inspector?
Sí que lo había hecho. Incluso estaba cada vez más
convencido de que era así. Sin embargo no reconocía la voz. Podía estar
deformada de algún modo, pero no lo parecía, daba la sensación de ser una voz
real. Pero no la ubicaba.
En esta ocasión había una novedad, en el interior del sobre
se encontraban unas fotos. En unas se podía ver la escena de cada uno de los
crímenes y en otras dibujos, a lápiz algunos, como bocetos, de cada uno de los
cadáveres. También había otros dibujos, de las víctimas, acabados, a acuarela o algo parecido, él no
era un experto. Y otra nota:
Por favor, no me sigan
llamando el asesino de los moteles,
prefiero algo del tipo el dibujante.
Aunque lo dejo a su parecer. Un saludo y hasta pronto, inspector Corbinos.
Continúa aquí...
Atrapante, para seguir esperando por más.
ResponderEliminarQue dicen los testigos ? y las muestras de ADN dejadas en algún lugar,?
ResponderEliminarVemos mucho CSI, ¿eh? jejeje
EliminarTodo se andará, Amanda, todo se andará.
Gracias y un saludo!
Ostras, yo creo que no dejas ningún cabo suelto, menudo escritor!
ResponderEliminarMe gusta. A por más.
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