Los golpes
se iban sucediendo uno tras otro, como siguiendo el compás de un metrónomo.
Marcando el ritmo de una melodía, cuyas notas eran gotas de sangre, y la
partitura las paredes de aquella habitación. Una especie de zumbido
desagradable interrumpió, momentáneamente, aquella sinfonía de percusión.
—
¿Sí?
—Era una voz femenina la que contestó la llamada. Tenía activado su dispositivo
inalámbrico para acceder, de forma automática, a cualquier llamada entrante pasados
diez segundos. —Me pillas en mal momento ahora, ¿te puedo llamar después? Ok,
así quedamos.
El hombre,
que estaba dando lo mejor de sí en su recital de golpes, se quedó
desconcertado. Y no parecía ser de esas personas que se desconciertan con
facilidad. Al contrario, las cicatrices de su rostro, la falta de algunos
molares y premolares, una mirada capaz de atemorizar al mayor de los felinos,
todo eso no se consigue desconcertándose con facilidad. El cuerpo le
acompañaba, al menos para su cometido de sacar información a palos a la gente.
Era un tipo de más de dos metros de altura y más de dos diez de envergadura.
Sus brazos siempre llegaban a ti, por mucho que tú quisieras esquivarlos. Los
músculos parecían cincelados por un escultor, uno de los buenos, uno de esos
que sabe matizar cada recoveco para dar una sensación de poderío, de
invencibilidad. Así y todo se quedó desconcertado. Justo cuando crees que lo
has visto todo, parecía pensar, aparece algo como esto.
—
¿Vas
a tardar mucho? Es que parece que tengo asuntos más importantes. Ojo, no es que
no te valore, que lo hago, y mucho. He de reconocer que pegas bien, casi tan
bien como mi sobrina de doce años. Pero el negocio es el negocio, y una no vive
del aire. Bueno, al menos no solo de él, ya me entiendes. —La voz femenina
desprendía seguridad en sí misma, firmeza, incluso sensualidad. Lo que no
desprendía era miedo, o inconsciencia. Parecía estar justo dónde quería estar —
¿Hola? ¿Te ha comido la lengua el gato?
El hombre la
miraba anonadado. No sabía qué hacer, si seguir con la paliza, si contestarle,
o si pedir cita a su loquero. ¿Cómo alguien, a quien le habían estado golpeando
durante más de media hora, que está atado de pies y manos, puede tener esa
parsimonia?
—
¿No?
¿Nada? ¿No te decides? A lo mejor no me has oído bien. Ven, acércate, cielo.
—Le hizo un gesto con la cabeza, acompañando su propuesta.
Sin saber
muy bien porqué, el hombre accedió a su petición. Se acercó, ese fue su primer
fallo. Lo hizo poniendo su oreja cercana a la boca de la mujer, como
desafiándola a que le repitiera toda aquella monserga, con la valentía
inconsciente que te dan ciento veinte kilos de puro músculo. Y el hecho de
tener a tu contrincante atado, eso también. Ella le mordió la oreja, con la
fuerza de un cánido. Él trató de separarse al instante, pero la mandíbula de
ella no parecía estar por la labor. El forcejeo de fuerzas opuestas acabó como
suelen acabar estas cosas, una parte cedió, en este caso fue parte de la oreja
del armario empotrado.
Gritó. Gritó
con la fuerza suficiente como para hacer que todas las aves de varios
kilómetros a la redonda huyeran despavoridas. La sangre brotaba con la misma
fuerza, parecía que tenía un corazón acorde al resto de su musculatura. La miró
con ojos vengativos, no de esos inyectados en sangre, no, aquello iba en serio.
Su mirada no pretendía sólo asustar, aunque lo hacía de maravilla, era una
mirada que no dejaba espacio para la duda, te iba a matar, y no de una forma
muy agradable.
Embistió
contra ella, cegado en rabia, dolor y furia indomable. Ese fue su segundo
error. Ella tuvo la calma suficiente para volcar su silla en el preciso momento
en que la mala bestia llegaba. La inercia hizo el resto, que no fue otra cosa
que hacerle empotrar contra la pared. Ella había aprovechado, desde la llamada
y durante toda la cháchara y el juego de distracción posterior, para dislocarse
los pulgares. Le resultaba ya fácil, por la práctica y por las veces que se los
había curado mal, tras las mismas veces que se los había roto. Con los pulgares
aún dislocados, y sin mostrar un ápice de dolor, se deshizo de las ataduras de
las manos y los pies.
Aprovechó
que el hombre estaba aturdido en el suelo, del autogolpe que se había propinado
contra la pared, para echar un primer vistazo en condiciones a la habitación.
Otra persona en su lugar lo que habría hecho es atacar a su enemigo,
beneficiarse del momento, pero ella no. Eso le parecía hacer trampas.
La
habitación no era gran cosa. Y dudaba que lo hubiera sido nunca. Las paredes,
ahora salpicadas con su sangre, estaban pintadas de una especie de amarillo feo
y con ese tipo de pintura que simula gotas cayendo. Había un par de cuadros,
uno de ellos pretendía representar un bodegón, una especie de bandeja llena de
fruta. Le dio la sensación de que la fruta original debía estar al filo de la
podredumbre, a la vista del resultado de la obra. El otro era un retrato de un
señor, bien vestido, con un traje negro y camisa blanca, pañuelo rojo en el
bolsillo superior de la chaqueta, a juego con la corbata. Muy repeinado, con
patillas casi hasta el cuello y un bigote fino, que le hacía parecer mayor de
lo que debía ser en el momento de ser retratado.
Unas sábanas
cubrían el mobiliario, a excepción de la silla en la que ella había estado
acomodada. A pesar de ello, se atrevió a especular. Intuyo un sofá de dos
plazas y dos sillones. En el centro de la estancia se encontraba, lo que decidió era, una mesa
de comedor, rodeada por media docena de sillas. También había una especie de
mueble, posiblemente uno de esos que servían para guardar las bebidas buenas.
Del techo colgaba una lámpara, de las que están repletas de cristalitos y que
tan horteras le parecían a ella. El polvo era el denominador común de toda la
decoración. Lo cual hacía resaltar, aún más, lo evidente: que estaban en una
casa abandonada. La falta de ruidos en el exterior, le indicaban que la casa
estaba abandonada a las afueras de alguna ciudad, o directamente en una ciudad,
o urbanización, desierta. El estilo del mobiliario le decía que, casi seguro,
era una casa abandonada en el planeta Rho Setón.
El gigantón
parecía estar despertando, o eso indicaban los sonidos que éste hacía. Lo miró.
No se había fijado demasiado bien en él, estaba más pendiente de encajar los
golpes. Era un tipo que, de no ser por lo trabajada (en el peor de los
sentidos) que tenía la cara, podía haber sido atractivo. Aunque salpicado de canas,
mantenía la práctica totalidad de su cabello rubio, el cual peinaba con una
raya en el centro de la cabeza, que parecía hecha por un delineante o un
ingeniero de caminos. Las orejas tenían el tamaño justo. Sus ojos, marrones,
escondían un no sé qué, una especie de ternura reprimida, tras su mirada
asesina. Su boca, partida por una cicatriz en el lado izquierdo, dejaba ver una
maltrecha dentadura. Su nariz había sido operada no menos de cuatro veces, y
parecía estar a la espera de una quinta. Por un momento tuvo lástima de él.
Parecía un buen tipo. Uno de esos que tienen la mala suerte de su lado siempre.
Nacen donde no deben. Se juntan con las personas que lo le convienen. Y acaban
llenos de cicatrices y muertos prematuramente, abandonados en una cuneta
cualquiera o en una casa abandonada.
Cuando su
compañero de estancia se había incorporado por fin, y parecía dispuesto a
continuar donde lo había dejado, volvió a sonar el molesto zumbido.
—
¡Qué!
—Contestó ella, con una evidente indignación. Escuchó a su interlocutor y le
hizo un gesto con la mano, alzando su dedo índice al gigante, y obsequiándole
con una sonrisa a modo de disculpa. Este se quedó quieto, como los perros bien
amaestrados, más por asombro que por educación. Ella se giró, dándole la
espalda, para buscar más privacidad y continuar con la conversación— Lemmy, por
todos los dioses, ¿no te he dicho que te llamaría luego? Ya sabes que ahora
tengo otro asunto entre manos. Sí. Sí, lo sé. En cuanto acabé aquí te llamo.
Vamos, Lemmy, no me jodas, ¿ahora estás llorando? Sí, ya sé cuánto me quieres.
Sí… Cuelga…, luego te llamo. Adiós.
Miró al
hombre y le volvió a sonreír.
—
Disculpa.
Era Lemmy, mi ayudante. Parece que no puede vivir sin mí. Bueno, ¿por dónde
íbamos?
Aquella
pregunta, cargada de ironía, hizo que el hombre despertara de su letargo. Fue
como si, de repente, hubiera recordado el propósito de su visita a aquel lugar,
con aquella compañía. Volvió a embestirla. Ese fue su tercer, y último, error.
Ella le propinó una patada en la entrepierna que, al unir la inercia de la carrera
de él a la de la pierna de ella, hizo que se doblara por la mitad con la misma
facilidad que una brizna de paja en la mano de un niño. Ella aprovechó el
movimiento de bajada para propinarle un golpe en la mandíbula, con ambas manos
juntas y con un movimiento seco. Él comenzó a tambalearse, la miraba entre
aturdido y consternado. ¿Cómo podía una mujer de poco más de cincuenta kilos
hacerle tambalear? La respuesta era que ella era una maestra en varias artes de
defensa personal. Había pasado muchas épocas de su, corta, vida en el Imperio
Delta Tami, tomando clases de los mejores maestros. Estaba cerca de que la
reconocieran como guerrera Oseb Henza, uno de los más altos honores.
Antes de que
dejara de tambalearse y pudiera reaccionar, le propinó una patada (con medio
giro de su cuerpo), en el cuello. Fue un golpe definitivo, y de una belleza
plástica y una maestría digna de aplauso. La lámpara de cristalitos, y el resto
de muebles, tuvieron la tentación de sacar unos carteles y puntuarla, nunca por
debajo del nueve. El gigante cayó desplomado, cual tronco de árbol recién
talado. Con ánimo más de dejarlo fuera de combate, que de rematarlo, le dio una
patada en la cabeza. La que le dio en el estómago sí que fue por amor al arte,
por darse el gusto. No había rencor en ninguno de los golpes que le había
propinado. El rencor nunca era una opción para los luchadores de ninguna de las
artes de defensa que ella había aprendido. Además, sabía que, en el fondo, el
hombre estaba haciendo su trabajo, como ella.
Tras ponerle
unos grilletes de gwyntiranio, uno de los metales más resistentes, tanto en
manos como en pies, y comprobar que aún respiraba, llamó a su cliente.
—
¿Hola?
¿Rómulo? ¿Puede ponerse él? De parte de Less.
Rómulo, su
cliente, era Rómulo Carriani, un teniente de la Guardia de la Républica de Ryk,
en el planeta Terra Cota. Ella y él eran buenos amigos. Se conocieron en el ejército
del Senado, en Tecnópolis. Ella estuvo allí con un contrato de tres años, y él
ya era suboficial. Le tenía en gran estima, ya que siempre la ayudó. Incluso en
momentos difíciles, como cuando la acusaron de insubordinación a un coronel.
Acusación totalmente falsa, ya que había sido el coronel quién cometido un
delito, acosándola sexualmente, y ella lo único que hizo fue defenderse y
denunciarlo. Por ese orden. Lo cual no fue lo más inteligente, ya que el
coronel necesitó más de cinco horas de cirugía para que su cara se asemejara lo
más posible a cómo era antes de sobrepasarse con la chica equivocada.
Y Rómulo la
ayudó. Él proviene de una familia acomodada y, porque no decirlo, con
influencias. Su padre, Lippo Carrisi, es Senador del Sistema y vicepresidente
de la República de Ryk. Lo cual en este caso, el tener más influencias que el
coronel, era importante. Le buscó una buena defensa y, no sólo consiguió que
retiraran los cargos contra ella, sino que condenaron al coronel por acoso,
contra ella y contra otras doce chicas más. Ese era el principal motivo por el
que había aceptado este caso, le debía una a su amigo.
—
¿Less?
—Era la voz de Rómulo. Sonaba inquieto, emocionado.
—
Hola
Rom. Ya tengo lo tuyo. Atadito, ¿le pongo un lazo también y te lo envió como
regalo?
—
¿Has
conseguido dar con ese bastardo?
—
Sí.
No fue fácil, pero sí.
El bastardo
en cuestión. El gigante al que Less había sometido y tenía apresado, era Leon
Coh, un miembro de una de las familias mafiosas más importantes de todo el
Sistema Psi Deral. Asentada en el planeta Cy Phoes, tenían negocios en los
cuatro planetas.
—
No
sabes el peso que me has quitado de encima. —Daba la sensación de que Rómulo
iba a romper a llorar.
—
Lo
sé, Rom, lo sé.
El tal Coh
había matado al compañero de Rómulo en la Guardia de la República, Senn Totto.
Ni siquiera fue una muerte por encargo, no es que de ser así hubiera tenido
justificación alguna, el bueno de Senn se topó con Leon en una taberna. Se
enzarzaron en una trifulca y Leon lo mató a golpes en el callejón trasero.
Rómulo tardó en averiguar quién había sido el culpable. No por falta de
testigos, sino por falta de alguno que quisiera contar lo que había visto. Una
vez que tuvo la certeza, llamó a Less y
le hizo el encargo.
—
Su
familia te lo agradece. —Senn había dejado mujer y tres niñas— Y yo. Yo también
te lo agradezco. Te debo una Less.
—
No.
No me debes una mierda. Tú me has ayudado siempre. Ni siquiera estamos en paz.
Estamos lejos de estar en paz.
—
Deja
al menos que te pague.
—
No.
Éste corre de mi cuenta. El próximo ya veremos.
—
Espero
que no haya próximo.
—
Yo
también. —Soltó una leve risita que le contagió a su amigo— Bueno, ¿qué quieres
que haga con él? ¿Te lo llevo ahí para que lo puedas interrogar a gusto y tenga
un juicio justo?
—
No.
—
¿No?
—
No.
Con gente como él es difícil que haya un juicio justo. —Su voz sonaba seria,
apesadumbrada.
—
Bueno,
tú dirás entonces.
—
Deshazte
de él. —Había rabia mal escondida en esas tres simples palabras.
—
¿A
qué nivel?
—
A
nivel molecular.
—
Entendido,
Rom. Espero que nos veamos pronto.
—
Yo
también lo espero. Al menos me dejaras pagarte unas rondas.
—
Sí,
eso siempre. —Ambos rieron fuerte, a modo de punto y final a la conversación.
Continúa aquí
Bueno, esta vez no te voy a dar las gracias por tu relato. Lo siento pero con este no he podido. Es algo personal, pero no puedo con la violencia física!! Y lo he intentado, con eso de : "espera un poco a ver...", pero es que lo describes con tanto detalle que me cuesta. Lo siento. El próximo, espero que me guste más. Un beso.
ResponderEliminarNo problem, Mary. :)
EliminarEres bienvenida siempre que puedas o quieras. :-)
ResponderEliminarFeliz de que te haya gustado y te haya entretenido. Y además voy a ser culpable de que te gusten otros generos! jejeje ;-)
Me halaga que te pueda interesar mi ayuda, a tu disposición siempre que quieras. :-D
Saludos y abrazos varios.
Boquiabierta. Voy a por la segunda parte.
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