Se levantó a duras penas. Sus piernas parecían no estar por la labor de ayudarle en la huida, temblaban como los platos en el hundimiento del Titanic. Apenas había dado un par de pasos y ya se notaba fatigado. El corazón le latía a toda velocidad. Volvió a echar un vistazo a la habitación. Parecía una habitación grande de hospital, llena de camas y de aparatos que hacían bip. Todas las camas tenían un inquilino y cada inquilino estaba conectado a una de esas máquinas, así como a un buen número de tubos.
Tubos… Se miró los brazos, él también los tenía. Se los
arrancó como pudo y se desconectó de la máquina. El pitido pasó de tener una
cadencia a ser continuo. Se quedó quieto, no sabía si al haber hecho esto
habría alarmado a alguien. ¿De verdad estaba en un hospital? Él no recordaba
haber llegado allí. No recordaba nada de lo que veía.
Al ver que nadie aparecía por allí, se buscó unas ropas y
calzado. Cada paso o esfuerzo que hacía, por mínimo que fuera, le fatigaba como
si hubiera corrido una maratón. Fue arrastrando los pies, y tratando de no hacer
demasiado ruido, por un pasillo, tapizado de alfombras, que se le hacía eterno. Tras lo que para él
parecieron dos mil metros, llegó a una puerta. Alzó la mano, temblorosa por el
miedo y la fatiga, y la posó sobre el pomo. ¿Qué o quién habría al otro lado?
Sólo había un modo de saberlo. Abrió la puerta y una luz le cegó. Cerró los
ojos y se puso una mano a modo de visera en la frente. Poco a poco consiguió
que su vista se fuera acostumbrando, la luz era el sol, sin duda, y una brisa
fresca entraba acompañándolo. Con el mismo esfuerzo con el que había llegado
hasta allí atravesó la puerta y salió.
El paisaje que veía tampoco le resultaba familiar. Frente a
él había un camino que conducía hasta una playa. Decidió que debía seguirlo, no
sin antes echarle un vistazo al edificio en cuestión. Aquello tenía menos
sentido, si eso era posible. No estaba en un hospital, estaba en un faro. Cada
paso que daba, cada dato que descubría le desconcertaba más. Pero ahora estaba
fuera, y aunque nadie le había descubierto hasta el momento, era más que
probable que le echaran de menos. Lo mejor que podía hacer era seguir huyendo.
Miró por enésima vez en dirección al faro. Nadie le seguía,
todavía. El faro… Un tipo de edificación que tan llena de encanto le había
parecido siempre. Pensaba en las historias que los fareros tendrían para
contar. O incluso las paredes, si éstas pudieran hablar. Sin embargo esa
apreciación ya nunca sería la misma para él. Ese faro que ahora divisaba, a
duras penas, desde la orilla, medio oculto desde su perspectiva por las rocas.
Ese lugar había sido el lugar en que había permanecido cautivo los últimos
días. Aunque no tenía muy claro si habían sido días, o semanas... O quizá meses…
Suponía que la mayor parte del tiempo lo había pasado adormecido. Atiborrado de
algún tipo de droga (legal o ilegal), que le había hecho estar en estado de
letargo, casi, permanente.
Lo importante ahora era que había conseguido huir, a duras
penas, debido a su falta de fuerza y sicomotricidad, por el paso del tiempo
tumbado en un camastro. Pero lo había logrado. También había dejado atrás
pruebas y experimentos. No sabía muy bien de qué clase, pero tenía claro que
habían experimentado con él. Al menos eso indicaba la cantidad de cicatrices,
magulladuras y orificios que su estancia en el faro le había regalado. También
había dejado atrás a otros como él. No sabía cuántos eran. Había, al menos, una
sala llena. Unos veinte, calculó él. Pero era probable que hubiera alguna sala
más.
Algo en su interior le decía que no podía dejarlos allí.
Pero otro algo en su interior, mucho más fornido, del tipo de algo fornido que te roba el almuerzo en
el colegio, le decía que lo primordial era salir de allí cuanto antes, ponerse
a salvo, comer, darse una buena ducha, coger el primer avión fuera de allí
(fuera cual fuera el allí), y entonces llamar a las fuerzas del orden y
denunciar el caso. Sin mucho debate ganó el algo
fornido.
Una vez tomada la decisión de seguir adelante, se pusieron
en fila, ante él, unos cuantos problemas más. Afortunadamente los problemas
hicieron la fila por orden de prioridad, como decretos en un consejo de ministros. Fue un detalle de agradecer. El
primero de ellos era: ¿dónde carajo estoy?
Por mucho que mirara a su alrededor buscando alguna
referencia, lo único que le resultaba familiar era el faro. Y más por el hecho
de haberlo mirado docenas de veces desde que había escapado, que porque
realmente supiera dónde le situaba a él. Y es que, dónde él había nacido y
crecido no había faros. Él era un tipo de interior. De esos que habían visto el
mar en fotos o películas. Y que, por el mismo método, se había enamorado de los
faros. Pero allí estaba él. Con rocas por todas partes menos por una, en la que
estaba el mar. ¿O era un océano? ¿Podría saberlo con sólo meter el pie?
¿Probando el agua? Ese era el tipo de problemas que estaban algo más atrás en
la fila y que parecían haberse abierto paso en la misma a golpes y con el
consiguiente enfado del resto de problemas, mucho más civilizados (y mucho más
importantes).
Una vez restaurado el orden, se dispuso a afrontar una
decisión importante. ¿Qué camino tomar? Descartó uno de inmediato. Ni de
casualidad se iba a adentrar en el agua. Él era más de ducha, de bañera o
piscina. De cualquier recipiente en el que pudiera ver las cuatro orillas. No
era el caso. Descartó también el regresar sobre sus pasos. Durante el trayecto
que le había conducido hasta donde se encontraba en ese momento, no había
divisado nada que le pareciera de ayuda. Sólo le quedaban dos opciones. Miró a
ambos lados. Las dos opciones le parecían iguales. Sin saber muy bien el
motivo, decidió ir en la misma dirección que el viento. Tras unos cuantos pasos
una idea apareció en su cabeza. Al ir en la dirección del viento, si iban tras
él, rastreándole de alguna manera, su olor corporal iría en la dirección
contraria. Ambos huirían hacia el mismo lugar. Al instante apareció otra idea.
¿Qué pasaba si le rastreaban desde la dirección hacia la que se dirigía él?
Hubo un intercambio de pareceres entre ambas ideas. La primera ganó por unanimidad
de los jueces.
Mientras caminaba, con cuidado de no resbalar en ninguna
roca, iban llegando imágenes a su mente. Eran como flashes. Unas veces sólo era
sonido. Alguna voz, que le resultaba inquietantemente familiar. Otras eran como
diapositivas, inconexas, pero estremecedoras. Todo aquello le hacía tener
muchas más ganas de salir de allí. Lo más rápido posible.
La pega era que, lo
más rápido posible, era más bien lento. Era tan lenta su huida que, de
haber sido una carrera a él la foto finish se la podrían haber hecho a
acuarela. Sudaba como nunca había sudado nadie con tan poco grasa. El resuello
se había rendido y estaba buscando alguna sombra bajo la que cobijarse. La
lengua la tenía tan seca que habría podido lijar madera con ella. El corazón parecía
estar haciendo un solo de percusión.
Volvió a mirar hacia el mar. El mar… A pesar de que una
parte de él no recordaba haber estado nunca tan cerca, otra parte parecía tener
recuerdos muy vívidos de un barco y un viaje por mar. Eran otra vez los
flashes, breves, pero muy reales. También había un libro… El dichoso libro era
el que les decía todo lo que debían hacer… Debían… En los destellos de memoria aparecía
un grupo de muchachos que le acompañaban, que parecían tener a él como líder.
¡A él! No tenía ningún sentido. Sin embargo, esos rostros… Los podía reconocer,
al menos alguno de ellos estaba con él en aquella habitación. Una especie del
pálpito le detuvo. Se giró y vio sus huellas, ya por la arena. Ya había
decidido que los iba a dejar allí. Que cuando llegara a un lugar civilizado
daría parte a las autoridades y ya se encargarían ellos de rescatarlos. Pero… ¿Qué
habría dicho el libro? Seguramente le habría indicado que volviera a por ellos.
Le habría dicho que no los podía abandonar. Que ellos habían puesto toda su fe
en él… Pero ahora, el maldito libro no estaba. No tenía a ese Pepito Grillo que le incomodara con
moralina barata. Seguía mirando sus pasos en la arena.
—
Me voy a arrepentir. —Dijo en voz alta.
Continuará...
Foto cortesía, una vez más, de Diego Escolano.
Nooooo!!! Me he perdido mucho en mi tiempo de ausencia de este carnaval! ! Tengo que ponerme al día sin falta!! Voy a ello :)
ResponderEliminarFeliz domingo
jajajaja, no pasa nada, Lydia, tú a tu ritmo que para eso están aquí en el blog :-)
EliminarQue pases un buen día!
Los dos caminos de la duda, del no saber, de la existencia misma, que nunca sabes cual es el correcto y cual el cómodo. Saludos.
ResponderEliminarAsí es, Nel, así es... Siempre la dichosa duda... Esperemos que el protagonista sepa elegir sabiamente.
EliminarSaludos!
ainsssssssss.. otra vez me quedo con la mosca... está de lo más interesante
ResponderEliminarEsa era la idea, jijijiji
EliminarMe alegra que te guste como va por el momento. :-)
Saludos!
Me encanta como lo has escrito, ainss que duda, ¿que pasara?
ResponderEliminarMe alegra que te siga gustado :-)
EliminarEl domingo que viene saldremos de dudas... seguramente... jejejeje
Saludos!
Muy interesante :)
ResponderEliminarA esperar para ver qué hará ^^
Muchas gracias, Carmen :-)
EliminarPronto saldremos de duas. El domingo próximo, seguramente... jeje
Saludos!
Va a dar media vuelta y a saber lo que se encuentra ahí dentro, lo veo.
ResponderEliminarTengo curiosidad por ver qué ocurre al final, veo que nos acercamos vertiginosamente jajaja.
Me ha encantado, aunque tengo mil dudas ahora mismo.
¡Un besín!
Pues sí, el fonal lo tengo pensado ya (que no escrito), veremos cómo lo puedo acabar cuadrando... :-)
EliminarSi te puedo solucionar alguna duda... ;-P
Besicos!
Colega eres un crack... como consigues llevarnos (y confundirnos) por esos entresijos y recovecos, cargados todos de "datos" y "guiños" y que, a mí particularmente (con lo "cortito" que soy) me cuesta un huevo descifrar... vamos que nos llevas por donde te da la gana. Ja,ja,ja,ja,ja,ja- Pasa un buen domingo crack.
ResponderEliminarJajajajaja.... Se hace lo que se puede, compañero, aunque creo que es que tu me lees con buenos ojos... jejeje
EliminarNo siempre hay "guiños", que lo sepas también :-)
Lo importante no es que os lleve (o no) por donde yo quiera, lo importante es que cuando lleguemos al final no me moláis a palos... jeje
Saludos amigo!
Gracias de nuevo, Ramón.
ResponderEliminarOye, eso no será Santander, no? Aunque los faros son todos parecidos... Pero me acercaría de un momento a echar una manita a José Andrés. Mira que me cae de cine....
Digo que me ha gustado mucho, sobre todo, las comparaciones. La foto finish a acuarela, la lengua-lija, el solo de percusión... muy buenos...
Bueno, guapo, a ver cómo nos sacas al chiquillo de ahí, eh?? De momento el abusón del cole y Pepito Grillo llevan las de ganar...
Besucos y tal...
Agradecido estoy yo, Mary :-)
EliminarNo, no es Santander, es Alicante. Este faro está "cerca" de mi casa. Me alegro que te hayan gustado todas esas comparaciones, yo me lo paso pipa escribiendolas. :-)
Pues tengo pensado el final, lo que no se es si será a gusto de todos, de alguno o de nadie... jejeje
Besicos!!!
Gran historia, yo estoy con ganas de leer más y encontrar lo que sucede a continuación. Gracias compartir Ramon Escolano
ResponderEliminarMuchas gracias, Cindy! :-)
EliminarEl próximo domingo habrá un nuevo capítulo.
Gracias a ti por leerme :-)
Así que va a volver?? Ains, este tipo...
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