La calle estaba vacía, como sabedora de los acontecimientos
venideros, tan sólo un arbusto se atreve a cruzar con la inestimable compañía
del silbido del viento. Unas contraventanas se cierran raudas, mientras unos
ojos escrutan la calle desierta. A lo lejos se escucha el tintineo de unos
adornos metálicos que cuelgan de un porche. La escena, en definitiva da más
miedo que otra cosa. Tan sólo el gallo del corral del viejo Bob se atreve a
gritar, el resto de los habitantes callan con expectación mientras el trote de
un caballo comienza a ser audible. Los murmullos van dando paso a los suspiros
contenidos. Incluso el gallo del viejo Bob decidió hacer mutis por el foro. No
parecía quedar una brizna de valentía por allí. De hecho la valentía había
puesto pies en polvorosa y de ella sólo quedaban facturas sin pagar.
El trote del caballo trajo consigo a un jinete, el cual
atravesó la calle principal lentamente, como se corteja a una dama de buena
familia, pero con su mano derecha apoyada en la culata de su revólver, que
desenfundaría, tan rápido como se consigue dormir con una de las bailarinas del
Saloon, al primer movimiento sospechoso.
Atadas a su silla había unas riendas y al final de ellas un
caballo. La sorpresa hizo su aparición, empujada desde el fondo de algún lugar
eso sí, pero apareció. Era el caballo de Jim, de eso no cabía ninguna duda,
como tampoco cabía ninguna duda sobre quién iba sobre él. La sorpresa no pudo
más y huyó como un niño cuando le rompen su juguete favorito.
Un chirrido hizo que el jinete se detuviera y
simultáneamente amartillara el revólver. No tuvo ni que pensarlo, su pulgar
actuó por iniciativa propia. De una blanca puerta, perteneciente a una blanca
casa, salió un hombre de sombrero blanco, todo era tan blanco que sintió el
impulso de disparar, sin preguntar siquiera,
aunque sólo fuera por darle una nota de color a la escena.
—
¡Jack! —Gritó la blanquecina figura.
El jinete detuvo el caballo y, con una desgana digna de un
parlamentario en agosto, contestó.
—
Hola Rick. —La voz salía porque no le quedaba
más remedio— No esperaba verte por aquí. He estado a punto de dispararte.
La blanca figura de nombre Rick y cuyo apellido, White,
resultaba tan obvio que casi uno se avergüenza escribirlo, mostró una sonrisa
tan falsa como un dólar cuadrado que dejó ver una blanca dentadura.
—
Bueno, tampoco es que nosotros hayamos
contratado una banda de música para recibirte, no sé si te has dado cuenta.
—Dijo, mientras señalaba las casas y los locales cerrados a cal y canto.
—
Es curioso que uses el plural, Rick, —espetó
Jack— teniendo en cuenta que esta gente se esconde en sus casas desde que tú y
tus hombres os apoderasteis del pueblo. Y hablando de secuaces, ¿dónde te dejo
a Jim? A lo mejor queréis darle el entierro que merece. O podéis enterrarlo
como a una persona, también es una opción.
El miedo se fue, era demasiado para él. Allí sólo quedaba
una sensación de vacío. Esa sensación previa a… ¿cómo decirlo?... El fin del
mundo. Suponiendo que el fin del mundo fuera lo suficientemente valiente como
para interrumpir aquella escena.
—
Será mejor que el padre O’Hara se haga cargo del
bueno de Jim y mientras tú y yo podemos tomar un trago en mi casa. Hace
demasiado calor para hablar aquí y seguramente te apetezca bajar del caballo y
descansar un poco. Hablaremos de los viejos tiempos y de paso me cuentas qué
pasó con Jim. —Se giró y dio un silbido. De la casa blanca salieron un par de
tipos y se acercaron para hacerse cargo de los caballos.
Una atronadora carcajada salió de la garganta de Jack. El
sonido permaneció reverberando por las callejuelas del pueblo. Era una
carcajada desafiante, como la figura del propietario. Y no conocía la palabra
miedo, porque esas cosas no las conoce una carcajada, o al menos eso le enseñó
su madre de pequeñita, y menos una carcajada de Jack Wilson.
Jack Wilson debía ser la persona más valiente a ambos lados
del Pecos. No en vano cuenta que La Muerte le ha tachado de su lista porque
teme enfrentarse al desprecio de Jack. Otros cuentan que él es el propio hijo
de La Muerte, ya que allá por donde ha pasado ha dejado un sembrado de cruces.
Si bien es cierto que, últimamente, lo hace dentro de la Ley, o todo lo dentro
de la Ley que la Ley le permite, como sheriff de Kinsley.
—
¿En serio crees que he venido hasta aquí para
entrar en esa porquera que llamas casa?
Los dos esbirros de Rick pararon en seco, hasta ellos
tuvieron miedo en ese instante.
—
Jack, Jack… —Respondió Rick, pronunciando lenta
y suavemente el nombre—Sabes que me caes bien. Incluso me caes bien a pesar de
ser quien eres y hacer lo que haces. Pero será mejor que no te pases, hay gente
a la que no le caes tan bien, que no te aprecia tanto como yo. Gente que estaría
encantada de que el hombre que tengo apostado te atravesara la cabeza de un
disparo. Así que, seamos razonables, ¿de acuerdo?
—
¿Qué tipo? —Dijo Jack con su habitual desgana.
Los hechos siguientes fueron rápidos. Demasiado rápidos. Incluso
a un observador neutral, al que hubieran
entrenado desde la infancia, al que hubieran adiestrado única y exclusivamente para
anotar y relatar los hechos que acontecieron en ese instante, le habría
costado.
Se oyó un disparo. Alguien murió. Y Rick White era el único
que seguía encañonado por un arma.
—
Joder, Jack, eres mejor de lo que recordaba. Y
un maldito cabrón, ese era mi mejor hombre.
—
Pues te he quitado un sueldo tonto de encima,
Rick. ¿Hay alguien más al que le caiga mal?— Lanzó la pregunta al aire, y el
aire se fue a un rincón a hacerse el distraído.
—
La lista es larga y lo sabes. En fin, no puedo
obligarte a tomar un trago conmigo, pero si te quieres quedar por aquí un rato
o a pasar la noche los gastos corren de mi cuenta. Nos veremos pronto.
—Diciendo esto se giró y desplazó su blancura al interior de la blanca casa.
Los hombres de Rick, que aún mantenían las manos en las
fundas de sus revólveres, y se preguntaban cómo demonios había podido acertar
desde tan lejos, se apresuraron a coger las riendas del caballo de Jim para
llevarlos a descansar, al caballo al establo y a Jim al cementerio.
Jack bajó de su caballo con tranquilidad. Con esa
tranquilidad que hace que hayan oído hablar de ti en veintidós estados. Su
mayor virtud no era, sin embargo, esa tranquilidad. Ni su velocidad para
desenfundar. Ni su valentía. Ni siquiera el que dijeran de él que era capaz de
ver más allá del horizonte. Su mayor virtud era que su aspecto no delataba nada
de eso. Era un tipo al que la normalidad le había retirado el saludo por
aburrido. Además su afición al whiskey podía hacer pensar que sus facultades
disminuirían. Ese solía ser el último error de los que le menospreciaban.
Una vez que la extraña reunión se hubo disuelto, el pueblo
comenzó a volver a la vida. Las ventanas se abrían, las habitaciones respiraban
de nuevo y las maderas volvían a crujir. Presintiendo que los paisanos
necesitarían una buena dosis de alcohol, el dueño del Saloon, que no era otro
que Rick White, ordenó que abrieran sus puertas. Y así se comenzó a volver a la
normalidad, con Francis el pianista tocando y con Rob, paño en manos, dando
lustre a los vasos tras la barra.
Las notas salían a la calle, más por ganas de salir del
pueblo cuanto antes que por el ímpetu que ponía Francis al tocarlas. Francis
podría haber sido un gran pianista. O al menos podría haberlo sido si se le
hubiera dado el don de nacer unas quinientas veces más. Aunque nadie le ponía un
pero a su forma de tocar. Por varios motivos. El primero porque lo siguiente
más parecido a la música que había oído los lugareños eran las campanas de los
entierros. Porque la mayoría de los clientes distraían sus sentidos en dos
actividades, los senos de las chicas y lo que quiera que fuera que vendía Rob
en aquellas botellas añejas. Y por último porque Francis tenía a bien
apellidarse White y, si bien es cierto que no era hijo de Rick, no podía
tomarse a la ligera que llevara el mismo apellido.
Un tipo entró en el local atravesando la portezuela de dos
hojas con agilidad. Estas se abatieron repetidamente, como si quisieran
ventilar el viciado ambiente cargado de una mezcolanza de alcohol, sudor y
tabaco de mascar. Vestía camisa azul, unos tejanos, botas marrones con unas
espuelas plateadas, a juego con la estrella de su pecho, y un bonito sombrero.
Pero lo que más llamaba la atención era lo que no llevaba, una cartuchera.
—
Buenos días, Rob, dame una botella de ese
whiskey que sirves aquí.
—
¿Y desde cuándo te gusta a ti el whiskey, Matt?
—
No si sigue sin gustarme, pero tengo quitar unas
manchas de grasa en unos pantalones y la tienda de la Sra. Wilkins sigue
cerrada.
—
Sheriff… —Saludó Jack.
—
Sheriff… —Contestó Matt— Ya he visto que sigues
haciendo amigos.
—
Bueno, sólo hago cumplir la ley, Matt. —Sonrió
—
Lo sé, lo sé, ¿qué me vas a contar? —Devolvió la
sonrisa— ¿Qué tal sigue Chiquitín? —Se refería a Chiquitín McBride, el ayudante
de Jack en Kinsley.
—
Muy bien, lo he dejado al mando en el pueblo. Le
diré que has preguntado por él. ¿Y tú qué tal por aquí? Si necesitas mi ayuda
sólo tienes que pedirla.
—
Lo sé. —Esbozó una sonrisa sincera— Está todo
donde yo quiero que esté.
Jack apuró su vaso.
—
Creo que lo mejor es que me marche antes de que
me pille la noche por el camino.
—
Sí, será lo mejor. Por la noche es más difícil
ver las balas.
Se estrecharon las manos antes de que Jack tomara el camino
hacia la calle. Cuando Jack estaba a punto de cruzar el umbral algo hizo
reaccionar a Matt.
—
¡Rob!
Sólo fue necesaria esa palabra para que un instante después
apareciera en su mano un rifle de repetición. Con la misma celeridad apareció
junto a Jack en la puerta del Saloon. Nadie en el interior osó moverse. Parecía
que lo peor estaba por llegar.
Sin haber puesto siquiera un pie en la calle, propiamente
dicha, los dos sheriffs ya habían dado cuenta de un par de los matones de Rick.
Cuando por fin lo hicieron los asalariados del Sr. White fueron cayendo como
moscas. Un tercer tirador se había unido a ellos en dicha labor, era Franklin,
el segundo de Matt en el pueblo que debía estar sobre aviso dada la escena
protagonizada unas horas antes. Los disparos se iban sucediendo, como en un
castillo de fuegos artificiales, en los que el color rojo era el predominante.
Si Jack era bueno con su revólver, Matt y su ayudante no se quedaban atrás. Daba
la sensación de que estaban en una exhibición
de tiro al malhechor. Éstos, a pesar de ser más en número no parecían ser tan
certeros y seguían siendo los receptores de las malas noticias en forma de
balas.
De repente el estruendo dio paso al silencio, a una calma
tensa. Sólo quedaban cuatro personas en pie, los tres defensores de la ley y
Rick White.
—
Vaya, Rick, parece que vas a ahorrar un dineral
en sueldos… —Dijo el parsimonioso de Jack.
—
Lo mejor es que no hagas ninguna tontería, ya
has visto el resultado de tu última ocurrencia. —Sugirió Matt.
Rick los miraba con furia, con rabia mal contenida. Era un
cartucho de dinamita al que se le estaba acabando la mecha. Había pasado de ser
el dueño del pueblo a ser el hazmerreír, o eso pensaba él. Lo que estaba claro
era que estaba en un camino sin retorno. Había quedado demostrado que su mandato
en el pueblo era porque Matt así lo quería. Porque cuando contravenía la ley
siempre era en otros pueblos y no en Larned, el pueblo de Matt. No se sabe
si fue un error de juicio, o un suicidio provocado, pero trató de desenfundar
su revólver. No llegó a hacerlo, dos disparos llegaron antes a su blanco pecho,
que comenzó a teñirse de rojo.
—
Le he dado yo primero. —Dijo Jack
—
Ni de broma, he sido yo. —Contestó Matt
—
Sabes que soy mejor que tú disparando. Siempre
lo he sido.
—
Eso es lo que tú te has creído.
El pueblo seguía en silencio, observando con cierto temor la
discusión de los dos sheriffs. Sin saber muy bien en qué iba a acabar aquello.
Si habría un nuevo duelo por ver quién tenía la supremacía.
—
No es que lo crea, es que es así.
—
Pregúntale
a papá. Él nos enseñó a los dos…
—
Oh… Vamos, Matt, ¿vas a jugar esa carta ahora?
No seas niño…
Ambos sonrieron y se fundieron en un abrazo antes de
dirigirse de nuevo al Saloon. Cuando entraron las notas del piano volvieron a
sonar, mucho más sosegadas que hacía un rato.
—
Pagas tú, que has perdido. —Dijo Matt
—
Ni de coña, pagas tú, que para eso es tu pueblo.
—Contestó Jack
—
Me parece bien. —Ambos sonrienron.
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[19:56:01] chinan dice:
cruza un arbusto acompañado por el silbido del viento...
[19:56:52]
esquivando dice:
unas contraventanas se cierran raudas
[19:57:12] esquivando dice:
mientras unos ojos escrutan la calle desierta
[19:57:29] chinan dice:
a lo lejos
[19:57:50] chinan dice:
se escucha el tintineo de unos adornos metalicos colgados
en un porche
[19:58:25] chinan dice:
la escena, resumiendo, da mas miedo que otra cosa
[20:00:14] esquivando dice:
el gallo del corral del viejo Bob es el único que se
atreve a gritar
[20:00:34] esquivando dice:
el resto de los habitantes callan expectantes
[20:01:00] esquivando dice:
mientras el trote de un caballo comienza a ser audible
[20:01:14] esquivando dice:
(cambio)
[20:01:33] chinan dice:
los murmullos van dando paso a los suspiros contenidos
[20:01:57] chinan dice:
incluso el gallo del viejo Bod decide hacer mutis por el
foro
[20:02:56] chinan dice:
la valentia habia puesto pies en polvorosa y de ella solo
quedaban facturas sin pagar
[20:03:01] chinan dice:
(cambio)
[20:03:02] esquivando dice:
(juaz)
[20:06:03] esquivando dice:
El jinete atravesó la calle principal lentamente, como se
corteja a una dama de buena familia pero con su mano derecha apoyada en la
culata de su revolver, que desenfundaría tan rápido como se consigue dormir con
una de las bailarinas del saloon, al primer movimiento sospechoso.
Jope, qué chulo. Me ha gustado mucho toda la historia. ¿La habéis escrito los dos via skype o similares o solo han sido los primero párrafos?
ResponderEliminarSin duda alguna, me ha encantado el toque del viejo oeste, sabes narrarlo muy bien.
¡Un besín, Ramón!
Muchas gracias, Gema, me alegro que te haya gustado. Esto lo tenía por ahí aparacado desde hace varios años, a mi amigo y a mi nos daba por desvariar a veces así, empezando historias que luego nunca acababamos. Lo hacíamos por el IRc Hispano, mucho antes de la moda del MSN y muchísimo antes de las redes sociales... Allá por el Jurásico, más o menos... jeje :-)
EliminarBesicos!!
Sensacional amigo, no hay duda que ya apuntabas muy alto (y no lo digo por las armas de Matt o Jack) ja,ja,ja,ja,ja,ja. Ya entonces escribías fenomenal, felicidades me ha encantado. Sobre todo cuando haces hablar hasta al aire o incluso al miedo. Ja,ja,ja,ja,ja
ResponderEliminarBueno, muchas gracias, aquí el mérito es compartido :-)
EliminarEn aquella época fue cuando empecé a hacer mis pinitos escribiendo y con los blogs. Con respecto a lo que dices, me gusta "humanizar" de cuando en cuando a todo aquello que no lo está... Me hace gracia a mi mismo :-) jejejej
Saludos!
Me parece superdifícil "escribir a cuatro manos". Y más, de esta manera. Yo escribí con otra persona varios relatillos, pero siempre hubo uno (unas veces él y otras, yo) que llevaba el peso de la escritura.
ResponderEliminarAparte de esto, el tema del western, me encanta. Gracias por otro más.
Y quiero repetir la frase que me ha dejado "totalmente colgada" de tu relato de hoy: "Lanzó la pregunta al aire, y el aire se fue a un rincón a hacerse el distraído." Que sepas que me atrapó totalmente y no me puedo soltar!!! Gracias también por ella.
Un besuco.
Esto eran tontunas que nos daban a mi amigo y a mi de vez en cuando, aunque nunca llegaban a buen puerto. Eso sí, nos pasabamos un rato la mar de divertido, jeje
EliminarYo también me estoy aficionando al western, jeje... Y eso que lo único que he hecho es ver pelis :-)
Me divierte "humanizar, sensaciones o ambientes, así que me alegro que esa parte también te guste.
Besicos!
Me gusta tu humor absurdo. Es absurdamente divertido, e ingenioso. Un abrazo, Ramón.
ResponderEliminarMe alegro Pedro, el gusto es mutuo, jeje
EliminarSaludos!
Estefanía versión Blogger... Perdona la comparación, se que el bueno de Marcial es más mito por cantidad que por calidad, pero yo lo devoraba. Muy buen Western Ramon, muy simpático texto. :)
ResponderEliminarNo hay nada que perdonar, Miguel Ángel, al contrario me honra. el bueno de Marcial le gustaba mucho a mi padre, tenía montones de esas pequeñas novelitas. Aún queda alguna por casa, que deberé leer para aprender algo y que mis fuentes no sean sólo las películas del género.
EliminarMuchas gracias por tu visita y por tus amables palabras.
Me ha gustado mucho, como casi todos los que escribes, Ramón.
ResponderEliminarGracias por compartirlos y felicita a tu compañero, sea quien sea.
Un saludo.
Me alegro mucho, Isabel. Gracias a ti por tomarte el tiempo de leerlo y dejar unas palabras. :-)
EliminarSaludos!
recuerdo tus duelos con Esquivando... Qué tiempos!!
ResponderEliminar