viernes, 16 de mayo de 2014

Hasta Que La Muerte Nos Separe

Esta historia la escribí hace tiempo. Acababa de leer el libro de Stephen King, Mientras escribo. Es un libro en que habla de sus vivencias como escritor y da también algunos consejos para aquellos que quieran escribir historias, relatos, novelas... En el libro venía una especie de reto (lo que me gusta a mi un reto), en el que él proporcionaba las líneas básicas en cuanto a personajes principales y argumento. A mi la idea me pareció interesante, así que me animé. También sugería que aquel que escribiera la historia se la enviara y él les contestaría con su opinión. Yo esto no lo hice, primero porque ya me cuesta escribir en castellano, como para hacerlo en inglés, y segundo porque cuando yo leí el libro debía hacer unos seis años que estaba publicado. Espero que os guste.

Se conocieron en la universidad. Él estaba estudiando periodismo y ella arquitectura. El primer encuentro fue en una de las múltiples fiestas que celebraba la hermandad de él. Ella llegó acompañada de un par de amigas, las cuales tenían a sus novios en aquella hermandad. Nada más verla se sintió atraído hacía ella. Se pasó un buen rato observándola, casi memorizando cada detalle de su físico. Su pelo negro rizado, sus ojos verdes, su boca de diseño casi minimalista, su  rostro con un ligero toque bronceado. Su silueta tampoco desmerecía, pero él prefirió centrarse en el la cara. Si no se atrevía a aproximarse a ella ese día, la podría recordar perfectamente si se la cruzaba por el campus. De todo lo que memorizó lo que más le gustaba era la boca. No tenía los labios carnosos, ni siquiera su propietaria los había hecho resaltar, era el encanto de lo natural lo que le llamaba la atención. Un amanecer no necesita del technicolor para ser bello, aquellos labios tampoco necesitaban de aditivos para cautivar. Estaba a punto de lanzarse al acecho cuando oyó la voz de su amigo Brian.



- ¿Dónde te metes Mike? Llevaba un rato buscándote. Ven, te quiero presentar a alguien.



No tuvo ocasión de replicarle. Quería decirle que no, que él ya sabía a quién quería conocer. Pero antes de poder reaccionar Brian ya le había cogido del brazo y lo llevaba a rastras, como una grúa a un coche mal aparcado. Y lo llevaba en dirección a aquella mujer. No se lo podía creer. No podía tener tanta suerte. Quizá no la tenga, pensó, a lo mejor no es a ella a quién me va a presentar. Y aunque así fuera, ¿qué posibilidades tengo con una mujer así? Los pensamientos se le acumulaban, en el breve camino que recorrieron.



- Es aquella morena de allí. - Dijo Brian un poco antes de llegar. -  Es amiga de mi novia. Lleva un buen rato controlándote tío. Quiere conocerte.

- ¿A mí?

- Sí, ya ves, estará loca, porque para querer conocerte...



Mike ni se molestó en replicarle. No podía, era un almacén de nervios en aquel momento.



- Mike, esta es Sara. Estudia arquitectura. - Dijo Brian, haciendo de maestro de ceremonias. - Este es Mike, un proyecto de periodista.

- Hola. - Fue todo lo que pudo articular Mike.

- Hola, Mike. - Dijo ella. La voz hacía juego con la boca. Era dulce, acogedora y con una sensualidad elegante.



Tras los nervios de rigor de los primeros minutos, ambos se fueron soltando. Tomaron un par de copas y decidieron dar un paseo por el campus. Paseo que acabó viendo amanecer y desayunando en la cafetería. Durante ese tiempo se contaron parte de sus vidas. Él le habló de su Denver natal. De lo mal que lo pasaba en su época de estudiante allí, por preferir estudiar a hacer deporte para poder ingresar en una universidad decente. Le habló de sus padres y de cómo a base de esfuerzo habían conseguido sacar adelante a sus tres hermanos y a él. Sólo dos de los cuatro habían conseguido llegar a la universidad, él y Bob el siguiente más mayor que él. Ambos habían conseguido becas gracias a sus más que buenas notas. Ella resultó ser hija única de un prestigioso arquitecto de Miami. También había tenido algunos problemas en su juventud, aunque en su caso no había sido por vivir en un barrio pobre, ni por la escasez de dinero. Su origen hispano en un colegio elitista había sido uno de los motivos. El hecho de ser inteligente y rechazar su ingreso en el equipo de animadoras, pese a su más que dotado físico, había conseguido hacer de ella una marginal. Todo aquello lo único que consiguió fue reforzarla más. Era una mujer inteligente, independiente y con unas ideas muy claras sobre su vida.

Quedaron en verse al día siguiente para ir al cine. Y volvieron a quedar al siguiente, y al siguiente. Mike disfrutaba cada segundo con ella, era una mujer muy divertida, de cada situación era capaz de hacer un chiste o una broma. Seguía sin creerse la suerte que estaba teniendo. Empezaron a hacer planes de futuro. Ambos estaban en el último año de carrera y ninguno de los dos tenía la menor intención de separarse del otro. Mike recibió una oferta de un periódico de Portland y se mudaron allí. Ella no tardó en conseguir un empleo en una firma de arquitectos. Su cargamento de matrículas de honor fue aval suficiente.

Al año de vivir juntos se casaron. Y al mes de casados empezaron los problemas. Él tenía que quedarse muchos días hasta tarde, por si llegaba algo a la redacción que hubiera que meter antes del cierre. Ella empezó a sacar su lado oscuro.



- ¿Algún día vas a venir a una hora normal?

- Es lo que suelo hacer, cariño.

- ¿Sí? Pues yo llevo una semana que casi ni te veo.

- Ha sido una semana rara.

- ¿Rara? A saber qué habrás estado haciendo.

- Ya sabes lo que he estado haciendo.

- Sé lo que tú me cuentas, no lo que has estado haciendo.

- ¿Qué insinúas cielo?

- He visto cómo te mira la rubia de bote esa.

- ¿Mandy?

- ¡Lo sabía!

- ¿Qué?

- No es la única rubia que trabaja allí, pero sin embargo es la que tú has nombrado. Te acuestas con ella, ahora lo tengo claro.

- Estás loca.

- Sí, claro, traicionas mi amor por ti en mis narices y estoy loca. Genial.

- Sabes de sobra que te quiero, que eres la mujer de mi vida. El mejor regalo que me ha dado la vida.

- Ya veo cómo me lo pagas.

- Vamos, Sara... Además, Mandy tiene novio.

- Tú estás casado y no parece que eso sea un impedimento para retozar con esa golfa.

- Haz el favor, baja el tono, se va a enterar todo el barrio.

- ¿Enterar? ¡Luego es cierto!

- Mira, estoy muy cansado, vamos a dejarlo estar.



Las discusiones se hacían cada vez más frecuentes y más cargadas. De la violencia verbal pasó a la violencia física. Los gritos iban acompañados de objetos que volaban en dirección a Mike. En algunos casos incluso hacían blanco en Mike. Un par de veces tuvo que ir a urgencias a que le pusieran puntos en alguna herida. Él siempre daba cualquier excusa.



- Se me ha caído un jarrón de lo alto de mueble. - Decía con toda la convicción de que era capaz.



Ni se le pasaba por la cabeza abandonar aquel asedio. La amaba, pensaba que si estaba celosa era porque ella también le amaba a él. Aunque fueran unos celos enfermizos e infundados. Además, se le pasaban. Parecía darse cuenta de lo que hacía con él y pasaban unos días rebosantes de ternura y amor. Eso le compensaba los malos ratos y los golpes. A lo mejor solo es una mala época, pensaba Mike. Quizá es normal, la verdad que, a veces, paso poco tiempo en casa. Es lógico que se inquiete y me eche de menos.



De uno de los momentos de calma entre tormenta y tormenta nació David. Con la llegada del pequeño la cosa se estabilizó. Las cosas volvían a ser como al principio. Había risas, diversión y confianza mutua. Los celos parecían haber quedado olvidados. Mike se sintió orgulloso de haber llevado la situación, de no haberla abandonado. Seguía convencido de que no encontraría otra mujer como aquella.



Sólo duró tres años la felicidad. Sara volvió a sacar sus demonios y sus paranoias a escena. Mike quiso seguir aguantando, por el pequeño, pero la cosa se empezó a desmadrar. Denunció los malos tratos y pidió el divorcio. Tras un juicio escabroso lo consiguió, como también consiguió la custodia de David y una orden de alejamiento para Sara, ya que tras el juicio pareció agravarse su locura y no hacía más que perseguirlo y abroncarlo en cualquier lugar.



- Maldito hijo de puta, ¿te crees que te vas a quedar con mi hijo?



Mike estaba en la sección de deportes de unos grandes almacenes, buscando unos patines para David, cuando apareció ella y sus gritos.



- Vamos Sara, déjalo estar. Sabes que no puedes acercarte a mí. Olvídame y déjanos vivir tranquilos.

- Y una mierda, voy a recuperar a mi hijo, sea como sea.



Mike se dio la vuelta con la intención de zanjar la discusión. Estaba en un lugar público y no quería montar ningún espectáculo. Por eso no lo vio venir. Ella había cogido un bate de béisbol y le propinó un golpe en la cabeza lleno de rabia. El golpe le abrió una buena brecha en la cabeza a Mike y cayó al suelo fulminado. Ni siquiera pudo gritar pidiendo ayuda. Tras tenerlo a merced en el suelo, Sara continuó descargando su ira a través del bate contra el cuerpo de Mike. Los golpes no parecían tener un objetivo determinado. Los repartió por la cara y por el resto de cuerpo, acompañándolos de patadas y gritos. El alboroto llamó la atención de los guardias de seguridad. Para cuando llegaron, la cara de Mike era como una pelota deforme. La sangre brotaba de varios sitios a la vez, de los oídos, de la nariz... De la boca además de sangre habían salido varios dientes. Los ojos se intuían detrás de los pómulos inflamados. Antes de que los guardias se la pudieran llevar aún fue capaz de dejarle un último regalo, incrustando el tacón de aguja de sus zapatos rojo sangre, en el abdomen de él.



Hicieron falta varias operaciones para recomponer a Mike. Cara, costillas, clavícula izquierda. El bazo se salvó del taconazo por milímetros. Tras las semanas que permaneció en el hospital se celebró el juicio. Ella consiguió un buen abogado gracias a su dinero. Y gracias al abogado consiguió que el juez la enviara a un psiquiátrico en lugar de a la cárcel. Había logrado que varios médicos le diagnosticaran una demencia temporal traumática por haber perdido la custodia del pequeño David. Al fin se había librado de ella. Al menos por una larga temporada. Por mucho que ella a la salida del juicio le dijera:



- No te vas a librar de mi tan fácil, cabrón de mierda. Volveré a por lo que me pertenece.



No le dio mayor importancia. Ahora ya quería olvidar todo aquello cuanto antes y centrarse en su trabajo y sobre todo en su pequeño. Empezó a disfrutar de él sin el temor de encontrarse con ella a la vuelta de cualquier esquina. Había empezado una nueva vida para ellos. Una vida lejos de la locura violenta de Sara.





Un día, después de recoger a David de la guardería, lo llevó a casa de uno de sus amigos que celebraba su cumpleaños. Iba a tener una tarde libre. No es que estar con David le pesara, al contrario, pero había pasado mucho los últimos meses y le venía bien una tarde de relax.



Cuando entro en casa noto una sensación extraña. Quizá era porque nunca había estado solo en casa desde que la compraron. Siempre había estado con Sara, con David o con los dos. Quizá por eso notaba algo raro. Fue hasta la cocina y puso la cafetera. Un buen café para empezar una tarde sin complicaciones. Quizá luego se daría un buen baño y, si le daba tiempo, daría una cabezadita.



Mientras el agua se calentaba se sentó en el sofá y puso la tele. Fue cambiando de canal hasta que dio con un avance informativo. Al parecer tres internas del manicomio habían matado a un vigilante y se habían escapado. Dos habían sido capturadas ya, pero la tercera aún permanecía huida. No dieron los nombres de ninguna de las tres, pero a Mike no le hizo falta. Acababa de comprender la sensación extraña que le produjo la casa al entrar: era el perfume de ella. La muy zorra, pensó, es la única capaz de seguir llevando Chanel hasta en el manicomio.



- Hola cielo, qué pronto has vuelto hoy a casa...



La oyó a sus espaldas. Estaba bajando las escaleras. Intentó levantarse, para hacerle frente o huir, o llamar a la policía, pero era incapaz. El pánico que le provocó la voz le había dejado paralizado. Los recuerdos de la paliza ayudaban a entumecer aún más los músculos. Ni siquiera pudo girar la cabeza para comprobar que no era una alucinación. No le hacía falta. La sentía. Su cuerpo estaba demasiado acostumbrado a ella como para equivocarse. Era ella. Había matado a una persona y había huido. Y ahora estaba allí y él no podía moverse. No podía gritar. Estaba a su merced. A merced de una loca. Le había dicho que volvería a por lo que le pertenecía. Y allí estaba. Detrás de él. Acariciándole el pelo.



- Te han curado muy bien las heridas, cielo. ¿Te trataron bien en el hospital? Seguro que lo hicieron. ¿Les diste las gracias? Sí, seguramente lo harías. Eres tan educado, tan encantador... Seguro que les diste las gracias a todos. A los médicos, a las enfermeras... Sí, seguro que lo hiciste. ¿A cuántas te has tirado ya, cielo?



La voz sonaba dulce y envolvente. Tan dulce y envolvente como una serpiente enrollándose sobre su presa. Seguía acariciándole y le besaba.



- Pero no pasa nada, cariño, ya estoy acostumbrada a que te acuestes con la primera puta que pase por tu lado. No pasa nada, ya no te guardo rencor por eso. Seremos felices los tres juntos otra vez, ¿verdad? Claro que lo seremos. Ya lo verás. Yo me encargaré de ello.



La cafetera sí podía gritar, y lo hizo.



- ¡Has preparado café! Que detalle. No te preocupes, yo lo traeré y lo serviré. Para eso soy tu amada y abnegada esposa.



Seguía a su espalda. Le dio una última caricia antes de darle un golpe en la columna que le hizo que dejara de sentir las extremidades inferiores.



- Es un truquito que he aprendido en el psiquiátrico. - Dijo Sara y comenzó a reírse mientras iba hacia la cocina.



El seguía lleno de miedo, pero tenía que hacer algo. Se dejó caer de costado sobre el sofá y de ahí al suelo. Empezó a reptar en dirección al teléfono. Estaba apenas a cuatro metros del sofá, pero a él le parecían cuatro kilómetros. Iba poniendo un brazo delante del otro y arrastrando el resto del cuerpo. No había recorrido ni la mitad del camino cuando volvió ella.



- Oh, ¿te has caído? Espero que no te hayas hecho daño, cielo. Ven toma, aquí tienes el café, como a ti te gusta.



Lo cogió del suelo y lo sentó de nuevo en el sofá.



- Venga, sé un buen chico y tómatelo antes de que se enfríe.



El pánico iba en aumento. Seguía sin poder hablar y mucho menos gritar. Sólo podía verla y oírla. Y pensar... Pensar en qué sadismo habría planeado aquella mujer a la que él llegó a amar como nunca había sospechado que podría amar a nadie. También pensaba en su hijo. Ahora el pequeño era la persona de su vida. Era su vida. Empezó a llorar.



- Vamos cielo, ¿qué te pasa? ¿Te ha emocionado verme de nuevo? Que tierno... Eres un encanto, ¿lo sabías? Sí, seguramente lo sabrás, porque todas las furcias que te has follado te lo habrán repetido miles de veces.



Cogió la taza y le hizo beber parte del contenido.



- Pero eso ahora eso ya no importa. Eso es pasado. Ahora lo que importa es que volvemos a estar juntos. Los tres. Ya no te tienes que preocupar por nada, cielo. He vuelto, para cuidarte y amarte, hasta que la muerte nos separe...



Mike empezó a notar que perdía la consciencia. Sólo veía una mancha borrosa delante de él. La voz la oía lejana, metálica. No sabía que pasaba en sus tripas, pero no debía ser nada bueno. Le ardían como si estuvieran quemando keroseno en ellas. Las manos le pesaban, igual que los párpados. No podía mantenerlos abiertos. La voz metálica aún podía distinguirse, aunque parecía que estuviera al otro lado del país.



- Lo dijimos en nuestra boda, ¿lo recuerdas? Hasta que la muerte nos separe. Seguro que lo recuerdas, ambos lo dijimos: Hasta que la muerte nos separe...




8 comentarios:

  1. Un relato estremecedor. Me puso el pelo de puntas. Excelente, dejas que la imaginación se desporde.
    Gracias por compartirlo Ramón.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, Leticia, me alegor que te haya gustado y te haya hecho sentir cosas. Eso es lo que me más me gusta.

    Saludos y gracias a ti por la visita y tus palabras.

    ResponderEliminar
  3. Me gusto, debo admitirlo. Para mi gusto hay algunos errores de puntuación,pero esta bien.
    Saludos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegra que te hay gustado, Lula. Respecto a la puntuación, seguro que sí, que lo hay. Pero me pasa que, por muchas veces que revise los textos siempre hay alguna errata agazapada.
      Un saludo y gracias por la visita.

      Eliminar
  4. Yo te había comentado, pero no sé qué arte me di y no aparece publicado. :( Te decía que esta es "de las mías". A ver, a mí me encanta cómo escribes. Lo que ocurre es que cuando el texto contiene tanta violencia física y verbal, me remueve... Bueno, que no me gusta :( Pero te seguiré leyendo!! Y a ver si un día me das un alegrón y escribes un relato erótico, vale?? Como siempre, gracias por compartir tus relatos. Un beso y nos seguimos leyendo. ;)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, siento que a veces sea tan explícito, pero es mi manera de escribir. Al menos en este tipo de textos. Supongo que es debido que soy muy visual porque veo más series y películas de lo que leo. Y por eso todo es tan gráfico. Lo siento.
      Erótico tengo uno escrito, lo publicaré un día de estos. :)

      Saludos y gracias a ti por la visita.

      Eliminar
  5. Los pelos de punta se me han puesto. Impresionante. Hay que ver hasta donde llega la locura de algunas...

    ResponderEliminar
  6. Como tema del relato, a pesar de estar un poco visto, está muy bien enfocado por la originalidad de que la víctima sea el hombre, al que llamarían "calzonazos" aunque yo no lo veo así.
    Pero la redacción deja bastante que desear, no en cuanto a faltas sino en repeticiones, muchas, puntuación y estructura. Si tengo un minuto te lo paso corregido.

    Gracias por compartir. Ha sido de mucho miedo pero bien redactado hubiese sido aterrador.

    Saludos, Ramón.

    ResponderEliminar