Al aceptar el caso decidí portarme bien unos días. Nada de
trasnochar, ni de dar rienda suelta a los placeres de lo humano y lo divino. Me
jugaba mucho con aquel encargo. Claro que más se jugaban los de la Galería
Nacional, si algo salía mal era a ellos a los que iban a pedir explicaciones.
He de reconocer que mi plan era un poco alocado. Así me lo
hizo saber también el director Martin.
—
¿Cómo que no hay que mejorar el sistema de
seguridad? —Preguntó lleno de angustia.
—
Para nada.
—
Pero… Pero… ¿Y si nos roban?
—
Bueno, espero que así sea… —Dije con una gran
sonrisa en mi boca.
El director Martin me miró lleno de incredulidad. Por un
momento temí que no me contratara, pero lo hizo. Antes de marcharme de allí le
pedí que me hiciera llegar una lista, con todos los invitados a la inauguración,
lo antes posible.
Una vez en mi casa comencé a pintar. Otros lo llamarían
falsificar, pero yo no. Yo lo hacía por una
buena causa. Así que era pintar. Me
puse manos a la obra con un Degas, un Monet y un Morisot. Tres de los cuadros
más importantes que iban a acoger en la exposición.
Al tiempo que iba pintando iba disfrutando como hacía tiempo
que no lo hacía. Casi me sentí rejuvenecer hasta los tiempos de la facultad.
Cuando pintaba no pensaba en nada, ni en nadie. Me limitaba a dejar que el
pincel hiciera brotar mis sentimientos, mis fobias, mis temores más profundos.
Recuerdo que, en aquella época, podía pasar horas y horas sin parar de pintar.
Y me congratulaba de volver a sentir esa libertad, ese éxtasis de la creación.
Aunque en este caso fuera creando copias.
Apenas escuché el timbre de la puerta, de tan absorto que
estaba.
—
Hola Frank. —Era la bella Alisson.
—
¿Qué tal? ¿Llevabas mucho llamando?
—
No, tranquilo, sólo un par de veces. —Sonrió.
—
¿Quieres pasar?
—
Me gustaría, pero tengo prisa. Mi jefe me ha
dicho que te traiga esto.
Me entregó un sobre y dentro estaba la lista con todos los
invitados al gran día. Le di las gracias y nos despedimos. En la lista estaban
lo mejor de cada casa. Políticos, banqueros, empresarios, embajadores. Una
larga lista de nombres. Demasiados para investigarlos a todos. Busqué alguno de
los alias conocidos por los posibles
ladrones, incluido mi padre. Había algún nombre curioso, sin duda, pero no por
ello tenían que indicar que eran ladrones de guante blanco. Uno de ellos me
hizo sonreír más que los demás, Bárbara Ann Gogh. Guarde la lista en el sobre y
continué pintando. Debía acabarlos y envejecerlos
para el siguiente fin de semana.
Para la inauguración estaba todo listo. Mi idea era intentar
que robara un cuadro en concreto. Había hechos dos falsificaciones buenas, pero
que cualquier ladrón habría detectado, y una tercera que (modestia aparte) no habría
sido capaz de señalar ni el propio autor como falsa.
Los cuadros llevaban unos días colgados en sus lugares
preferentes. Yo esperaba que el ladrón actuara antes de la gran fecha. Que de
algún modo se pasara por la galería, eligiera el cebo y picara. Pero no lo
sabría hasta ese día. No sabía si saldría el plan como yo quería, o si les
daría por robar otra obra, o ninguna.
Me pasé la tarde de la inauguración para comprobar que todo
estaba como debía. Revisé todos y cada uno de los cuadros que tenían expuestos,
fueran de la colección impresionista o no. Una vez terminado el concienzudo
recorrido me fui a informar al señor Martin y me disculpé por no quedarme para
el espectáculo. Lo que no le dije era que le habían robado mi cuadro y lo
habían sustituido por otra falsificación.
Volví a mi casa y volví a mirar la lista. Hice unas cuantas llamadas
a los mejores hoteles de la ciudad hasta que di con el que me interesaba. Me
apresuré para llegar al hotel antes que la persona de la que yo sospechaba. Me
escabullí de los recepcionistas y subí hasta la cuarta planta. Busqué algún
carro de limpieza, en ellos solía haber siempre una llave maestra. No tuve
suerte, así que subí un par de plantas hasta que di con uno en la séptima. Regresé
a la cuarta y busqué la habitación 4022. Abrí con cuidado y empuñando mi pistola.
No había nadie, así que me acomodé y esperé hasta que apareció.
Cuando se abrió la puerta vi, desde la penumbra de mi
asiento, la silueta de una mujer dibujarse.
(Foto cortesñia de Diego Escolano)
Continuará...
Ufff... !!!! Y nos dejas aquí a la espera, traidor!!! Eso no se hace. Me ha gustado mucho esta parte tan intrigante, Ramón.
ResponderEliminarMuchas gracias y feliz fin de semana!!!
Un saludo.
Fomentas las ganas
ResponderEliminarOMG!!! Una mujer?? quien?? yo pensaba que el ladrón sería su padre que no estaba tan muerto como creían...
ResponderEliminarAy, a esperar el próximo!!
Un beso, Ramón!!
Primero: la foto me ha gustado, mis felicitaciones al fotógrafo ;P
ResponderEliminarSegundo: Yo también creía que iba a ser su padre, ahora ya dudo... jajaja
Sigo leyendo!!! :)
Un besoo!!!
Barbara Ann Gogh. Y su padre. Esos son mi sospechosos, o eso hubiera dicho antes de leer a Sofía Dalesio (debes leerla, es muy buena teniendo en cuenta que tiene solo 19 años). Ahora, en cambio, voy a decir:
ResponderEliminara) Barbara Ann Gogh.
b) Su padre.
c) La sorpresa perfecta para culminar la historia.
¿Está eso bien expresado? No estoy muy segura, pensaba poner "el punto culminante", pero cambié de idea y quedó de esa manera.
xoxo