Llegué a la Galería un buen rato antes de la hora prevista. Hice saber de mi presencia al conserje de la entrada, el cual me prometió con una sonrisa estándar que se lo haría saber a la señorita Fisher. Yo le contesté, con una sonrisa cínica, que estaría dando una vuelta por allí hasta que tuvieran a bien recibirme.
Contra todo pronóstico, yo era un gran amante del arte, y
por qué no decirlo, un entendido. No en vano había estudiado en el Instituto de
Arte de Chicago, uno de los mejores del país, con una beca completa. Y ahí no
me licenciaron con deshonor, al contrario, lo hicieron summa cum laude. Era de
las pocas cosas de mi vida de las que estaba orgulloso. Mi madre también. Y
supongo que mi padre, si supiera dónde está.
No en vano mi afición por el arte la heredé de él.
Cuando estaba admirando Las Hilanderas, un cuadro de
Velázquez, el genial pintor español, escuché el repiqueteo de unos tacones
acercándose por mi derecha. La dueña de esos tacones era una mujer alta, a la
que sin duda no le hacían falta centímetros extra. Morena, con suficientes
curvas como para necesitar una señal de peligro. Era guapa. Tenía una belleza
sutil, comedida, sin llegar al exceso. Y desde luego sabía cómo sacarse
partido. Casi les rompe el cuello a varias de las estatuas que iba dejando
atrás en su camino.
—
Buenos días, señor Tucker. —Dijo con una sonrisa
de las que te hacen firmar un acta matrimonial, una hipoteca y, seguramente, un
divorcio.
—
La señorita Fisher, supongo… —Contesté, tratando
de mantener la compostura.
—
Puede llamarme Ali.
—
Sólo si usted me llama Frank. —Estaba dejando
patente que flirtear no era lo mío.
—
Muy bien Frank, ¿le gusta Velázquez?
—
Sin duda. Pero espero que esto de aquí haya sido
un test. Una trampa para probar mi valía.
La mirada de ella hacía presagiar que no sabía de lo que le
hablaba. Lo cual no era bueno para la Galería, sin duda, ya que la obra
pertenecía al Museo del Prado de Madrid y, a buen seguro, no le habría sido
fácil a la Galería Nacional traerla aquí a préstamo. La sonrisa dejó paso a una
mueca muy cercana al terror.
—
De… De… ¿De qué me está hablando?
—
Bueno, de que este no es el cuadro original,
claro.
Sus ojos no podían estar más abiertos. Estaba a punto del
desmayo.
—
¿Cómo no va a ser el original? Claro que lo es…
—Dijo con toda la convicción que fue capaz de reunir, que no era mucha.
—
No. Podría ponerme pedante y decirle que se puede
ver en el trazo del artista, pero es más sencillo que todo eso. Mire, puede
observarlo en la muñeca de una de las protagonistas del tapiz. No creo que en
el siglo XVII existieran los relojes calculadora.
La joven se quedó boquiabierta. No era capaz de articular
palabra. Temblaba tanto que temí, por unos instantes, por su salud, física y
mental.
—
Tranquila, Alisson, lo hemos puesto nosotros
ahí. —Dijo una voz tras nosotros.
—
Ah… — La muchacha comenzó a recobrar el color—
Permita que le presente a mi jefe, el director de la Galería, el señor Louis
Martin.
—
No necesita presentación. —Dije yo ofreciendo mi
mano a modo de saludo— Un placer.
—
Igualmente señor Tucker. Disculpe esta pequeña
broma, no pretendíamos ponerle a prueba.
Hice un leve gesto con mi cabeza, como restándole
importancia al asunto.
—
Muy bien, y si no he venido aquí a pasar un
examen, ¿a qué he venido?
—
En un par de semanas tendremos aquí una
importante exposición de arte impresionista. Van a cedernos las mejores obras
de Monet, Cezanne, Degas…
—
No hace falta que los enumere a todos, entiendo
el concepto y la importancia, pero sigo sin saber qué pinto yo aquí… Nunca
mejor dicho.
—
Queremos que sea usted el encargado de la
seguridad. Creemos que es el más adecuando, dado su historial.
—
¿Mi historial?
—
Sabemos de sus excelentes dotes artísticas,
además de las detectivescas. Si a eso le unimos que es hijo de quien es…
—
¿Me quieren contratar por ser hijo de un famoso
ladrón de arte?
—
Hombre… Dicho así…
—
No, no se preocupe, no me ofende. Acepto el
trabajo.
—
Me alegro mucho.
—
Una cosa…
—
Usted dirá.
—
Lo del Boticelli es anterior a que yo haya
aceptado el trabajo.
Ahora era el director Martin el que estaba boquiabierto.
—
¿Perdón?
—
El Nacimiento de Venus, es falso.
—
¿Perdón? —Insistió Martin.
—
Está usted perdonado, al menos por mi parte, no
sé si tanto por sus superiores.
—
¿Está seguro?
—
Sí, y en este caso sí le podría hacer una
disertación sobre trazos, sobre la yuxtaposición de colores y un largo etcétera
de diferencias entre el original y éste. Incluso le podría decir quién lo ha
falsificado y robado.
—
¿Lo sabe?
—
Mi padre.
—
Pero… Su padre… Está muerto…
—
¿Lo está? —Pregunté sin demasiada carga
emocional o sorpresa.
—
¿No lo sabía?
—
Nunca hemos tenido una gran relación. Yo le
decepcioné por no querer seguir sus pasos, y él me decepcionó por ser un
grandísimo cabrón.
—
Ah…
—
No se preocupe. A lo mejor le encuentro el
cuadro este también. —Sonreí.
El director trató de devolverme la sonrisa, pero pudo más el
miedo de haber perdido una obra de tamaña importancia. Nos volvimos a estrechar
las manos a modo de despedida y como cierre del contrato, y yo me marché a
preparar mi estrategia ante posibles ladrones.
Amigo, genial, me está gustando mucho, y habiendo arte pictórico de por medio ya me tienes ganado. A la espera del siguiente sigo. Abrazos, Crack.
ResponderEliminarPues me alegra mucho que te siga gustando la historia... :-)
EliminarEspero no meter mucho la pata en mis menciones pictóricas... jeje
La semana que viene tendremos el 3er capítulo por aquí.
Saludos amigo!
Genial!!! Que agudeza mental la de este personaje que te has inventado, jejejeje... Por cierto Renoir sobra entre los impresionistas. Es muy anterior a ellos.
ResponderEliminarVoy a por el uno, pero me ha encantado, Ramón.
Saludos.
Pues me congratula que te guste tanto la historia como el personaje :-)
EliminarYa he corregido lo de Renoir, aunque habría que comentarselo también a los de la wikipedia, que yo lo saqué de allí... jeje
Un saludo!
Ahora comienzo con el primer episodio, pero veo que tu inspiración sigue intacta... Estos días -semanas, más bien- que no te he visitado, han dado mucho de sí ;) Voy a ponerme al día por tu blog, ahora vuelvo.
ResponderEliminarRamón, no sé como vas a salir de esta. Yo me he quedado boquiabierta. Aplausos!
ResponderEliminarAnda! Cómo me mola el señor Tucker! Qué sentido del humor más fino, qué desparpajo, qué saber estar, qué seguridad en sí mismo... sí, sin lugar a dudas de mayor quiero ser como él.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho Ramón, esperemos al siguiente, a ver cómo protege esa galería de arte ante un posible robo de ¿su padre?:S
Un beso!!! :) :)
Me encanta la ironía y la elegancia del protagonista ;P Y qué ojo tiene jeje A ver con qué nos sorprendes en el 3 y 4 ;P
ResponderEliminarGenial Ramón!!! :)
Un besazo!
Bueno, maldita sea si no lograste volver a sorprenderme.
ResponderEliminarFelicitaciones Ramón, sos un genial escritor.
Volvería a escribir un largo comentario, pero no puedo esperar para leer el resto.
xoxo