jueves, 23 de octubre de 2014

El Sótano

Estaba solo en casa. Su mujer tenía un negocio importante que cerrar y le había dejado solo todo el fin de semana. “Los mejores negocios se hacen fuera de las horas de trabajo”, le solía decir Cris, su esposa. Por eso estaba solo en casa todo el fin de semana. Era algo que no entendía. No el hecho de que su mujer se fuera todo el fin de semana, dejándole a él en casa, sino que “se trabajara fuera de horas de trabajo”.



Podría haberla acompañado si hubiera querido, pero no podía. Ella solía viajar en avión y él era incapaz de montar en uno. No era miedo a volar, ya que era algo que nunca había experimentado, la única vez que entró en uno le tuvieron que sacar de él, con un ataque de pánico, antes de que despegara. Su problema era la claustrofobia.



Era incapaz de subir a un coche si no era con alguna ventanilla bajada. Iba al trabajo en bicicleta y subía andando cinco pisos para ir a su oficina antes de subir en el ascensor. Por eso cuando su mujer, una alta ejecutiva en una importante sociedad financiera, tenía algún viaje de negocios él se quedaba a cargo del hogar.



- Bueno cielo, portate bien. ¿No te aburrirás?

- No, tranquila, aprovecharé para hacer limpieza a fondo.

- Pero no te canses mucho, quiero tenerte fresco para mi vuelta...

- Por eso no te preocupes, no creo que nunca esté tan cansado...

- Eso espero, jeje.

- Oye cielo, ¿me harías un favor antes de irte?

- Claro, dime.

- ¿Podrías subirme las cosas de la limpieza del sótano?

- Anda, no me seas crío... Un día de estos te tengo que quitar esa fobia...

- Sí, bueno, pero hasta que llegue ese día...

- Mi taxi. Nos vemos el domingo por la noche. Se bueno.



El sábado amaneció con una mañana espléndida que él aprovechó para dar un paseo de dos horas con la bicicleta. Antes de salir había recibido una llamada de su mujer para desearle un buen día. Cuando llegó a casa el teléfono sonaba.



- ¿Dónde estabas? - Dijo ella.

- Había salido a dar un paseo con la bici. ¿Qué tal todo por ahí?

- Bien, ahora tengo una comida. La Comida. Espero que todo salga bien. Deseame suerte.

- Suerte.

- Gracias, jeje. ¿Qué planes tienes tú?

- Bueno... Ya que Don Limpio no ha subido... Tendré que bajar yo a por él. No vas a reconocer la casa cuando vuelvas.

- Espero que sí, porque te llevaré un regalito... Te dejo cielo o llegaré tarde. Te llamaré después y te cuento que tal ha ido.

- Vale, pero...

- Cuídate, un beso.

- ¿Un regalito? - Dijo él al pitido de la línea.



Se preparó una ensalada y algo de pollo a la plancha y se tumbó un rato a reposar la comida. Cuando se dio cuenta había reposado tres horas. Era ya media tarde, estaba oscureciendo, y aún no había comenzado con la prometida limpieza a fondo.



Con pasos somnolientos se dirigió a la puerta del sótano. Cuando llegó a ella Morfeo le dio un pellizco y le recordó lo que iba a hacer. Bajar al sótano. Había conseguido evitar aquello en numerosas ocasiones. Había bajado, sí, pero muy pocas veces y siempre acompañado de Cris. Ahora estaba solo, a varios cientos de kilómetros de ella, y tenía que bajar.



“Vamos, ya has bajado otras veces, tampoco es gran cosa”. Se decía. “Ese es problema, no es gran cosa, es pequeño.” Lo que le gustaba de aquella casa era lo espaciosa que era y el hecho de que no había ascensores cerca. Pero estaba el sótano. Una casa inmensa y con un sótano más pequeño que el de la casa de Barbie y Ken. La mayor parte del subsuelo de la viviendo era para el garaje, los anteriores dueños tenían tres coches y por eso habían descompensado las dos zonas subterráneas.



“Venga,-  se repetía - , haz lo que dijo Cris, no seas crío y baja.” Abrió la puerta y la oscuridad se abalanzó sobre él. Eso era un agravante, tampoco le gustaba la oscuridad, no llegaba a las cotas de la claustrofobia, pero la oscuridad y él no eran buenos amigos. Enseguida encendió la luz. Allí estaba él, al final de dos tramos de escalera, pequeñito como una ratonera: El Sótano.



No había gran cosa en él, la lavadora, la secadora y un par de armarios para los productos de limpieza, pero le hacían parecer aún más diminuto. Respiró hondo y puso su pie derecho en el primer peldaño.



“Vamos, no pasa nada, tienes ya treinta y tres años, ya va siendo hora de que te quites estos miedos”, se decía sin demasiada convicción. Puso el pie izquierdo en el siguiente escalón.



“¿Lo ves? No pasa nada, estás bajando, tú solito, y no pasa nada.” Continuó bajando los escalones de uno en uno, jaleándose en todos ellos. Cuando llegó al final estaba temblando, unas gotas de sudor  habían iniciado su camino en la frente y estaban ya recorriendo sus mejillas camino del cuello.



“Venga, coge lo que tengas que coger y sal de aquí cagando leches”. Las paredes parecían abalanzarse sobre él. Las miró para hacerse ver que no era así, que las paredes seguían en su sitio. Sintió como si las paredes le devolvieran la mirada, pero una mirada burlona, una mirada que decía: ¡Buh!



Todo fue muy rápido. Le pareció oír un ruido en lo alto de la escalera, se apagó la luz y se cerró la puerta. Eso fue lo que pasó, aunque él no sabía si ese había sido el orden correcto de los acontecimientos. Lo que sí sabía es que estaba en aquella caja de cerillas, encerrado, a oscuras... Y acompañado.



Fue la sorpresa, lo que le dejo inmóvil. Luego llegó el pánico para hacerse cargo de la situación y que él permaneciera inmóvil. Ya no sudaba, ahora eran glaciares los que le recorrían el cuerpo. Temblaba como si estuviera centrifugando la colada. Y oía. Era lo único que podía hacer, oír y respirar como al día siguiente fueran a cobrar por el aire. El aire. Ese era otro problema: No le llegaba suficiente aire a los pulmones, o eso creía él. Los pulmones le habrían contestado que tenían más que de sobra con la mitad, si les hubiera preguntado. Pero no lo hizo, no estaba para preguntas. El ataque de ansiedad había quedado en su cuerpo con el pánico, al parecer a ellos esto les parecía divertido. A él no. No oía nada. Los jodidos escalones no crujían. Nunca lo habían hecho. Eso sólo pasaba en las películas, pensó. Pero allí había alguien, bajando con sigilo aquellos escalones. No lo oía pero lo sentía. El cazador estaba al acecho de la presa

.

La espera se le hacía eterna. Se había girado un par de veces y ahora no sabía en qué situación había quedado con respecto a las escaleras. Había perdido el norte. El cazador no. Le agarró por la espalda y con una llave de cadera lo tiró al suelo. Con la misma facilidad se sentó sobre su pecho. El no ponía resistencia, ni gritaba. No era por falta de ganas, era por impotencia total y absoluta.



El cazador le ató las manos al último peldaño de la escalera y le vendó los ojos. Tras lo cual comenzó a desabotonarle la camisa. Le quitó los zapatos y continúo con los pantalones. Desabrochó el cinturón, bajó la cremallera y se los quitó. Con los calzoncillos procedió de igual modo.



Allí estaba él, en el peor de los escenarios posibles. Medio desnudo, en un sótano, a oscuras... El cazador comenzó a acariciarle los muslos con una mano y el pecho con la otra. Ambas manos se encontraron en su entrepierna. Al notarlas se estremeció. No quería ni imaginar qué podía pasarle a continuación. ¿Por qué había bajado? Podía haber quedado como un cobarde cuando volviera su esposa, cierto, pero ahora no sabía cómo iba a quedar, si es que quedaba de algún modo.



Aquellas manos seguían allí, acariciándole su zona más íntima. La zona reservada para su amada. Y allí estaban aquellas manos, profanado aquel templo privado. Una de ellas abandonó aquella zona para volver al pecho. La otra continuaba, pero no sola, la acompañaba lo que él identificó como una boca, a pesar de la oscuridad. Alguien se había introducido su pene en la boca, al parecer con la idea de... No entendía nada. ¿Alguien había entrado en su casa para abusar de él? Mientras él pensaba el cazador seguía con las caricias y con los lametones. Notó como la boca abandonaba su tarea para empezar a besarle. Le dio un beso de despedida a los genitales y comenzó repartir besos por el abdomen. Iba subiendo hacia el pecho, las caricias continuaban por todos lados. Si la situación hubiera sido otra y aquella persona su esposa... Le costaba reconocerlo, pero estaba empezando a disfrutar de aquello. Los labios anónimos llegaron hasta los suyos. Intentó rehuirlos, pero el cazador le agarró la cabeza, con suavidad, pero también con firmeza. Decidió que lo mejor era dejarse llevar, quizá si oponía resistencia la cosa sería peor. Después de todo estaba atado en un sótano oscuro y a medio camino entre el pánico, la ansiedad y el placer.



Se dejó besar. Aquellos besos estaban cargados de pasión, de fogosidad. Eran salvajes y tiernos. Le recordaron a los de su amada. Su amada... Su amada estaba a cientos de kilómetros haciendo negocios... Sólo esperaba que no le llamara ahora, no podría coger el teléfono, se podría preocupar. Ni siquiera sabía si debía contárselo. De hecho, ni siquiera sabía si viviría para contárselo.



Sonó el teléfono. Debía ser ella. Dijo que le llamaría. Seguro que era ella y él no podía cogerlo. Quizá si veia que no contestaba llamaría a la policía... No, ¿por qué iba a hacerlo? Seguramente pensaría que había salido a dar otro paseo o que estaría fuera, tirando la basura. No, no llamaría a la policía, al menos no ahora. Y ahora era cuando él la necesitaba...



El cazador, ajeno a los pensamientos de él, seguía besándole y acariciándole. Había vuelto a bajar con el rastro de besos hacia su entrepierna. Ésta era ahora la depositaria de las caricias, los labios y la lengua del desconocido. Cuando éste creyó oportuno se sentó sobre él y se introdujo el miembro. Comenzó con movimientos suaves, cadentes, lentos, para ir poco a poco aumentando la velocidad y la violencia de los mismos. Ahora las manos repartían su tiempo entre caricias y pequeños arañazos. Los labios iban y venían hacia su boca, su cuello, sus lóbulos. Los sentimientos entraron en confrontación. Tenía miedo, no sabía que esperar de aquella situación. Estaba disfrutando del sexo como hacía mucho que no lo hacía. Se sentía culpable por ello. Estaban abusando de él, cierto, pero en teoría él no debía estar disfrutándolo. No era así, pero le parecía como si estuviera engañando a su esposa. Su amada esposa. Su venerada esposa... Ajena a todo aquello. A todo aquel placer desbocado, animal.



Oía jadear a su agresora. También estaba disfrutando el momento como si fuera el último. Quizá para él si lo sería. ¿Quién le aseguraba que después no iba a morir? Prefirió sacar ese pensamiento de su cabeza y abandonarse al éxtasis. Los movimientos de cadera de la desconocida eran ya frenéticos, la respiración de ambos iba al mismo ritmo. Ambos cuerpos estaban sudorosos. Transpirando placer por todos los poros. Y ambos llegaron al final al unísono. Eso sólo le había pasado con su mujer hasta entonces. Con ninguna otra mujer lo había conseguido. Era como si su libido estuviera sincronizada. Nunca le había pasado con nadie que no fuera su Cris...



La cazadora se dejó caer sobre el. Sentía el calor del cuerpo de ella sobre el suyo, así como la respiración entrecortada. Permaneció aún un rato dentro de ella, hasta que ella decidió levantarse. Lo hizo con violencia. Con la misma brusquedad le quitó la venda de los ojos. Veía lo mismo que con ella puesta: nada.



- Te dije que te traía un regalito y que te curaría tus miedos, ¿lo he conseguido? - Era la voz de su amada esposa.

- ¿Cris?

- Claro, ¿quién va a estar tan desesperada como para hacer el amor contigo? - Contestó ella entre risas, al tiempo que iba a encender la luz.

- Estás loca, ¿lo sabes?

- Sí, loca por tí, cielo.

- ¡Casi me matas!

- Pero no lo he hecho. No has contestado a mi pregunta. ¿Qué tal tus fobias?

- Bueno... A lo mejor... Si lo repetimos otro día... - Contestó él con cara de niño travieso.

- No abuses de tu suerte. - Dijo ella mientras le desataba las manos y le daba un beso en la frente.

- Te quiero Cris.

- Yo también, cielo. - Dijo ella fundiéndose en un abrazo con él.
 


8 comentarios:

  1. Me encanta el paso tan sutil de la angustia al sexo. La verdad es que hubo unos momentos de angustia cuando estaba a oscuras y vi algun chistecillo, como el de los pulmones, y yo tan pancha angustiada, me río, y vuelvo angustiada. La verdad es que me ha gustado la forma de curar una fobia, sin duda alguna entretenida jajaja
    ¡Un besín!

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  2. Es una historia muy bella, me encanta esa sutileza tan descriptiva pero pulcra con que abordas el tema de la relación sexual tan explicita, sin un ápice de vulgaridad, me encanto el relato, la confusión de ese hombre, su inseguridad, el miedo la impotencia que transmite al no poder defenderse.
    la picarda de su esposa cuando le dice "no abuses de tu suerte"
    en resumen genial.
    saludos!!

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  3. Ojalá todas las fobias se curasen así. Por cierto, ¿he mencionado ya que tengo fobia a los harenes? Pues eso.
    Excelente relato, Ramón. Una prosa intrigante y pequeñas pinceladas de humor que no sólo no distraen sino que enriquecen la historia. Un saludo.

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  4. La madre que me.......... Bufffffffffffffff, pues sí: realmente es diferente de otras cosas que has escrito! Una cosa: yo también soy claustrofóbica y bastante dependiente de mi pareja. ¿Le diré que lea el relato, a ver si me va ayudando a dejar mi fobia? Hummmmmmmmmmm
    Gracias como siempre por compartirlo, Ramón. Me ha rechiflado. Pero eso ya lo sabías tú. Besos.

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  5. Un buen cuento, bien narrado, me gusta tu estilo ágil que invita a seguir leyendo. Sin embargo, hay un par de detalles que me causan ruido: creo que tu personaje se tardó demasiado en darse cuenta que su agresor era una mujer; de hecho, se percató de ello después de empezar a disfrutar de lo que sucedía, lo cual es un poco raro. Creo que en una circunstancia así, independientemente de lo congelado que puedas estar, se activa el instinto de supervivencia y te defiendes con lo que tengas a la mano, en particular si la agresión se torna sexual. Además, dudo mucho que un hombre puede tener una erección en un momento de estrés como ese. Debo decirte que el final lo vi venir desde el momento en que la agresión se volvió sexual y ya no tuve duda cuando dijiste que "aquellos besos me recordaron a los de mi amada". A partir de ese momento, se perdió la tensión, pues ya sabía hacia dónde te dirigías. Creo que deberías buscar esconder más ese twist en la historia. En fin, son sólo algunas respetuosas observaciones. Es lo primero que leo tuyo y, te repito, me gustó tu estilo narrativo, fluido y atrapante. Saludos.

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  6. Si yo tuviese una fobia, me encantaría que me la curasen así. Creo que este, es un buen tratamiento para muchos de nuestros males.

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  7. He sentido lástima de no tener fobias! Gran relato, muy sensual. Felicidades

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  8. Hala!!! Si hace la tira que no comento!! Como lo prometido es deuda, eres mi primera lectura en el día de hoy, jijiji. Ah, por cierto, pon el widget de suscripción de entradas al mail, por favor :)
    Y ahora sí, a lo que iba...
    Muy buen relato, menuda facilidad para pasar de un estado a otro sin perder la sentido del humor. Ains, estas cosas no se pueden leer en el trabajo!!

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