Os recuerdo que podéis dejar en los comentarios de este blog frases que os gusten, indicando el autor y la obra o si son de vuestra cosecha. También os animo a leer (y comentar) todos los blogs que han tenido a bien apuntarse al juego. Lo divertido es conocer a gente que no conocíamos, y sobre todo leer y escribir. La frase obligatoria este mes es:
El objeto que sujetaba era un pequeño cilindro con un agujerito en la
parte superior. Se lo acercó a la nariz y lo olió. Pertenece a la novela En la arena estelar, de Isaac Asimov. En unos días os comunicaré cuál es la frase elegida para la próxima entrega del juego. La fecha sí os la puedo decir, 18 y 19 de agosto.
Miraba las gotas en una de las flores de su terraza,
tratando de adivinar cuál sería la siguiente en caer. No solía acertar, por
supuesto, lo hacía porque era uno de sus métodos para concentrarse. Aunque las
veces que acertaba le hacían alegrarse como si hubiera ganado la lotería. Ese y
otros métodos de concentración le habían ayudado a resolver muchos de sus
casos.
No ese día. Ese día lo hacía por puro placer. Y por hacer
sufrir a su contertulio, cosa que funcionaba, en honor a la verdad. Ya había
resuelto el caso, y tenía al culpable convenientemente inmovilizado frente a
ella. También tenía algo en sus manos. Un chisme, según sus propias palabras. O
para ser exactos, un chisme misterioso.
El objeto que sujetaba era un pequeño cilindro con un agujerito en la
parte superior. Se lo acercó a la nariz y lo olió.
—
Agua bendita… —Afirmó. Su invitado la miraba en silencio— He de reconocerte la originalidad.
Has conseguido que te fabriquen un chisme con una aleación tan ingeniosa… Ni
siquiera la gente a la que has asesinado ha sospechado. Y eso es mucho decir…
Era cierto. Esa gente eran todos miembros de la Federación
de Asociaciones de No Vivos. Y esa no era gente muy confiada. Se habían
granjeado una buena legión de enemigos. Y a pesar de la Paz de las Especies, en
la cual todas las razas de humanoides vivos
y las de no vivos llegaron a un tratado por el cual unos dejarían de
alimentarse de los otros, y los otros dejarían de cazar a los unos. Sin embargo
siempre había recelos en ambos bandos, aunque la Paz no se había truncado desde
hacía más de medio milenio. Hasta ahora…
Unos meses atrás comenzaron las muertes de altos dirigentes
de las Asociaciones. El primero en caer fue el Canciller de la Hermandad de
Hombres y Mujeres Lobo, Arcadio Premolar. No fue hasta la segunda muerte, la
del Archiduque de la Comunidad de Vampiros, Lord Arthur de Saint Guijuelas, cuando la llamaron a ella.
—
Hemos oído hablar bien de usted, señorita… —Era
el Decano de la Federación, el vampiro Lord Anacleto de las Venas.
—
Less. —Contestó ella.
—
¿Ese es su apellido?
—
No.
—
¿No tiene apellidos?
—
No sea ridículo, todo el mundo tiene apellidos.
Esa contestación, impertinente a todas luces, podía haber
sido tomada como una ofensa y haberle acarreado consecuencias. Incluso en la
Paz. No fue así. Ella tenía el don de la intimidación, fuera quien fuera (o lo
que fuera) su contertulio, lo cual era perfecto para su profesión.
—
Su fama, como decía, le precede —Dijo el Decano
volviendo al tema principal— Según cuentan, es usted capaz de solucionar
cualquier… Problemilla…
—
Me pagan por eso, sí.
El Decano le puso al día de las dos muertes, de las cuales
ella ya tenía constancia. También le dijo que, de momento, prefería llevarlo de
modo privado que hacer entrar a las autoridades, tanto de Tecnópolis (el planeta donde se encontraba el Senado del
Sistema Psi Deral) como de Rho Setón (el planeta donde se encontraba la
Federación y donde vivían la mayoría de los No Vivos).
Estando ella en los primeros pasos de su investigación
apareció la tercera víctima. El jefe del Sindicato de Demonios, Laureano
Cornicabra.
—
Odio Rho Setón… —Dijo ella con cierto aire de
aburrimiento.
—
Lo sé señorita Less. —Contestó Lemmy, su
asistente personal, su mejor amigo desde que su padre se decidió a regalarle aquel
Golem cuando era niña.
—
No me gusta… Es muy gris… Este aire de…
Puritanismo decadente… Tan…
—
¿Victoriano?
—
Tan Victoriano, sí. No me gusta.
—
Lo sé señorita Less.
—
Quizá debería dejarlos que se mataran…
—
Pero señorita le…
—
Lo sé, lo sé, me pagan por cosas así… Y muy
bien… Lo sé…
En la escena del crimen del demonio fue donde vio el primero
de los objetos cilíndricos, chismes para ella. Preguntó al Decano De Las Venas
si había aparecido algo similar en los anteriores escenarios. Este le dijo que
lo averiguaría. Cuando lo hizo le pudo confirmar la presencia de dichos objetos
en los lugares de los crímenes. Ella pidió que se los enviaran a su oficina en
Rho Setón. Tenía oficinas y varias casas en cada uno de los cuatro planetas del
Sistema (Cy Phos, Tecnópolis, Terra Cota y Rho Setón).
Al día siguiente apareció la cuarta de las víctimas. La
Directora de la Asociación de Espíritus y Almas en Pena, Ortensia Et Erea. Y
allí había otro cilindro como los anteriores.
Dejó a Lemmy al cargo de los análisis, tanto del material
del dichoso chisme, como de las sustancias que contenía. Ella aprovechó para
hablar con el Decano.
—
¿Quién cree que puede estar detrás de todo esto?
El Decano hizo un gesto de rechazo al tiempo que respiraba
con fuerza.
—
No quiero hablar mal de nadie… Pero esos pulgosos de los hombres lobo… Nunca
me he fiado de ellos…
—
¿Tengo que recordarle que el primero en morir
fue el Canciller Premolar?
—
Según tengo entendido… No me gusta chismorrear, pero… —Hizo un
gesto, el típico gesto que se hace cuando alguien está más que dispuesto a
chismorrear— Por lo que parece hay ciertas desavenencias en la Hermandad…
—
Pero… ¿Por qué tratar de desestabilizar la Paz?
Si sólo era una lucha de poder…
Esto dejó sin argumentos al Decano.
—
Ya… Bien visto… Ejem… No sé… Cazadores, ¿quizá?
—
No tiene ni idea, ¿no?
—
Si la tuviera…
—
No me habrían llamado, lo sé… Pero podría haber
sido de alguna ayuda… Malditos burócratas… Son todos unos inútiles…
—
Sigo aquí…
—
Lo sé…
—
Por el hecho de no reflejarme en los espejos no
quiere decir que no esté…
—
Que sí, que ya lo sé… —Zanjó ella con la mayor
de las desganas.
Cuando llegó a su oficina Lemmy había acabado ya con todas
las pruebas a los objetos.
—
¿Qué tienes Lemmy?
—
Todos los objetos…
—
Chismes.
—
Sí, señorita Less, todos los chismes, están
hechos de una aleación de varios metales. Lo más curioso son las ínfimas
proporciones de plata y de hierro.
—
¿Por qué?
—
Porque en esas cantidades… Bueno… Yo creo que
eran prescindibles… —Ella le observaba con el orgullo de una madre cuando su
hijo le trae buenas notas. El continúo— ¡Ah! Lo más interesante de todo.
Reaccionan con el ADN de los no vivos.
—
¿Qué?
—
Sí, no sé muy bien cómo, pero al contacto con el
ADN la cantidad de plata o de hierro reacciona y parece multiplicarse y exuda a
través del… chisme. Y también hace que se contraigan los músculos.
—
Interesante… ¿Y el contenido? ¿Qué me puedes
decir?
—
En todos había líquidos. Por lo general licores
de calidad. Pero mezclados con otras sustancias. Por ejemplo, en el caso del
hombre lobo, había trazas de plata también. En el del vampiro había sangre de
muerto. En el del espíritu
—
Déjame adivinar… Sal…
—
Sí…
—
Ya veo el patrón…
El Golem no, de hecho no entendía el concepto patrón, pero
no le gustaba contradecir a su ama.
Y ahora...
—
Agua bendita… —Afirmó. Su invitado la miraba en silencio—
He de reconocerte la originalidad. Has conseguido fabricar un chisme con una
aleación tan ingeniosa… Ni siquiera la gente a la que has asesinado ha
sospechado. Y eso es mucho decir… Sobre todo en los demonios… Y lo mejor es que se iban a envenenar, por las buenas o por las malas. Hábil, muy hábil, sí señor.
—
No entiendo que tiene todo esto que ver conmigo.
—Dijo su contertulio por primera vez.
—
Oh… Sí que lo sabes. Tú eres el culpable de las
muertes de los cabecillas de las distintas asociaciones de No Vivos.
—
Yo me decantaría más por algún demonio… No son
muy de fiar…
—
¿En serio? ¿Tú crees? Yo no lo creo, de todos
los No Vivos a ellos es a los que mejor les va. Ellos siguen con su negocio de
compra venta de almas. Son como la mafia o los políticos, pero en honesto. No…
Yo creo… Sé, que has sido tú.
—
¿Yo? ¿Por qué una deidad iba a asesinar a esos…
esas cosas?
—
Una deidad venida a menos.
—
¿Y? Ese no es motivo.
—
Sí, sí que lo es. Todos sabemos lo que les pasa
a las deidades cuando no les queda nadie que crea en ellos. Como por ejemplo
Atón.
—
¿Quién?
—
Exacto. Ni siquiera tú te acuerdas de él. La
verdad es que tardé en pensar en alguien de tu… Especie… Pero, ¿quién se podía
beneficiar de una guerra? ¿Quién solía ser el beneficiado de todas las guerras?
Un dios. Detrás de cada guerra siempre ha habido, al menos, un dios, para
aumentar su rebaño, cosa que siempre conseguís con el miedo. Potenciando el miedo a lo distinto. Buscando siempre un nuevo enemigo al que demonizar. Por eso siempre hay un dios detrás, dispuesto a agrandar su mitología, pero sobre todo su ego. Así que decidí acercarme al
registro de la Mancomunidad de Mitos, Leyendas y Deidades. ¿Y qué me encontré
allí? No contestes, es una pregunta retórica. Allí me encontré con que tú,
Malaquías, una deidad que estaba a tres creyentes de la desaparición, en estas
semanas habían aumentado tus fieles de manera exponencial. De hecho, eras la
única deidad que había aumentado su rebaño.
El dios evitaba su mirada.
—
Eso me llevó a Terra Cota, cuna como bien sabes
de la mayoría de las religiones del Sistema. Y sinceramente, he de decirte que
si como dios eres igual de torpe que como conspirador, no me extraña que
estuvieras tan acabado. No tuve que preguntar más que a dos miembros del gremio
de los alquimistas para dar con el que te fabricó estos chismes.
—
Pudo haberlos encargado cualquiera… —Dijo, sin
demasiada convicción.
—
Sí, como poder… Pero entre mis encantos y los de
mi Golem, el bueno del alquimista canto como un pajarillo. Aunque he de reconocer que tampoco me tuve que esforzar al máximo. Los alquimistas son gente muy asustadiza. Supongo que ese carácter volátil se lo impregna el no saber muy bien qué va a ocurrir cuando hagas la siguiente mezcla en el tubo de ensayo. En fin... Después de eso,
sólo me hizo falta apelar a tu ego. Recitar unas cuantas plegarias y tener
preparada una trampa.
—
¿Cómo sabías que funcionaría? ¡Soy un dios!
—
Sí… Pero con poca fuerza todavía. Así que, dime,
que se siente al ser atrapado por una mortal con unas cuantas runas y un poco
de aceite… ¿cómo lo llaman? Ah… santo óleo… Y ahí estás, sin poder salir de un circulito, escrito en una lengua muerta y rociado con un aceite…
Qué triste…
—
Y… ¿Ahora qué?
—
Bueno, eso ya no es cosa mía. Yo te voy a
entregar al Decano. Lo que haga él contigo ya depende del Consejo Permanente de
la Federación. Supongo que nada bueno. En el mejor de los casos te encerraran
hasta que nadie se acuerde de ti y te pase… Bueno, lo que quiera que os pase a
las deidades olvidadas…
—
Podría hacer de ti… Una santa
—
¿Santa? ¿Yo? Tengo demasiados pecados como para
eso…
—
Mi profeta… Mi mano derecha… Podrías vivir
eternamente…
—
No, no me interesa. No entiendo a la gente que
quiere vivir eternamente y luego se aburren una tarde de domingo. No va conmigo
eso.
Zanjó la conversación dando media vuelta, a pesar de que
Malaquías continuaba ofreciéndole mil y una promesas. Llamó al Decano y le
informó de dónde podía encontrar al culpable de las muertes. Y se marchó, sin
importarle el destino de aquel dios menor más de lo que le importaba el destino
de un grano de trigo.
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