Odiaba los lunes y odiaba la lluvia. Sin embargo, por algún
extraño motivo, aquel lunes lluvioso no le estaba pareciendo tan malo hasta el
momento.
A media tarde había recibido una llamada para que acudiera
al Savoy, el club que regentaba su jefe. No era algo habitual. Él no era del
tipo de persona al que le llaman sus jefes. Ni siquiera para prescindir de sus
servicios. En un negocio familiar,
como era en el que él estaba trabajando, cuando querían prescindir de ti lo
hacían, en el más amplio sentido de la expresión. Por eso no tenía miedo,
aunque sí estaba nervioso.
Cuando llegó se encontró con la banda del local ensayando.
Se sentó en un taburete y le pidió a Bob, el camarero, que le sirviera un
bourbon sin hielo para amenizar la espera.
—
Me encanta Night and Day… —Una voz femenina sonó
a su lado. Si la voz era sensual, su propietaria lo era más. Sólo había una
pega, la propietaria de la voz era Isabella Reggiani, hija del difunto capo
Alfredo Reggiani.
—
¿Perdone?
—
Es una de mis preferidas.
—
Suena bien, sí… —Trataba de ser amable y que no
se notara que ella le intimidaba.
—
¿Conoces a Cole Porter?
—
¿Juega en los Cubs?
—
¡No! ¡El compositor! —Dijo a duras penas, entre
carcajadas.
—
Ah… Claro, claro… —Sus palabras despejaban las
mínimas dudas que podían quedar sobre su cultura musical.
—
Me encantaría que Ella Fitzgerald pudiera venir
al club y cantarla… —Ella hizo caso omiso de la ignorancia de él. Se mordió el
labio, tratando de contener un suspiro— Bueno, no solo Night and day, claro.
—
Claro… —Agregó, con la intención de seguir el
hilo argumental.
—
Sigues sin saber de qué te estoy hablando.
—
No, señorita Reggiani, no tengo ni idea.
—
Espero que en lo tuyo seas bueno, Tony.
—
Eso dicen, señori…
—
Vuelve a llamarme señorita Reggiani y te pateo
el trasero.
—
… —La miró con la cara de un cachorro que sabe
que se está metiendo en un lío y busca el perdón de su ama.
—
Llámame Isabella.
—
Me parece bien. —Respiró como si no tuviera
garantizada la siguiente.
—
Pero dejemos los temas triviales. —El la observó
como si supiera el significado de la palabra— Pasemos a los negocios, que es
por lo que te he llamado. Tienes que hacerte cargo de Alan.
Alan era el jefe del clan irlandés. El otro negocio familiar de la ciudad. Los
O’Riordan llevaban todo el contrabando de alcohol y eran los que tenían más
mano con la policía, ya que muchos de ellos eran de procedencia irlandesa. Los
Reggiani llevaban el juego y los clubs de alterne, y tenían untados a jueces y
políticos. Hacía años que ambas familias se respetaban, no se entrometían en
los negocios de la otra. Se dejaban vivir, lo cual era mucho. Fueron el padre
de Isabella y el propio Alan O’Riodan los que firmaron la tregua, que ya duraba
cerca de veinte años.
—
¿Alan… Alan?
—
Sí.
—
¿Hacerme cargo, en plan que no le falte de nada?
—
No.
—
¿No pretenderá…?
—
Sí. —No hizo falta que acabara la frase.
—
Pero señorita Reggiani, ¿no debería hablarlo con
su tío antes? —Su tío era Valentino Reggiani, el hermano pequeño de Alfredo.
—
¿Por qué iba a hacerlo?
—
Bueno, él es ahora… Él es quién da… ¿No es el
capo él? —Su confusión estaba llegando al límite.
—
Sí y no. —Tony se quedó mirando, a la espera de
una explicación más amplia— Él es mi hombre de paja. La heredera de la familia
soy yo, la única descendiente de Alfredo Reggiani. Pero ya sabes que no está
bien visto que una mujer lleve esta clase de negocios. Ninguna clase de
negocios, pero estos menos. Podría ser visto como una debilidad, un punto flaco
por el que atacar a la familia.
—
Entiendo. —Contestó él, más para tragar saliva
que por hacer ver su punto de vista. Todo indicaba que estaba a punto de
meterse en el mayor de los problemas. Después de todo, era lunes y llovía…
—
Pero últimamente no nos están tomando en serio.
Nos han subido el precio de las bebidas un 150%. Las redadas de la policía son
más frecuentes. No toman en serio la figura de mi tío como jefe de la familia.
Es hora de actuar, de volver a poner a los Reggiani en el lugar que merecen. El
de la familia más importante a este lado del Missouri.
Tony la miraba absorto. Cómo una mujer tan bella, de una
apariencia tan delicada, podía tener esa clase de ideas. Sin embargo lo que
decía era cierto, y lo más importante: ¿quién era él para pensar diferente?
Todo lo que tenía se lo debía a la familia. Desde pequeño había estado en la
órbita de la misma. Haciendo pequeños recados para cualquiera de los miembros
más bajos del escalafón. Conforme iba creciendo, también iba en aumento la
responsabilidad de sus tareas. Hasta llegar a su estatus actual, como uno de
los mejores matones de la familia. Y siempre, siempre, habían cuidado bien de
él. Por lo tanto, si un Reggiani decía salta,
él se limitaba a preguntar ¿hasta dónde?
Continuará...