domingo, 30 de marzo de 2014

#150Palabras (Horas, Viaje, Luces): Viaje Astral

En episodios anteriores: (I) Dibujo, (II) Nos Vemos Pronto



Llevaba un par de horas de viaje. Pero no un viaje normal. Del tipo de viaje en el que tu cuerpo no se mueve del sitio. Al contrario que su némesis, el inspector Corbinos, él sí gozaba con la sabiduría oriental. Meditaba a diario y había conseguido una gran pericia con los viajes astrales. 

En esas se encontraba. La confianza que había ido ganando con cada una de sus nuevas obras de arte, le permitía recrearse más tiempo junto a ellas una vez acabado el trabajo. Y viajaba. Lo hacía en busca de una nueva modelo, así era como las encontraba. No necesitaba merodear ni acosar. Eso era muy vulgar. 

Pero era hora de regresar. Había encontrado lo que buscaba. Antes de abrir los ojos hizo una última respiración profunda. A continuación realizó todo el ritual habitual. Dejó la nota. Llamó a la policía. Apagó las luces y se marchó.


Continúa aquí

sábado, 29 de marzo de 2014

Mala Idea



Y fue en ese preciso instante en el que se dio cuenta de que el viaje en el tiempo no había sido una buena idea...


jueves, 27 de marzo de 2014

28 Días Para El Lanzamiento: A Merced De Un Imbécil



La historia hasta ahora: Día 70, 65, 60, 50, 43, 31...

Hemos empezado ya con los entrenamientos para el manejo de las naves. Madre mía, no tiene nada que ver esto con una autoescuela. El primer día, lo primero que hicieron fue meterme en una especie de habitáculo, atarme con unos cinturones como los de los coches de carreras y centrifugarme. Literalmente. Ahora sé lo mal que lo han tenido que pasar mis calcetines, y porqué alguno decidió no volver…

Para no perder la costumbre, he vomitado. Una vez en la máquina del diablo esa, cosa que les ha hecho poca gracia a los de la Agencia, menudo pringue he dejado allí dentro. Me sorprende que aún se sorprendan ellos de estas cosas… Luego he vomitado nada más salir, y dos veces más antes de llegar al baño. A este paso debo estar ya vomitando la leche materna, a poco… ¿Se puede uno quedar en números negativos con eso? Porque lo único que me faltaba es quedar a deber también en eso…

Todo esto despeja mis dudas, las pocas que me quedaban, ya es definitivo: fui el único imbécil que se presentó para este viaje. He terminado de atar cabos porque, después de toda esta odisea intestinal no me han dado una patada en el culo y me han enviado a mi puta casa, con acuse de recibo y todo… Bueno, también me ha ayudado el oír algo que decían de mí. Algo tal que: “con la de gente que hay en el mundo y se ha tenido que presentar sólo el inútil éste…”

De todos modos yo no me desanimo… aún… 


Continúa aquí...

lunes, 24 de marzo de 2014

Va De Reto!

Haciendo gala de muy poco criterio y mucha inconsciencia y osadía os quiero proponer un juego/reto.
Es algo que ya hice en otro blog que tuve y que, desde que abrí este, me apetecía volver a hacer. La idea me ha renacido gracias al juego de #150palabras y al reto que me hizo Lucía la semana pasada y que tuvo como resultado el relato de La Maga.
En este caso consitiría en lo siguiente: todo aquel que quiera me puede dejar sugerencias de cualquier tipo (dos como máximo por persona). Pueden ser palabras, personajes, frases, situaciones, objetos, ideas en general, y yo me comprometo a hacer un relato incluyendo todas ellas.
Vuestras sugerencias las podéis dejar en los comentarios, preferiblemente estos del blog, pero aceptaré también los que dejéis en Facebook o en Google+.
El plazo acabará el próximo jueves, 27 de marzo, a las 10 AM, hora peninsular española.

Agradecido si os decidís a jugar conmigo, y si no lo hacéis, no problem. Los juegos, juegos son.

Saludos!

domingo, 23 de marzo de 2014

150 Palabras (Armario, Beso, Minutos): Nos Vemos Pronto


La historia empezó aquí


Sentado en su oficina, sin más compañía que una botella, veía los minutos pasar en el reloj de la pared. Lo hacía sin prestar atención, como en una especie de estado de trance, pero sin llegar a tanto. A él no le iban esas zarandajas zen. El dejaba la mente en blanco por el simple hecho de hacerlo. Bien para olvidarse de un mal día, bien para despejarse y tratar de encontrar una solución a un problema.

Y ahora tenía un armario lleno de ellos. Con la de la semana pasada eran cinco las muertas. Todas rondando los treinta años. Morenas. Refinadas. Profesionales de éxito. Y sin embargo encontradas en moteles de mala muerte. Expuestas, como si alguien les fuera a hacer una foto o un dibujo.

Siempre había una llamada a emergencias avisando. Y cuando llegaban allí, como única pista, una nota:

Un beso, inspector Corbinos, nos vemos pronto.


Continúa aquí

viernes, 21 de marzo de 2014

Expedición En El Índico



Hacía más de diez años que se dedicaba a explorar mares y océanos. Había ido en busca de todo tipo de mitos y leyendas. De bestias imposibles. De buques naufragados. De tesoros perdidos. Diez años... Se le acumulaban tantos recuerdos, tantas anécdotas… Parecía que todos querían unirse a alguna especie de fiesta, de conmemoración. Diez años... Había participado en muchas expediciones en ese tiempo, la mayor parte de ellas con el mismo equipo: su equipo.

Más que un grupo de investigación eran ya amigos y, en algunos casos, familia. Rafael, uno de sus mejores buzos, se había casado recientemente con Sabrina, la encargada de las comunicaciones. Llevaban tiempo como pareja, incluso habían sido padres un par de años atrás, pero no se habían casado hasta ahora. Habían esperado hasta cumplir su misión vigésimo quinta juntos. Él mismo los había casado, como capitán del barco podía hacerlo en alta mar.

Diez años, más de cuarenta aventuras y ningún incidente, hasta ahora…

Habían emprendido una búsqueda que a todos les hacía particular ilusión. Parecía mentira que, después de todo ese tiempo, nunca hubieran tratado de emprender esa aventura. Y lo era más ya que todos tenían especial interés. Las sirenas habían sido siempre ese mito, El Mito, del que todos hablaban. Todos habían soñado con él desde que comenzaron a interesarse en el mar y sus habitantes. Sin embargo, siempre surgía algo. Les contrataban para buscar algún navío español, hundido en las costas de cualquier país americano. O les encargaban algún documental sobre el Kraken, o alguna otra bestia marina. Siempre había algo que retrasaba aquella aventura.

Tras la última búsqueda infructuosa del típico tesoro perdido, de algún pirata de dudosa existencia (no se quejaban, les pagaban por cosas así, y muy bien), decidieron que la siguiente iba a ser la suya. No atenderían ningún encargo hasta que no se hubieran dado ellos el gusto. Hasta que no hubieran cumplido su sueño.

Así pues, se embarcaron rumbo al océano Índico. Tenían noticias de varios avistamientos en aquella zona. Incluso habían oído historias de lugareños cuando habían estado por allí, en encargos anteriores. Era el lugar idóneo, todos estaban de acuerdo en ello. La travesía había sido bastante placentera. Salieron del puerto de Alicante, cruzaron todo el Mediterráneo, haciendo varias escalas técnicas y de avituallamiento. Pasaron por el canal de Suez y bajaron por el Golfo Pérsico hasta la última escala, en Madagascar, antes de comenzar la búsqueda.

Madagascar… Qué lejos quedaba ahora, en el tiempo y en el espacio. Sólo había pasado unos días desde que partieron de allí, pero bien podría haber sido un año. O diez. Diez años... Diez años sin incidencias, hasta aquella expedición. Aquella maldita expedición.

Cuando llegaron al lugar donde iban a comenzar a investigar todo era felicidad y entusiasmo. Parecían niños a punto de abrir sus regalos de Navidad. El clima les había acompañado durante todo el trayecto, desde su salida de Alicante, hasta su llegada a Madagascar. Todo iba según lo previsto. Anclaron el barco en las coordenadas, aproximadas, donde los lugareños habían hablado de sus avistamientos. Conectaron todos los radares, los sonar, y demás aparatos de visión, tanto de superficie como bajo ella.

Sólo hizo falta un día para que comenzaran a oír los cantos. No podían creerlo, ¡existían! Los cantos así parecían atestiguarlo. Eran mucho más hermosos de lo que ninguno de ellos había imaginado jamás. Y habían imaginado mucho, durante mucho tiempo. No las habían podido ver, los aparatos no las detectaban, eran tan esquivas como su fama auguraba. Pero las escuchaban. Lo siguiente era bajar. Y así lo hicieron.

A la mañana siguiente, Rafael, Roberto y Jaime se metieron en el pequeño submarino que tenían y bajaron. En el barco se quedaron Sabrina, Juan, Alberto y él. Las esperanzas permanecían intactas. Los cantos seguían sonando como música celestial. Eran envolventes, era cierto que podías dejarte llevar por ellos, que te podían hacer olvidar todo y a todos. Si la música era tan bella, sus autoras debían serlo todavía más.

No habían pasado ni veinte minutos cuando las imágenes que emitía el submarino comenzaron a fascinarles. Sólo eran sombras, siluetas que pasaban a toda velocidad, pero algo les decía que eran ellas. ¿Qué podía ser si no? Evidentemente podían ser varias criaturas, quizá alguna clase de tiburón, pero ellos preferían ser optimistas. Tenían que ser ellas. La emoción iba aumentando. La adrenalina les rebosaba. Todo eran gritos y abrazos, tanto en el submarino como en el barco.

De repente los gritos del submarino cambiaron de tono. Ya no eran gritos de entusiasmo. Algo pasaba, había algo allí abajo que los había aterrorizado en un abrir y cerrar de ojos.

     ¿Qué pasa? ¿Roberto, Jaime? —Era la voz preocupada de Sabrina.

No había respuesta alguna, sólo gritos. No era unos gritos de miedo o de pánico. Eran unos gritos que habían dejado atrás al miedo y al pánico. Eran unos gritos que pedían que aquello no fuera real. Unos gritos que pedían a gritos que les sacaran de allí, cuanto antes.

     ¡Por Dios, contestad! ¿Qué está ocurriendo? —Ahora era él, Diego, el capitán del barco, quién había tomado la palabra.

La preocupación iba en aumento. Y él tenía una sensación de remordimiento. No en vano, él los había llevado hasta allí, por mucho que fuera la ilusión de todo el grupo. De repente cesaron los gritos y lo que llegó fue peor. Llegó el silencio. Ni siquiera había sonido de estática en la radio. No. Era silencio extremo. Un silencio capaz de hacer retumbar el vacío del espacio exterior. La cámara siguió emitiendo unos instantes. Sólo captaba imágenes del exterior, del fondo marino. Y las sombras seguían pasando frente a ella. Ahora parecía que lo hicieran danzando, como burlándose, pavoneándose delante de la cámara. Como sabedoras de que había espectadores al otro lado.

Pudieron hacer subir el submarino, a duras penas, con el control remoto que tenían a bordo. El espectáculo que hallaron fue desolador, aterrador. Los rostros de sus tres amigos, de sus tres compañeros, estaban desencajados por el terror. Los ojos parecían haber estallado para después haber salido de sus cuencas. Los oídos sangraban, aún lo hacían, aunque ellos ya no tenían pulso. Aunque sólo habían sido unos minutos, daba la sensación de que a ellos, a los tres, les habían parecido eternos. Habían perdido algunas uñas, como si hubieran intentado salir por la fuerza, como si hubieran preferido huir a una muerte en el océano antes que seguir con aquello.

Tardaron unas horas en comenzar a sobreponerse. Sabrina no paraba de temblar y de llorar. Había perdido más, si cabe, que ninguno. Había perdido al amor de su vida, y a dos de sus mejores amigos. Diego, Juan y Alberto decidieron repasar las imágenes, por si había algo que les dijera qué había ocurrido. Pasaron las siguientes cuatro horas viendo esos pocos minutos de grabación. No llegaban a ninguna conclusión. Sólo esas sombras, esas siluetas, escurridizas, desafiantes y, para sus compañeros, tan aterradoras como para llevarles hasta la muerte.

Las siguientes horas fueron tranquilas. Al menos en lo que respecta a cualquier sonido, no había cantos de sirena. Sólo el ruido del oleaje chocando contra el barco. No sabían que hacer. Si volver cuanto antes a tierra, regresar a su casa y dar descanso a sus amigos, o por el contrario tratar de averiguar qué o quién era el causante de aquello. Al final decidieron esperar a la mañana siguiente para moverse. Una espesa bruma les había rodeado, y aunque con los modernos sistemas de navegación habrían podido llegar a cualquier puerto cercano, pensaron que lo mejor era pasar la noche allí y decidir por la mañana.

Cada uno se fue a su camarote, menos Sabrina, ella no podía separase de Rafael, su amado. Ya no lloraba, pero permanecía abrazada a él, sin ninguna intención de soltarlo.

No habían pasado más de dos horas cuando volvieron los cantos. Esta vez eran distintos, eran más fuertes, no parecían tan apacibles, al contrario, eran como cánticos de guerra. Algo muy primitivo. Diego trató de salir de su camarote para ver qué pasaba. No pudo siquiera levantarse de su camastro. Por mucha fuerza que hiciera no podía mover un solo músculo de su cuerpo. Ni siquiera podía gritar. Las peores sensaciones, los peores temores, se agolpaban en su mente. Las primeras lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, salían como tratando de pedir ayuda. Una ayuda que no parecía que fuera a llegar.

Entonces comenzó lo peor. Comenzó a oír los gritos de sus compañeros. Eran los mismos gritos que unas horas antes había escuchado de las voces de sus difuntos amigos. Trataba de gritar él también, para calmarles, para decirles que él iría a su rescate. Pero no podía. No entendía el porqué, pero no podía. Seguía inmóvil. Seguía llorando. Notaba las lágrimas cual cascadas por sus mejillas. De repente los gritos cesaron. Pero no llegó el silencio. Esta vez no. Esta vez seguían los cánticos. Y junto a ellos golpes. Golpes sordos. No sabía si eran sus compañeros tratando de pelear, o si por el contrario eran ellos los que los estaban recibiendo.

Tras los golpes comenzó a notar presencias. Era imposible, había cerrado el camarote por dentro, siempre lo hacía. Sin embargo notaba sombras, siluetas fugaces, contoneándose frente a él. Y una sensación de opresión. Si la sensación de inmovilidad le parecía mala, aquello fue peor. Notaba como si las paredes se fueran estrechando, cual máquina trituradora de coches en un desguace. No podía respirar. No podía gritar. Sólo lloraba  y, ahora, le daba la impresión de que también sangraba. Sus lágrimas parecían teñirse de rojo. ¿O eran las paredes las que se teñían? ¿Las que exudaban sangre?

Ya no sabía lo que era real o lo que era fruto de su imaginación. Del miedo. Lo único que sabía era que quería que aquello terminara cuanto antes. No parecía que fuera a ser así. Los golpes eran más continuos, cual tambores de guerra, y junto con los cánticos formaban una especie de réquiem. Un réquiem dedicado, ya sin ninguna duda a él. A ellos.

Por fin pudo gritar: ¡acabad cuanto antes, criaturas malignas!, dijo sin saber a qué se enfrentaba. Su grito trajo consecuencias inmediatas. Los golpes y los cánticos cesaron. Pero sólo lo hicieron para dar paso a los aullidos, unos alaridos guturales como nunca había escuchado antes, y como nunca escuchó después. No supo de dónde le vino, sólo lo notó. Al principio fue sólo como un leve roce, una especie de rasguño en un brazo, como cuando rozas el tallo de una rosa sin querer. Con el paso de los segundos el dolor comenzó a hacerse presente, más agudo a cada segundo, más insoportable a cada minuto. Volvía a no poder gritar. Tampoco sabía si quería, en vista de las consecuencias.

El dolor acabó por entumecerle los pocos músculos que no lo estaban ya. La vista se le nublaba. El oído se iba apagando. Los sonidos parecían cada vez más lejanos. Aunque algo le decía que las criaturas, sirenas o no, que les habían atacado seguían allí. Las sentía. Parecía que quisieran asegurase de no dejar testigo alguno. Y todo indicaba que lo habían conseguido. La vista pasó del nublado al fundido a negro. Los sonidos dejaron paso a un pitido, un zumbido, infinito, pero confortable. El entumecimiento cedió su lugar al frío. Y él se limitó a decir, para sus adentros: gracias. Un gracias sincero, que sonaba a lo que era, una despedida. Un punto y final a su historia, a sus aventuras. A diez años sin un solo incidente.



miércoles, 19 de marzo de 2014

31 Días Para El Lanzamiento: Días Libres


El camino hasta ahora: 70 días, 65 días, 60 días, 50 días, 43 días...



Al final he decidido llevarme los libros. Por mucho porno que me lleve al viaje, uno puede llegar a aburrirse y querer leer algo… No me lo creo ni yo, pero bueno, lo que si me puede pasar es que, debido a mi mala forma física, tenga algún problema muscular. Si manejando un bolígrafo me lesioné como un tenista, no quiero imaginar lo que me puede pasar con tanto meneo… ¿Qué lesión deportiva puede provocarme?  Mejor no pensarlo. Además el papel de los libros me puede hacer falta para algún imprevisto. Más vale prevenir.

Buenas noticias. Ya finalicé el entrenamiento para vigilante de la playa. El mejor balance que puedo hacer es que sigo vivo. Aunque me parece que soy el único que se alegra de eso. Lo peor es que sigo sin saber nadar. De hecho nado igual que una piedra, es soltarme y directo al fondo. Además a los preparadores ya no les doy ni risa. No me gusta cómo me miran. Si las miradas mataran… 

Me han dado unos días medio libres, aunque creo que me los han dado porque ellos los necesitan más que yo. No me hace gracia oírles decir cosas del estilo: “déjalo a ver si no vuelve” o, “a ver si hay suerte y no encuentra el camino de vuelta”. Esto duele, porque de mi dormitorio al complejo de entrenamientos son cien metros en línea recta. Y no soy tan inútil. Sólo me perdí los seis primeros días. Extrañamente las seis veces acabé en el vestuario femenino, algo reconfortante, al parecer no para ellas, que me insultaban y me tiraban cosas. Pero me las tiraban a mala fe. Alguna estuvo a punto de darme en la cabeza. Como si yo no tuviera ya bastantes líos…

Cuando vuelva de los días libres comenzaré con las prácticas en el manejo de las naves. Porque ahora resulta que hay dos. La grande que vi, y otra más pequeña para no sé qué hostias… Mira que les gusta complicar… Parece que no me conozcan. Luego dicen que soy yo el que no aprende…

Lo único que me han ordenado hacer estos días es seguir con los ejercicios de mantenimiento físico. He mejorado mucho. ¡Qué digo mucho! ¡He mejorado muchísimo! Ya soy capaz de hacer quince minutos de carrera continúa sin desmayarme. Para mí es un logro enorme, como si hubiera ganado una maratón. Por eso me da rabia que ellos no lo vean así. Además, no hay ninguna necesidad de hacer que me persigan perros enfadados. Menos mal que fui capaz de encerrarme en el cuarto de la limpieza, porque los animalicos venían con muy malas intenciones. Eso sí, me podrían haber avisado y no hacerme pasar la noche allí metido. Aunque reconozco que la mezcla de olores de los productos de limpieza fue mejor que las pastillas para dormir o que contar ovejitas. 

En fin, espero que se relajen estos días y me traten con más cariño a mi vuelta.



Continúa aqui...